T3C14: Las esferas rotas. (Especial de Navidad).

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Abiatti llegó decepcionado a su casa. La temperatura subió bastante y parecía ser otro diciembre caluroso, típico del lado sur del Ecuador. El día que iniciaba como cualquier otro terminaba siendo una unción de pena, un disparo de infortunio y un temazcal de polvo húmedo y muy alérgeno.

Sabemos que Gabo es católico, Abiatti es ateo. Toda su vida han estado bien, pero conforme han estado sucediendo las tragedias en la vida del señor Cruz, hay temas que terminan por incomodarlo o hasta fastidiarlo. Él considera que Abiatti no debería de celebrar la Navidad, pues es una tradición de la normatividad Judeocristiana. Desde hace décadas, la celebración del nacimiento de Chuchito está engringada, manchada por el consumismo impulsivo y el esclavismo laboral, pero Gabo no ve eso, pues él sí la celebra a la antigua, como podría decirse. Las culturas no se acaban de poner de acuerdo sobre qué se hace en esa fecha, pero sigue siendo algo que alienta a todos a tener un día de descanso, una cena agradable en compañía de sus familiares y otras cosas que, en teoría, dan para pasar un buen rato y sobrellevar momentos malos.

Siendo objetivos, Abiatti tiene el derecho de festejar la navidad, desde un punto de vista no religioso. La tradición en sí, como tal, prescinde de lo cristiano, aunque, a fin de cuentas, mucha de la parafernalia como los árboles o las esferas, o más importante aún, la estrella, conllevan un significado neto, que sin problemas podemos ignorar. No es como que llegue la patrulla de la corrección santa, que venga a imponernos las reglas de un correcto festejo. Todos nos saltamos los verdaderos pasos. Tenemos a los niños, que esperan la cena, irse a dormir y despertar con regalos o dinero, los adultos se esmeran haciendo todos los preparativos, el banquete, saludar a los familiares, que muchas veces pasa mucho tiempo sin verles, y otras actividades enriquecedoras y agradables. Cada vez menos gente va a misa en Nochebuena. De Gallo, le dicen; Menos gente le da el beso al Yeso-Cristo bebé en una bandeja —yo me Comía los caramelos primero—; Menos gente hace oración. Ya casi nadie hace todo lo que una familia religiosa hace, mucho menos de este lado del charco.

Gabo heredó las costumbres fanáticas impulsivas de su familia paterna, rayando en el facismo y la imposición absoluta de las ideas que centralizan a las creencias propias de un católico, sin derecho a llevar la contraria, ni al más mínimo cuestionamiento. Cemanol sí alcanzó a despegarse un poco de ese seno familiar fanático cristiano y declararse agnóstico, así que a él le viene valiendo lo que Abiatti pueda o no hacer. Lo que sí, es que, el señor Pourway, yacía con el alma herida, cabizbajo y sensible, pues, a pesar de ser Ateo, ama con toda su alma que la familia se reúna en un día, con un espíritu festivo tan grande, como lo es la Nochebuena, y la oposición de su primo es como un balazo fragmentario, penetrando las capas de su complejo cardíaco.

Tras mucho insistir, Gabo le explicó esto a su hijo, mientras desayunaban Trikis Flakes¹. Por supuesto que lo disfrazó de victimismo.

—Han sido ya 41 años y sigue pareciéndome injusto que se apropie de una tradición que no le pertenece. ¡No cree en nada! ¡Que no celebre nada!
—Sí. —asintió Gabo Jr, pero no lucía convencido por las palabras de su progenitor.
—¿Te parece si me acompañas a comprar las esferas para el árbol?
—Sí, como sea.

Gabo Jr también se sentía mal, puesto que pasará la primera Navidad de su vida sin su mamá.

Por otro lado, Abiatti, tratando de olvidar el connato de bronca con su querido primo, citó a Iris en su casa. Iban a tener una tarde especial, pues celebrarían 3 meses de relación. Los temas serios no tardaban en ser expuestos.

—¿Te gustaría tener hijos? —preguntó Iris.
—Ya tengo hijos.
—¡Que sean tuyos! Tu sangre. No creo que Xu Wang y Feng Li hayan sacado tus ojitos tapatíos.
—Oh... Bueno... Yo... No quiero tener hijos.
—¿Alguna vez has cambiado de opinión?
—De hecho, sí.
—¿Cuándo?
—Hace como 18 años... Y hoy.
—¡Oh, jejeje!
—Pero hay un detalle que no suelo contar a casi nadie.
—¿Qué cosa?
—No sé si sea bueno que lo sepas ya...
—¡Dime!
—Iris... Soy estéril.
—¿Estéril? ¡No juegues con eso!
—Lo soy, desde que me hice el primer test a mis 18 años.

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