No hay mente que jamás haya atravesado la desdicha y el infortunio. Un alma en pena no tiene qué ser necesariamente un espectro, sino un espejo del tormento, que se manifiesta diariamente, inescrupulosamente o no, a través de personas comunes y corrientes. La justicia es siempre como un dios, y es que ayuda a unos, mientras que la desgracia de su abandono se sirve de cenar al resto. Al inmenso y desafortunado resto. Yéndose de la mano entre sí, tenemos la justicia carente, atormentando a quién fuese, inusitando las condenas impuestas y perjudicando, a razón de su apatía pero con gran escarmiento, a las gentes más nobles, desde párvulos hasta gerontes, indiferente de prácticamente todo y desentendida de consecuencias.
Una de éstas almas en desgracia, el señor Ptégonnikh Uchánsk, perseguía su muy reciente deseo de hacerse responsable de su cría indeseada, cargándole fuertemente en la consciencia, y obligándose a no ser el padre ausente que ya fue, y que le terminó costando muy caro. Disfrazado de conserje, fue al edificio Tarwenüng y se presentó con Carlos Costa, quién de hecho descansaba, y tenía una plática con su esposa.
—Disculpe, señor. Traje una solicitud de empleo y mi curriculum vitae. ¿Me podría mostrar las vacantes disponibles?
—¡Oh, por supuesto! Espéreme en la explanada, en este momento estoy descansando. No tardo.El señor Uchánsk se sentía muy incómodo, pues no estaba seguro de si su jugada resultaría. Rogaba porque nadie lo reconociese detrás de su disfraz, y es que tiene unas facciones de más únicas, sobretodo por una gran cicatriz que rodea todo su cuero cabelludo y que mucho trabajo le costó difuminar con base de maquillaje. Sentándose en una de las bancas de la explanada, esperó lo más paciente que su ansiedad le permitía.
Paralelo a ello, Kganeesha y Ktarkii paseaban por el parque Róju Tijájz, en la colonia Coladera, a una cuadra de la gran central de autobuses. Ambos estaban sumamente orgullosos de poder ser tan buenos amigos sin que la gente los vea como una pareja o que hagan apología de ello. Mientras tomaban un helado debajo de un gran zalate, Kganeesha recibió una llamada de su mamá. Se retiró un poco para contestar la llamada, y mientras lo hacía, Ktarkii acabó su ñeve. Al poco rato regresó, y se le miraba más contenta.
—¿Qué te dijo, Kgan? Te ves más feliz de lo habitual.
—Pues, quiere que vaya a Karnataka, su lugar de origen. Dice que me consiguió alguien para que sea mi esposo.
—Bueno, no tomes esto a mal, pero... Esas tradiciones me parecen feas. ¿No puedes escoger con quién casarte? ¿Sólo te consiguen a alguien y ya?
—Yo estoy acostumbrada a eso porque así son las tradiciones del sitio de dónde viene mi familia y no les veo lo malo en realidad.
—¿Has estado negando tus orígenes?
—¡No, no! Es sólo que yo no nací en Bharat. Yo nací aquí en Nosé, en el norte de Drompboh. Mis padres me mantuvieron hasta que cumplí la mayoría de edad. Luego se divorciaron. Terminaron bien. Papá vive en Arothzanizalinzovst. Se dedica a administrar centros cambiarios. Mamá vive en la ciudad de Bangalore, en el estado de Karnataka, Bharat, y es ama de casa, pero disfrutando de su pensión. Solía ser actriz.
—¿Bollywood?
—No, TV Azteca.
—¿Entonces irás a India?
—¡Bharat! India es ya hasta insultante.
—Hace tiempo me decías que la gente te pensaba de allá y negaste cualquier nexo. ¿Qué pasó, máster?
—Me arrepentí.
—¡A parte! ¿No estabas enamorada de Hathar Zívveles?
—Mucho... aunque, siendo realista, claramente no es para mí. No quisiera hacer todo el ejercicio que él hace.
—Kgan, su última exnovia era gorda como una oruga. A ti no te iba a ir mal.
—A parte, descubrí que es casado... Y gay. Me gustan las parejas homo, pero no cuando quién te gusta es parte de ese binomio.
—Podrías intentar voltearlo.
—Bueno... No lo creo posible. Sólo apóyame, ¿Sí? El avión saldrá para hacer escala en Sydney mañana a las 8 de la noche. Mi madre me reservó todo, me pagará todo.
—¿Le dirás a tu padre?
—Pues claro... ¿Qué clase de hija sería?
—Tu papá también es bharatí, ¿no?
—Sí, pero él es de Gujarat. Aún así, seguramente, estará de acuerdo.
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Zwölfmex
Humor¿Te gustan los finales non sequitur? A nosotros tampoco. Prepárate para las divertidas, algo extrañas y a veces románticas aventuras de un cuarentón soltero al llegar, con sus primos y su hermana, a la capital de un país hasta ahora desconocido. Pas...