T1C8: Sínicos Cínicos

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          Vanya viajaba por los cielos, ya que su nueva ligereza le impide caminar. Ahora, en cuanto a lo físico, realmente no siente nada. No hay hambre, no hay sed, no hay tenesmo ni orgasmo. No hay ganas de comer nada pero lo que sí hay y, de hecho, persisten, son los sentimientos. Ser inmortal e intangible precisa ser algo muy complicado. Por nada del mundo quisiera pasar lo que le está ocurriendo al inocente Vanya.

A lo lejos pudo observar un niño que lo vio y se asustó. Vanya exclamó "¡Carajo, doy miedo!".
Sin duda temía ser alguien, valga la redundancia, temido, pues siempre fue dócil con cual sea la persona que se atravesara en el no muy afortunado camino de su existencia física. Ahora deberá trabajar en sí mismo, en ver si la eternidad, que al parecer es algo que a todos nos ocurrirá, será algo excelente o será un complejo laberinto mental que deteriore las ganas de ser alguien infinito.

Dejando de lado lo que le deparará a Vanya, Albert está muy molesto por la llamada que acababa de recibir, puesto que a él —y es un caso aislado— ya le habían hecho la broma un par de veces antes.

—Lo siento, Fernanda, pero esos cabros porquería me tienen hasta la madre. ¡Ya me amargaron la cena!
—A mi amigo Abiatti le hicieron lo mismo, sus primos investigaron y dejaron de lado todo avance porque le restaron importancia.
—Diles que por favor, continúen. Si vuelvo a recibir una llamada de ese tipo me va a dar algo... Me descontrolaré. No soy fácilmente irritable pero esto no me agrada.
—Vale. Relájate. Continuemos con la cena. Este Shchoyontaru¹ es excelente.
—Sí, y esta ensalada Qazerovita² sabe de lujo. Mejor me calmo... A pesar de ese infortunio, la noche ha sido espectacular.

Fer, terminando la cena, llamó a Abiatti. Éste respondería positivamente a las peticiones de Albert, por lo que se retomará la investigación que se dejó hace días. Tal y como lo había dicho, Fer visitaría a Arelly para platicar sobre lo sucedido, sólo que era ya muy tarde, pero ambas tienen la ventaja de vivir en el mismo lugar, el edificio Tarwenüng.

—Hola, mocosa ¡Échalo todo!
—Joder, por dónde empezar... Me llevó a un restaurante muy... de caché, muy moderno y lujoso. Pedimos una cena exótica, al parecer es comida local.
—Menos mal que por aquí sí venden tacos.
—En efecto ¡Benditos sean los migrantes mexicanos!
—Continúa.
—Bueno... La plática fue muy amena, muy interesante. Estamos hechos el uno para el otro... Sin duda.
—¿De veras lo crees? A penas se conocen.
—Lo sé, pero no vamos a ser una pareja aún. Nos veremos periódicamente... Tenemos que conocernos bien el uno al otro.
—Pero ¿Qué eso no le va a quitar el sabor?
—¿De qué hablas?
—Pueden aburrirse el uno del otro...
—A ver ¿Quieres... o no quieres que empecemos de una vez?
—¡Eres mía, mocosa!
—¿Estás celosa?
—No, sólo bromeo. La verdad me da igual si ustedes hacen de las suyas. Sólo te recuerdo... Sales de una relación y luego luego empiezas otra, y otra, y ya no sé qué más puedo decirte al respecto. Me preocupa que te acostumbres a tener a alguien a quien llames "amor". No todo en la vida es eso. La dependencia a estar todo el tiempo pegado a alguien es una de las más difíciles de superar.
—Ya, pues. No te esponjes, niña. Estoy convencida de que todo irá de maravilla.
—Eres impredecible, Fer. Pero tus novios lo son más. Ten cuidado.
—Eso le dije a tu hermana antes de que tuviera a su primer hijo.
—No fuiste la única. Pero sí quien más se lo recalcó.
—Y pues... Ya ves... Tutti-frutti.

Abiatti, a la mañana siguiente, se reunió en su casa, con Gabo y Cema, para retomar el caso de las llamadas telefónicas de juego. La finalidad estaba en dar con los responsables.

—Muy bien Gabo, ¿Qué llevamos? —Preguntó Abiatti.
—El número y los bromistas son de orígen chino. Tienen un número no rastreable. Los perpetradores conocen a las personas a quienes hacen las bromas. Cielos... No tenemos muchos datos, pero con lo que hay y con lo que sea que hagamos, debe de funcionar. —Agregó Gabo.
—¡Oigan!
—¿Qué pasa, Cema? —Preguntó Abiatti.
—Ya sé qué deberíamos hacer. Hay que preguntar casa por casa si conocen el número. —Ideó Cemanol.
—Pues si ya han recibido de aquellas llamadas apócrifas, sin duda reconocerán el número. —Dijo Abiatti.
—Bueno... Preguntemos a Nosfón³, ellos deben de tener algo en sus registros. —Propuso Cemanol.
—Muy cierto, Cema. Deberíamos preguntar a alguien miembro de allí que nos permita acceder a su información, o que por lo menos nos brinde la información necesaria. —Gabo le dio la razón.
—Sí. Menos mal que existe el Iddinfo⁴. —Dijo Abiatti. —Si nos dan una respuesta coherente y veraz que encaje con lo que buscamos, esos bromistas por fin caerán.

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