41 - Que descanses

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Redacción: Ernesto Esquivel D.

Historia y personajes: Garrick.



El coche de Pierrot surcaba las calles, el enmascarado conducía con determinación, mostrando una sonrisa de oreja a oreja, mientras que Rentería, también alegre, ocupaba el asiento del copiloto. Raúl, por su lado, en la parte de atrás, se hallaba durmiendo profundo, como si estuviera bajo el efecto de alguna droga. La gema estaba ejerciendo su influencia sobre el fortachón y, poco a poco, estaba reemplazando su corazón.

— ¡Tu participación fue de gran ayuda! — celebró Pierrot a Rentería —. Estoy ansioso por presentarte a mi jefa — exclamó con emoción —, seguro te lo agradecerá de sobremanera, ella y su hermano — mencionó —. No dudo que podrán recomendarte para cualquier trabajo que tú...

Al dar la vuelta en el coche, hacia la calle que daba a las instalaciones de Edison, ambos se dieron cuenta que una nube negra emanaba del edificio. Sus sonrisas se desvanecieron por completo.

— Mon Dieu... — susurró el enmascarado, sintiendo una fuerte presión en el pecho.

— Huele a muerte — advirtió el sabueso, olfateando de forma rápida, con el pelaje erizado. 

Pierrot aceleró hasta llegar a la entrada, la cual estaba destruida en su totalidad; había fuego, humo y marcas de violencia por doquier. Francesco estaba a punto de bajar rápido, hasta que Rentería lo tomó del brazo, impidiéndoselo.

— No, no vayas — pidió el sabueso —. No sé qué haya ahí adentro, pero es peligroso... demasiado peligroso — añadió con una inquietante seriedad —. Lo mejor es que nos vayamos... Algo ahí... me aterra.

Pierrot, tragando saliva, sabía que Rentería tenía razón, incluso él se sentía intranquilo. Sin embargo, con determinación, se soltó con cuidado de la mano del canino.

— Debo ir — expresó, decidido, buscando algo dentro de los bolsos de su saco —. Iré a comprobar, no tardaré, pero... si algo me pasa... — pausó, sacando una tarjeta de contacto, y dándosela a Rentería — toma el coche, escapa y llama a este número.

— ¡Espera! No debes...

Pero Pierrot, armándose de valor, no dudó y bajó del coche, entrando a las destruidas instalaciones, mientras Rentería lo miraba con preocupación, con deseos de acompañarlo, pero detenido por un miedo primal.

El enorme enmascarado cruzó por todo el humo que rodeaba el lugar y, al dar unos pasos dentro, en el pasillo principal, comenzó a sudar frío al ver una brutal masacre de cuerpos desmembrados, algunos que parecían masticados y otros torturados, que lo aterraron por completo. 

Francesco se apresuró a caminar, agitado, atónito e intentando sobreponerse, mientras corría a la sala principal, presintiendo lo peor sobre su jefa, con una pesada sensación en el pecho. A cada paso había más y más cuerpos, haciendo que Pierrot fuera incapaz de comprender qué fue lo que había ocurrido.

Cuando se percató que los ascensores no funcionaban, usó una puerta segura, subió las escaleras de emergencia y, al llegar por fin a la sala principal, sus ojos de dilataron por completo, y la impresión en su corazón golpeó más fuerte al ver a Edison y Mersenne que yacían en el suelo, alrededor de escombros y humo negro.

De inmediato, corrió hacia ellos y se arrodilló, palideciendo al no ver reacción al tocarlos, por lo que, colocando sus dedos en el cuello de la cierva, tomó sus signos vitales y se aterró al notar que no tenía pulso. Lo mismo hizo con Edison, pero ya era demasiado tarde. 

Los ojos del ciervo estaban cerrados, mientras que los de Mersenne permanecían abiertos, así que, con profundo respeto y oprimiendo los dientes, Pierrot los cerró con su propia mano, para después inclinar la cabeza, sin comprender lo que pudo haberles pasado.

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora