T4C9: El Pendrive II

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          Amer Uchánsk, sentado en una de las bancas de la cafetería de la clínica, abrazaba la tarde, soleada pero nublada, con recelo. Su impaciencia se tornaba una espera calmada. Las gotas de lluvia que tímidas caían marcaban con su rastro los ventanales y adornaban con vaho el cristal de sus gafas, su taza de vidrio, y hacía sudar a todo aquello que experimentase el choque de temperaturas. Ya no era Amer ese hombre pasado de kilos, sino un espejo de la decepción humana que carece de compañía, empatía y aceptación. Traía los ojos vidriosos pero con ojeras inmaquillables. El cabello lo traía despeinado y seboso. La barba no era tupida pero por corta y abundante, parecía mugre. Ese día, 22 de abril, se celebraría la primer audiencia por la custodia de Héllay Saezio Gómez, no podía estar de otra forma que no fuese la de un sujeto que podría esperar cualquier cosa, sea buena o no, de la impartición de justicia del parlamento a través del juez Arimari Kozubt, que, si bien, había creado una íntima amistad durante las últimas semanas de su estancia en la clínica de salud mental con él, no podría significar al 100% que su postura se pondría del lado del litigante.

Cesó abruptamente la lluvia, que a penas se dejaba ver, para dar paso a un imponente Sol, cargado de rayos potentes y bastante luminosos. Se reflejaba en todo, lastimando la vista de todos, pero a Nara le fue peor. Un chispazo de ese halo de luz rebotó en el parabrisas de un coche, dando de lleno en sus ojos, creando serias heridas solares en su retina.

—¡Vete a la ñonga! ¡Me quedé ciega!

Soltó lo que traía de mandado y se estrelló con un poste de luz. Luego cayó al piso. La única persona que estaba cerca para auxiliarla era Kat, y lo hizo a regañadientes.

—¿Estás bien? ¿Necesitas que te acompañe a tu casa?
—¡Sí! ¡Por favor! ¡No veo nada!
—¡Calma! Deja recojo tus cosas.
—¡Muchas gracias, linda! ¿Cuál es tu nombre?
—Ka... ¡Cahuenga!
—¡Eres tan amable, Cahuenga!
—¿De casualidad no vives en el 701?
—No. Soy del 392. Pero sería grandioso vivir con mi amorcito Pourway.
—¿Amorcito?
—¿Qué puedo decir? Es el amor de mi vida.
—Sí, no se nota. ¿Cuánto llevan?
—Pues... Nada. No somos nada.
—¡Ah! ¡Qué bueno!
—¿Bueno de qué?
—Es que... Dicen que... No la tiene tan grande como dicen.
—Eso es mentira. He cogido con él.
—¡¿Qué?! ¡Es decir!... ¡Qué bien!
—Ni dejes que la gente te venga con cuentos. Pourway es un excelente ponedor.
—¡Demonios!

Tras llevar a Nara a su departamento, y regresar al suyo, Kat se veía bastante asombrada. Al principio se molestó al saber que su objetivo conquistable tuvo algo qué ver con la hermana de la provincia, pero luego se sintió sumamente atraída por las palabras de Nara. Kenny no pudo evitar sentir el cambio en su comportamiento, y se acercó a sacarle plática.

—Te ves como intrigada o algo. ¿Quieres hablar de eso?
—No sé cómo te sienta esto pero debo hacer una declaración que ni yo me imaginé hacer alguna vez.
—Te escucho, Kat.
—Bueno... Me atrae el señor Pourway.
—¡¿Ese wey?! ¡Pero si es un mamerto!
—Escuché buenas reseñas de él.
—¿Reseñas? ¿Es un restaurante o qué?
—Una mujer aparentemente tonta pero de mi edad me dijo que es bueno en... Este...
—¡Ya sé a qué vas con eso! ¡Ni siquiera has tenido un mísero noviazgo! ¿Te le piensas aventar?
—No lo sé. Por primer vez en toda mi existencia siento algo extraño que recorre mi abdomen y hace que sienta resbaloso en... ¡Tú sabes!
—¡No lo puedo creer! ¿Estás enamorada al menos?
—Tampoco lo sé con plena certeza.
—Pues apoyo la decisión que termines tomando. Aunque no voy a negar que me escandalice un poco el hecho de que sientas atracción sexual por mi compañero del club.
—¿Cuántas veces lo has visto desnudo en los vestidores?
—Hasta ahora no nos ha tocado siquiera ir al baño juntos.
—Es que quería saber si era cierto lo de su... Gran atributo.
—¡Vaya que estás intrigada! Será mejor que no te enfrasques en pensar en miembros masculinos.
—Es fácil para tí decirlo al ser asexual.
—Pero eso no significa que jamás deseé hacer el chop-chop-chop con alguna persona en algún momento de mi vida. ¿Recuerdas a Myryannykh?
—¡De puro milagro no te cacharon! Era la esposa de un importante millonario. ¿Cómo quieres que no lo recuerde?
—Este... Pues me cacharon pero... Tiempo después. —Kenny jaló el cuello de su jersey.

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