T4C16: El Juguete de Mami (Cuctis Pectuctis).

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          Sentimientos. Cosas distintivas del ser cerebrado, sin necesidad de pensamiento. Hay que negar por completo que hablamos de una exclusividad propia del ser humano. La naturaleza y sus criaturas nos enseñan, día con día, el cómo se puede sentir, percibir, emocionarse, aún prescindiendo del discernimiento. Es fácil darse cuenta. Miras el interior de alguna casa cualquiera, ¿Y qué te topas? Un perro saltando y bailoteando por la llegada de su dueño. Vas a la selva y avistas a un macaco, de luto, a razón de la muerte de un pequeño primate afín, sin ser siquiera de su familia o hasta de su especie. Te encuentras en la meseta y logras contemplar a un paseriforme, con las alas extendidas, realizando una danza de apareamiento a la hembra de su elección, moviéndose de lado a lado. Vas al zoológico de tu ciudad o país, y te topas con dos dragones de Komodo, luchando entre sí, furibundos, a muerte. Miras por la ventana del lugar en el que te encuentres y puedes observar a un gato, melancólico, abandonado y solo, hurgando la basura, extrañando su hogar o al menos a su madre, pasando frío y hambre. La verdad es que no acabaría. Hay un sinfín de ejemplos, y aún así seguimos diciendo que no puedes humanizar a un animal porque es absurdo. Lo absurdo, en esencia, es usar el término "humanizar", pues caemos en el vicio egoísta de que los sentimientos son humanos. Ya toda la vida hemos visto que no, y, sin embargo, aún existen muchos individuos que ignoran las sensaciones, emociones, y capacidades de prácticamente todo aquel que no es una señora viuda, recordando a su marido, un niño feliz porque pasó la mañana sin hacer tarea pero suspendieron las clases, o un sujeto, con el corazón frío y un arma escondida en su chamarra, a punto de bajar de su auto en una calle aleatoria y asaltar al primer transeúnte incauto. Nos superan en número y masa, pero seguimos siendo ciegos ante su inmensidad. Entre estos animales, tenemos al buen Cucho, siendo cuidado por los Peausant de Revlon. El cánido estaba harto del trato especializado y experimentado de Jean Luc, por lo que sin pensarlo dos veces, decidió abrir la manija de la puerta del gran corral que los apartaba del área de descanso en el gran jardín de la residencia de Essaú. Los demás perros, enceguecidos por la obediencia, se quedaron atónitos ante el actuar del chihuahua.

—¿Qué haces? ¡Regresa! —exclamó Lili, asustada.
—Pronto me verás, chiquita. —aseveró Cucho.
—¡Jamás olvidaré lo de anoche!
—Habrá más de eso, nena. Pero tengo un asunto pendiente.

Chessy, un gran pastor irlandés de tonalidad grisásea, se interpuso en el camino de un andantino Cucho y sus pesadas huellitas acolchadas.

—¡Qué es lo que tramas, pequeñín! ¿Escapar?
—Pronto me sacarán de aquí, por lo que escapar sería una pendejada. Tengo un asunto pendiente y... ¡Ah, sí! ¡No es de tu incumbencia!
—El olor de tus glándulas anales me decía que eras atrevido, pero no esperaba que tanto.
—¿Me das permiso? ¡Necesito pasar!
—¿Es algo que nos beneficia a todos?
—¡No!
—Entonces me temo que no me apartaré.
—¡Déjame pasar! —gruñó Cucho, retador.
—¡Dime qué harás!
—¡No!

Cucho se alejó, pero retornó. Agarró vuelo, como Cuauhtémoc Blanco a punto de cobrar la pena máxima, y corrió justo hacia Chessy. Dada la gran velocidad que alcanzó el perrito, superó la altura del pastor irlandés y de paso, atravesó una malla ciclónica que dividía el gran jardín de un pasillo del patio trasero. Todos los perros ladraban de asombro. Chessy también ladraba, pero enardecido.

—¡Si regresas te voy a poner en tu puta madre!
—¡Me vas a extrañar, grandulón!

          Fréinztek Kúrztens, tras una larga charla persuasiva, la noche anterior, con el director Múlinikh Faahr, del Instituto de Educación Secundaria, logró obtener de nuevo el puesto de profesor de ciencias y recuperar su grupo. La tarde del día en curso, 28 de Mayo, se presentó una hora antes de su clase, para conversar con el señor Nishimura, en el aula de docentes.

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