T3C3: Incómodo Reencuentro.

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Los días se iban rápido como el reptante andar de un gecko. Mientras más se retaba a la imprudencia humana, más se alejaba la posibilidad de ser un ente digno y no una más de las marionetas que el resto de la escoria exige que se sea. Las personas son autósitas o parásitas, no hay más. Las conclusiones concretas nadan entre la incertidumbre y el desconocimiento. Mientras más cerca estás de alcanzar la verdad, más cerca estás de conocerle las barbas a San Pedro. Había mucho de lo que desconcertaba al señor Pourway, y entre la taladrante sensación de sesgo y las tareas pendientes que se acumulaban en su sistema, su mesencéfalo era aprestado para adherirse al desgastante mundo de la crónica postergaduría.

Aunado a su desvivir petulante, Pyotr le comentó lo que había sucedido con las acciones de sus empresas. A Pourway se le veía calmado, pero, a su vez, parecía dar por hecho que ya todo estaba por acabarse.

Shathérynai caminaba junto con Lili, por el parque Physalis, cerca de la plaza comercial Nuevas Hébridas (Av. Miravalle y Av. Mio Korishim). Encontró a Jean Luc y a Yolland, paseando a la manada de su papá. Yolland fue directamente con Lili, pues se mostraba un poco nostálgica ante la presencia de la pequeña cánida.

—¡Shathy! ¿Cuánto tiempo? —saludó Jean Luc.
—Pues, ahí más o menos.

Mientras la niña acariciaba a Lili, se le prendió el foco y, tras terminarse de saludar entre Shathérynai y su hermano, decidió preguntarle algo a la mujer.

—Señorita Jazarova... ¿De casualidad no conoce usted al señor Abiatti Pourway?
—¡Oh! De hecho sí, linda.
—¿Cree que le gustaría tener una amiga de mi edad?
—¡Por supuesto! Tiene hijos de tu edad, no creo que sea problema para él.
—¿Opina que debería acercármele?
—Depende de cómo lo hagas, no está nada chido ser acosado.
—¡Diablos! Es decir, ¡Diablos, no lo había pensado!

Arqueando una ceja, Jean Luc no dejaba de mirarla con mucho juicio.

—¿Y cómo es él?
—Pues, no es una persona que tú digas "¡Válgame! ¡Qué hombre!". Pero, sabes. Tiene lo suyo. Mucha gente le habla, administra 3 empresas, solía dedicarse a la música y es cofundador del edificio donde vivo. Ese tipo suda plata.
—Wow.
—Pero, sabes. Una vez se puso ebrio y me dijo cosas feas. Por suerte mi novio lo puso en su lugar.
—¡Jolines!
—Por suerte me pidió disculpas, pero. Sí fue muy feo lo que me dijo.
—A mí una vez me dijeron fea y les menté su madre.
—Es una solución mediata.
—Noté que hablas repitiendo lo mismo cada vez.
—Ah, pues, por suerte, lo he estado controlando. Pero, sabes, no ha sido del todo fácil.

Yeret platicaba con su gran amigo Robbie Camotes, un historiador que trabaja con ella en uno de los centros de estudios superiores de la Universidad de Cawerpearlt (Университас З Ϥаўэрпэарлт). Durante su tiempo de descanso, leían la noticia que un colega, dedicado a la paleontología, les envió a sus correos. En una zona arqueológica en el desierto de Záznarim, en el estado de Champers, encontraron objetos no exactamente arqueológicos, sino más modernos, y fueron enviados a un laboratorio para análisis e identificación. Son artefactos de principios de 1950, pero nadie sabe decir qué son, y que lo más probable es que requieran ayuda de exobiólogos, astrofísicos y uno que otro nerd de los dispositivos móviles. En eso, Rose Elaine, se presentó con su madre, tanto para visitarla como para hablar de su trabajo.

—¡Elaine!
—¡Qué tal!
—Robbie —dijo Yeret presentando a su hija. —¿ya conocías a Elaine?
—¡Vaya!, de hecho no. ¡Mucho gusto! —Robbie estrechó su mano con Elaine.
—El gusto es mío, señor Camotes. —volteó con su mamá forzándose a no reír. —¡Qué apellido tan extraño!
—Lo sé hija, tiene más hermanos. Deberías saber cómo le dicen a su papá.
—¡Ya me imagino!
—Se llama Málbenikh pero le dicen El Gran Camotes.
—¡Mamá!, no me quiero reír.
—Robbie, ¿Nos puedes dar un momento?
—No hay problema. De hecho iba a hacerme un café. ¿quieren uno?
—¡No, así está bien!
—Yo sí quiero, mamá.
—Ah, ya se fue.

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