T3C22: La Muerte Del Camionero.

4 0 0
                                    

13 de Enero de 2041. Día implosionante. Día infartante. Día, un tanto cotidiano. Algo de increíble como algo de insignificante. Ying y yang, luz y sombra, Coca o Pepsi, Orina o Excremento. No hay igual.

Amerkeyev Uchánsk paseaba por las calles en su scooter de la marca nacional Terkshen. Iba disfrutando de los senderos, de las vialidades, de los cruces. Se internó en el parque Moytak y en ese sitio se dispuso a descansar. Distendió una manta sobre el zacate, y sacó de su mochila un bucket de Kentucky. Uno lleno. 12 piezas. 6 de Hot Cruji y 6 de Receta Secreta. Se las devoró como si se hubiese tratado de un simple terroncito de azúcar. Amer lucía pasado de peso. Su cabello se tornó graso y su olor corporal ya era intenso. Su aliento era de sanitario y su acné no lo escondía, ni con Zan Suzi, ni con Asepxia. A penas para conseguirse una máscara de Salinas de Gortari o de Homero Simpson, para poder ocultar lo lipídico que se había tornado su cutis. Su cuadro depresivo era erróneamente tratado con comida en cantidades tarrarescas. Ya no iba a terapia con Mátdiz. De hecho, empezó a faltar sin avisar, cosa que también dejó un vacío en su creciente amistad con el psiquiatra. Aún así, Amer se miraba tranquilo. Es muy lógico pensar en que, el romper nexos con su familia paterna, fue algo que lo hizo perder el juicio, el autoestima y su mesura al comer. A mí no me consta. No pareciese estar uno mirando a un hombre que padecía las peripecias y el infortunio de ser lastimado despiadadamente con una velocidad constante a manos de sus familiares más directos.

Reconociéndolo a lo lejos, Muzhtek Kyatlina se acercó a él.

—¿Amer?
—¡Muzhtek!
—Te vi y...
—¿Necesitas algo?
—Te ves muy diferente.
—No me creerás todo lo que me ha sucedido.
—Lo supe.
—¿Quién te dijo?
—Tú mismo. Estabas ebrio esa vez.
—¡Lo de que forniqué a una ardilla muerta no es verdad!
—Jamás mencionaste eso.
—Ni ahora. ¿Cómo me encontraste?
—Traje a mis hijas a jugar. No esperaba mirarte.
—Escúchame bien, Muzhtek...
—¿Sí?
—No quiero seguir viviendo. No vale la pena... ¡No tengo a nadie!
—Lo dices como quien pregunta por el clima. Con toda normalidad. ¿Y Héllay? ¿Qué hay de él?
—Está disfrutando de los privilegios de tener un padrastro muy famoso como lo es Peto Báez.
—No lo creo. Debe estarte buscando. Él sí te amaba... Él te ama. Considero óptimo que vayas a buscarlo.
—¿Sí estás consciente que la mansión de Báez está más custodiada que las Islas Marías? Ni de chiste podría ir para allá.
—Entonces envíale una carta o algo. Debe creer que ya no te importa.
—¿Me ayudarías?
—Este... ¡Ah! Visitémoslo. Yo no lo veo desde la fiesta en la mansión de Tsháhirzkat.
—Desde que vieron a Shathy con el pendejo de Mavluffen, ¿No?
—Lo lamento, pero así es. Y... Sí. Te ayudaré a llegar a él.
—Te lo agradezco mucho, Muzhtek...

Amer abrazó a Muzhtek, pero este lo retiró instantáneamente debido al fétido aroma que despedían los pliegues cutáneos de su prácticamente obeso cuerpo. Esa misma tarde, el corpulento hombre de tez oscura contactó a Lindsay Gómez, para saber si sería posible visitarles.

Por otro lado, Marjorie, con algo de preocupación, visitó a su actual pareja, pues le comentó que desde la madrugada no ha podido dejar de toser.

—¡Diablos! ¡Seguramente me traje el bicho de Mérarikh y contagié a papá! —sospechó Gabo Jr.
—No, hijo. Ésta tos que me dio es muy rara. No me duele la garganta, ni el pecho. No tengo expectoración alguna... Ni siquiera me siento mal. ¿Y se me atoró un hueso de pollo como a don Pancracio? —mencionó Gabo algo paranoico.
—Pero a él se le atoró en el divertículo de Meckel, no en el bofe. —respondió Marjorie.
—¡Cómo sea! ¡Debo de estar bien! Mañana tendré un partido amistoso en terreno neutral.
—¿Mañana? —acentuó Marjorie con duda, y las manos en la cintura.
—¿Algún problema? Amorcito.
—¿No íbamos a tener una cena romántica?
—Es a las 12 AM.
—¡Ah! ¿Contra quién juegan?
—Contra el Deportivo Noséano, el clásico antiguo. Será en el estadio del San Petexio.
—¿Jugará tu primo?
—Sí. Los directores quieren calarlo. Posiblemente descansen a José Luis. Zané está castigado por dejarse meter un tanto contra el Espum Ogromo.
—¿Y si vamos al partido, Mamá... rjorie? —sugirió Gabo Jr.
—Pues... Está bien. Invita a tus primos.
—Uh, suena muy bien. Hay mucho que debo platicarles. Aunque... ¿Qué haremos de mientras?
—¡Llevar a tu papá al médico!
—¡Oh, vamos! ¡Odio ir al doctor! ¡La última vez no me dieron mi paletita!
—Son sólo para los niños, Gabo
—Creí que se las daban sólo a los musculosos como yo.
—Es que les das miedo.

ZwölfmexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora