T3C18: Penemalévolo.

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Tlibirzkóeye Grámarij Jlevanov, es un neurótico, ajado por la disociación diaria. Pelmazo como un guijarro y acostumbrado a tener todo en orden el 2 por cien de las veces. Su mantra personal es desconocido, y uno que otro lo ha escuchado murmurarlo como un estértor cuando todo se sale de sus manos. Entre que si tiene trastornos esquizoides o paranoides, la mayoría del tiempo luce normal. De niño era un excelente lector, pero su insistencia en las lecturas de terror psicológico dejaron sus cuestionables secuelas en su propio mundo. Él no está casado ni tiene pareja, pues se considera aro/ase. Su pasatiempo favorito es su trabajo, no practica ningún deporte porque es malo en todo —según él mismo—. Odia que lo comparen con Carlos Costa por su peinado pero no lo externaliza porque considera que no valdría la pena confrontar a alguien a raíz de cosas tan anodinas como esa. Independientemente de si se parece o no a Carlos, Tlib tiene una buena autoestima. Visita a sus padres cada que puede, en el estado de Tlibirzkóeye. ¡Qué Sorpresa! Su padre, Chonttaj Jlevanov, ama tanto a su lugar de origen que a su primogénito le puso así. Sus padres no se deben preocupar mucho por la descendencia, pues Tlib tiene más hermanos con carreras, familias y vidas consolidadas. Esto hace que las reuniones familiares deban realizarse en lugares grandes, pues cualquiera de las casas de los Grámarij o los Jlevanov acaba fácilmente abarrotada y con sobrecupo.

Ese día, 4 de enero, Tlibirzkóeye regresaba de vacaciones a su trabajo, como gerente de Recursos humanos. Se le veía alegre y ameno. Todos lo saludaban, pues muchos de los trabajadores lo aprecian por saber tratar a los demás. Es realmente raro ver un tipo de RH que realmente es humano.

—¡Hola Tlib!
—Buen día, Papvoloutróbulous P.
—¿Qué hay, Tlib?
—¡Hola, Fríj!
—¡Tlibirzkóeye, Buenos Días!
—Igualmente, Psáranikh.

Llegó a su oficina, en el centro del complejo de OPENDEJ. La empresa pudo resurgir de las cenizas, y volvió para quedarse. El trabajo deja de ser trabajo cuando amas lo que haces, y esto pasaba con él. Todo marchaba bien, y se ponía cada vez mejor, pues fue de los últimos en recibir el acumulado de los atrasos. Valió la pena el hambre y tener que bañarse cada semana, en lugar de diario. Era desagradable andar todo chamagoso y andrajoso.

En otro momento y lugar, Xu Wang miraba la televisión junto con su hermana y su cuñado. El sínico no dejaba de mirar al mulato con suma impresión. Verlos abrazados le provocaba náuseas. Su inquietud era tal que tuvo qué realizar preguntas estúpidas para romper el hielo, pero antes de, duró bastante mirándolos con repulsión.

—¿No sé besan... O sí?
—¡Guácala, Xu Wang! Eso es para gente que quiere hacer lo de aquella página de ciencias. —exclamó Tipton Kuleni.

La respuesta de Kuleni le pareció tonta, grosera y muy aniñada.

—¿Qué opinas de eso, hermana?
—Si él no quiere, no tengo por qué obligarlo.
—¡Pero si es algo Rikolino!

Feng Li se paró, tomó a Xu Wang de la mano y se dirigieron a dónde Kuleni no pudiese escuchar

—¡Maldita sea, Xu Wang! ¡No sabes las ganas que tengo de besarlo! ¡No puedo creer que le dé asco! ¿Le da asco la acción de compartir salivas? ¿Seré yo quien le da asco? ¡Ayúdame!
—Róbale uno y ya... No sé.
—¡Tú ya cogiste! ¡Debes saber más de estas cosas!
—Pero sólo fue una vez.
—¡Y vas a tener un mini Xu Wang!
—¡Odio recordar que seré padre!

Ambos regresaron a la sala, Feng Li se acurrucó entre los brazos de Tipton. Xu Wang sólo fue a servirse jugo y sentarse en un cómodo sofá individual en una posición inconveniente para sus vértebras lumbares. Durante los siguientes minutos, reinó el silencio. Hasta que...

—¿Pero no tienes ganas ni de un mundano piquito, aunque sea?
—¡Amor, no! Eso es cosa de gente grande.
—¡Por favor! ¡Xu Wang ya hasta tuvo sexo!

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