Redacción: Ernesto Esquivel D.
Historia y personajes: Garrick.
Al caer la tarde, don Mario, Ramón, Raúl y Mauricio llegaron a una casa de madera, que se encontraba en medio de un solitario bosque, casi en la nada, construida con roble fino y resistente, y un portón que adornaba su fachada.
Navarro y el oso, cojeaban de a ratos por la golpiza que les habían dado, los moretones eran evidentes, y el dolor, en las costillas y la espalda, aparecía de repente, pero decidieron no mostrarse débiles. Además, la curación de don Mario y Ramón les ayudó a sentirse un poco mejor.
Entre los tres muchachos, Raúl, el tigre y Mauricio, llevaban bolsas de plástico en sus manos, donde traían provisiones suficientes para los días que estarían ahí, por su parte, don Mario llevaba unas llaves consigo, que, al acercarse a la puerta grande, introdujo una en la cerradura.
— ¿De quién es esta casa? — preguntó Mauricio, ojeando lo poco que se podía ver de la residencia de entre los barrotes que la protegían.
— De un viejo amigo — respondió don Mario, abriendo el portón —. Se llama Estio — añadió, y con un gesto indicó a todos que entraran —. Aunque también es mía. Me la regaló hace tiempo como muestra de amistad — recordó con cariño mientras los jóvenes entraban.
Dentro, descubrieron que había un jardín sin podar, una mesita donde debía haber una sombrilla y, al fondo, la enorme casa. Raúl y Mauricio se miraron entre sí, asombrados.
— Parece que mi amigo Estio no ha estado aquí en mucho tiempo — reconoció don Mario con algo de tristeza —. Ojalá esté bien... él... tiende a salir mucho — se limitó a explicar.
Los cuatro subieron la pequeña escalera de madera hacia la entrada de la residencia. Con las llaves en mano, don Mario abrió la puerta hecha de pino, provocando un rechinido disonante que resonó en el interior del lugar, confirmando su soledad.
La casa estaba oscura, poco iluminada por la luz del sol que se filtraba desde la entrada, dejando ver que los sillones de la estancia estaban cubiertos por sábanas blancas. El olor era único, con un toque húmedo, casi mohoso.
— Guarden en el refrigerador toda la comida, por favor — pidió don Mario a los muchachos —. La cocina está ahí, al lado de la sala — señaló con su mano.
— Pero... — pausó Raúl, tentando un interruptor al lado de la puerta — Ni siquiera hay luz.
— 'Orita arreglo eso — mencionó el señor, confiado.
Mientras los muchachos metían los ingredientes al refrigerador apagado, don Mario salió a la parte trasera de la casa, donde subió los tres interruptores del generador que se hallaba ahí, activando la energía dentro del hogar.
El padre del tigre regresó con los hombres, sonriéndoles, suspirando al tener la comida y la luz asegurada.
— Pues ya está — declaró, satisfecho —. ¿Qué tal la casa, eh? — todos ojeaban cada espacio del lugar, asombrados, notando el polvo en los muebles, el estilo rústico que la caracterizaba, el tamaño enorme del sitio, y las escaleras que llevaban a otro piso —. Cada que pasaba algo, mi amigo Estio y yo nos quedábamos de ver aquí — recordó viejos tiempos —. Está bonita, ¿no?
— Está chida, la verdad — respondió Mauricio.
— Demasiado grande — señaló Raúl, comenzando a tener dudas.
— ¡Pues tomen asiento! Están en su humilde hogar — pidió don Mario con amabilidad, haciendo que todos quitaran las sábanas de los sillones y se sentaran; los muchachos en el sillón de tres, Mauricio y Raúl con sumo cuidado debido a los moretones en sus cuerpos, mientras el padre del tigre, en el individual, su favorito.
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La balada de los pecadores: Fabula Drakone
Aventura- Damas y caballeros, niños y niñas. Bienvenidos a nuestra humilde función. El día de hoy presentaremos una obra llena de emoción, acción, terror y amor. Ramón Martín, un carismático y efusivo gymbro, ha decidido hacerse amigo del tosco Raúl Navarr...