T4C4: Cuando Nara conoce a Nara.

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          Una noche desbarrada, sin hueste. Cantos apagados de loicas y estorninos. Llantos de bebés en los cuneros. Uno que otro sonido de las máquinas de escáner y soporte vital de otros cuartos. Pasos de médicos, enfermeras, pacientes, visitantes, residentes, ejecutivos, personal de limpieza, entre many others. El pequeño Santiago, a mansalva. Ánnika quedó muy exhausta, pero le darán el alta en cuestión de horas. Xu Wang se despegó de su suegro —quién, de un momento a otro, se echó a dormir allí mismo, en los asientos de la sala de espera— y salió a tomar aire. Su padre postizo le llamó tras haber leído el mensaje, ya en su departamento. Xu Wang contestó la llamada y las felicitaciones no se hicieron esperar. No obstante, aún había una duda que seguía rondando por la mente del asiático.

—Pero, entonces... ¿Sigues aquí en Nosé?
—Sí, hijo.
—¿No que te tenías qué ir volando a Rusia?
—Ah. Olvidé explicarte eso. Lo que pasó fue que, para recoger los boletos de avión, debía pasar al aeropuerto, y se me estaba haciendo tarde. Si apartas tu vuelo con anticipación te sale a mitad de precio. A parte, tenía qué llegar a cierta hora, y ya se me estaba ajustando mucho el tiempo.
—¿Te irás hoy?
—No, todavía falta.
—¿Puedo ir?
—Este... Acabas de tener un hijo. Debes estar con Ánnika. Sí compré tres boletos, redondo y con escalas, pero eran para Iris y su hermana. Acabo de terminar con ella y, bueno, ahora llevaré a mis guardias. Son dos, no me quedaría espacio para ustedes.
—Oh, padre. Eres rico y todo y aún así jamás has sacado a tus hijos fuera del país. ¡Eso es una mierda!
—Luego con más calmita.
—Bueno... ¿Qué harás mañana?
—Tengo una cita muy importante a la cuál iré sí o sí.
—Mmm... Vale. [...] ¿Qué es?

          Al fin llegó, tras muchos cambios de planes, cambios de agenda, de fecha, de planes otra vez, y hasta de calzones. Finalmente llegaba el día en el que Nara y Noé contraían nupcias. La versión de Nara cambió demasiado para bien, y hoy en día, todas las personas parecían haber olvidado a esa vieja Nara Aquino, tan corta mental, tan sexosa y con un carácter poco amigable. Noé, por su parte, parece estar feliz y conforme con la decisión. Para hacer mejor la ceremonia, acordaron llevar a un oficial de registro civil para darles un casamiento legal. Encima, alquilaron el templo donde Gabón Saezio oficia sus misas, por lo que parecería una boda de esas cliché que aparecen en todas las jodidas películas románticas gringas, y/o, finales de telenovelas de Televisa.

Dentro del templo, en uno de los cuartos anejos, Vanya ponía el crisantemo blanco en el bolsillo izquierdo del traje de su gran amigo, Noé. Faltaban minutos para consumarse la unión. Abiatti llegó con un smoking negro acabado satín. No usaba gorra, y su cabello yacía planchado, cayendo libre sobre sus hombros y acariciando su zona interescapular. También decidió usar delineador de ojos negro, haciendo trazos al estilo egipcio. Sus ojos se miraban muy estilizados. Noé estaba visiblemente contento, y cuando Abiatti tomó sus manos y le dijo sus mejores deseos, Súper Noé, tembloroso, estuvo a nada de llorar, pero le dio las gracias a su siempre fiel amigo, de casi casi toda su vida, y se contuvo.

—¡Adivina quién te quiere, hijo de puta! —dijo Abiatti, mientras abrazaba a su amigo.
—¡Obviamente tú! —respondió Noé.

Ya estaban los familiares de Noé en el recinto, todos recién llegados desde Guadalajara. Su mamá y sus tías, más que nada. Su padre lo abandonó de pequeño, así que ese señor no cuenta. También estaban todos sus amigos a parte de Vanya y Abiatti. Fer, Arelly, Esli, Rebeka, Slenderkiri, Qbo, Hugo y Tony.

Nara estaba por llegar. El conductor del taxi le cobró menos por ser día de su boda. Fue a una cabina dentro del templo, del lado derecho, para verse con Kganeesha, tras mucho tiempo, para darle un regalo especial.

—Yo sé que ya no te caigo tan bien como antes, pero...
—¡Shh! ¡Silencios! Te quiero dar mis mejores vibras. Y que cojas muchos. He venido a darte un regalo. —Kganeesha sacó, de una bolsa de cartón, un collar de perlas muy brillante y aparentemente muy caro. —Este collar nupcial. Era de mi abuela.
—¡Oh, Kganeesha! ¡Esto debe ser muy importante para ti!
—No, mi abuela era una vieja pendeja que le gustaba maltratar a los niños por nada. Si te lo doy es por simbolismo. Es un lindo collar y quiero que lo uses en este día tan importante.
—¿Y tú pa' cuándo?
—Este... Luego. Yo te informo.
—Gracias.
—Córrele, pues, que ya van a ser las 12. ¡Felicidades!

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