Amor con amor se paga... ¿O no? Desconozco. Hace tiempo que perdí esa sensación. Había estado perdiendo mi tiempo como de costumbre con un par de casos cuyo progreso fue aletargado y nulo. El destino me la hacía de malas, puesto que, de repente, todo me salía mal, y mis facultades profesionales comenzaban a sentirse como un insufrible rezago a nivel personal. Elaine, mi joven compañera —o más bien, discípulo—, ha sido un enorme amortiguador. Esa chica es encantadora. Hace tan bien su trabajo. Me ayuda mucho y, sobra decir que es mejor que yo. Suele encargarse de mis casos más complejos. Ella es... Es como la hija que me hubiese gustado tener. Su mamá debe ser muy, muy, pero que muy afortunada. Fuera de eso, es difícil sobrellevar una vida vacía. ¿A dónde vas cuando tienes rota la caja de las emociones? Sé que es un término de más infantilizado, pero si nos ponemos en perspectiva, con una mirada crítica y un enfoque realista, es la mejor manera en que puedo canalizarlo y comunicarlo. Nada me sorprende, nada me duele, nada me causa gracia. Nada me hace sentir que vivo pero tampoco siento querer morir. Este vacío existencial no sé a qué atribuirlo, pero vaya que me asfixia. Me doblega alevoso, como a un inocente civil bajo el inescrupuloso yugo de la militaridad ciegamente normalizada en una sociedad donde el arma es poder, el dinero también es poder, y siempre van de la mano, hermanados, aprovechándose del interminable flujo de seres humanos cegados y adoctrinados. Tan sólo el verdor pulcro de los bosques locales me dan aire que respiro entre con gusto y muy desesperado, y es que todo lo malo de este mundo no deja de ser un ciclo, un círculo vicioso, un evento que se bifurca, que se une y desune, y que a unos les trae paz, a otros les trae desgracia. Unos ven luz, otros sombra, unos son adiestrados con televisión, internet, una cruz, una biblia, un Corán, un Big Bang, entre muchas otras cosas, y jamás existirá un acuerdo tan poderoso que impida la contínua segregación. Sí, todos estamos divididos, pero hace ya algo de tiempo que la realidad se ha dividido, a la fuerza, de mi consciencia.
Mi nombre es Žepherinyo Mátdiz Maratov. Soy neurocientífico, psiquiatra, pedagogo, y un ser que ya solamente existe para trabajar, pues nada tiene sabor, sentido, ni orden. Perdí a mis amigos, perdí a mi esposa, y de no ser porque me provoca un ligero placer el ayudar a la gente, habría perdido el gusto por mi trabajo, y de paso, por vivir. Yo me conozco, no es depresión, no es algún trastorno, es un golpe austero de esta realidad vacía. Es un baño de aire. Es un sesgo, un espasmo, una bocanada de nada. Ser yo es levitar en el espacio. Ver el reloj de arena, cómo tira un grano por hora, y ser capaz de verlo, y contar cada grano, cada foramen, cada valva microscópica. Ser yo es ser un árbol de jardinera de colonia de medio pelo. Apretado en los cimientos, lleno de plagas, follaje carcomido por la alternaria y el moteado. Podado salvajemente por dizque paisajistas, que solamente me mutilan, pero lo hacen para verme bien. Pero, basta de hablar de mi y mi precariedad intrínseca. El día de hoy, 2 de abril de 2041, me dirijo a la clínica de salud mental, a visitar a mis pacientes, o más bien, mis nuevos amigos. No es placentero salir sin hacerme antes un café turco (que en sí sólo es un café soluble de una famosa marca rusa a la que le añado cardamomo, canela, eneldo y pimienta) y comer un Teishjaq¹ de Zapote blanco que consigo en la panadería de por mi casa.
Son casi las 3 de la tarde. Está nublado pero según el pronóstico no habría un mísero chaparral. Al pasar por la calle República de Yugoslavia me encuentro con un desfile, no se veía muy animado, pero resultó ser una caravana fúnebre. Me impactó la cantidad de gente. Al parecer murió alguien. Me ganó la señora chismosa interior y me acerqué con un viejito, es profesor de Matemáticas. Quien murió era un niño, me preguntaba cómo era pero mi duda se resolvió muy pronto, pues los padres llevaban la foto del joven, un menor de apenas 14 años. Sus compañeros de clase se miraban tristes, algunos de ellos lloraban bastante. A pesar del triste contratiempo, llegué rápido al lugar, el Plantel 1 de la Clínica de Salud Mental "Aryurak Kimozhin". Encuentro al juez Kozubt, dormido. No entré, sino que lo vi a través de la ventana de su cuarto. Lo iba a despertar, pero llegaron las enfermeras a llamarlo para que desayunara. Aproveché para seguirlo y hablar con él.
ESTÁS LEYENDO
Zwölfmex
Humor¿Te gustan los finales non sequitur? A nosotros tampoco. Prepárate para las divertidas, algo extrañas y a veces románticas aventuras de un cuarentón soltero al llegar, con sus primos y su hermana, a la capital de un país hasta ahora desconocido. Pas...