— Buen día, señor Raúl.
El hombre no respondió a la risueña recepcionista, en su lugar, solo asintió y siguió derecho hasta los vestidores. El gimnasio estaba casi vacío a esa hora. Dejó su pequeña mochila en la banca y de ella sacó un par de guantes y una toalla. Se quitó la playera, dejando que su torso firme y peludo se airara, se colocó una camiseta y, tras sentarse, se quitó los pantalones, quedando solo en unos calzoncillos ajustados que se ceñían de forma cómoda a su virilidad, se acomodó los testículos, acarició los vellos que sobresalían del elástico y, notando el espejo frente a él, se puso de pie y contempló su cuerpo.
A sus treinta y dos años, su figura era casi envidiable, tenía una cabellera abundante, pero bien recortada, ojos brillantes y cansados, cejas anchas y abundantes, así como una barba cerrada que conectaba con sus patillas que mantenía rebajada. Sus pectorales duros, así como sus hombros anchos y brazos como troncos, mostraban avances de más de cinco años de gimnasio. Todo su torso estaba cubierto por una fina capa de vello que se espesaba al bajar por su ombligo. Su espalda era ancha, sus glúteos eran firmes y sus piernas robustas mantenían la armonía con su cuerpo. Raúl tenía un cuerpo envidiable de tono moreno claro.
Se miró por completo, bajando su vista hasta llegar a sus rodillas y, tras suspirar, consideró tomarse una foto, pero apenas tomó su celular, la idea desapareció al instante, negó para sí y, al escuchar voces llegar a los vestidores, no perdió más tiempo y se colocó una playera de tirantes con unos shorts holgados. Tras ponerse sus tenis y guardar sus cosas en un casillero cercano, salió al área de pesas.
El lugar apestaba a sudor, desodorante, talco y otros olores diversos, la poca ventilación no ayudaba. Las luces alumbraban todo el amplio sitio, sin dar lugar a sombra alguna, el ambiente era afable y una que otra botella de agua vacía estaba tirada en el suelo. No era un mal gimnasio, pero tampoco era el mejor. Fue cómodo para él ya que le quedaba cerca del trabajo y los equipos no eran tan viejos, les daban mantenimiento constante, pero aún así había una que otra máquina con su cartelito de «fuera de servicio». Al menos la anualidad le había salido barata.
Raúl caminó sin prisa, el día había sido largo, su trabajo como fisioterapeuta independiente no era del todo exigente, permitiéndole tener control sobre su carga de trabajo y una decente estabilidad económica. Listo, se colocó el auricular derecho y, al ladear el rostro para ponerse el izquierdo, vió a un par de individuos: una mujer agraciada y coqueta de marcadas caderas y a un toro robusto con algo de panza.
Parpadeó dos veces, había escuchado en su trabajo de esos... ¿seres? Pero era la primera vez que veía uno en persona. En los medios les llamaban «agrestes» y, fuera de su cabeza y algunas otras características animales, su fisonomía no distaba mucho de la de un humano común y corriente.
El toro agreste se mostraba algo incómodo, incluso apenado. Llevó la mano tras su nuca, resaltando el par de enormes cuernos y orejas puntiagudas, el movimiento le obligo a bajarse la orilla de la playera para no evidenciar más su panza. Sin evitarlo, su mirada viajó por el lugar y chocó de frente con la de Raúl, quien lo miraba fijo con aire malhumorado, incomodándose más y escondiendo su cola entre sus piernas, cuando, llegando con un saludo estridente, un hombre sonriente se les acercó y, saludando a la mujer de beso, le estrechó con una gran sonrisa la palma al hombre toro.
Raúl lo reconoció al instante, era el empalagoso de Ramón Martín, con su sonrisa de oreja a oreja y su actitud de «soy amigo de todos» que tanto le fastidiaba. Ramón intercambió unas palabras con el toro, lo tomó del hombro y, reconociéndolo, hizo un comentario que le sacó una sonrisa y una carcajada a la mujer. El toro, más tranquilo y con una invitación, siguió a Ramón y a su amiga a una maquina cercana. En el movimiento, Ramón logró ver al fondo a Raúl y levantó la mano con efusividad para saludarle, a lo que el hombre, gruñendo, se limitó a ignorar como siempre mientras colocaba pesas para hacer press de banca.
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La balada de los pecadores: Fabula Drakone
Приключения- Damas y caballeros, niños y niñas. Bienvenidos a nuestra humilde función. El día de hoy presentaremos una obra llena de emoción, acción, terror y amor. Ramón Martín, un carismático y efusivo gymbro, ha decidido hacerse amigo del tosco Raúl Navarr...