15 - Mátalos

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Historia, personajes y redacción: Garrick.



— Lo primero será esperar a la noche, mientras menos visibilidad, mejor — explicaba don Mario. 

Sobre el solitario Raúl, una enorme luna llena alumbraba el techo del museo. 

— Parece broma, pero en la azotea, hay un pequeño sistema de ventilación, que, aunque no es más grande que una persona, conecta de cerca con una ventila y esa tiene acceso a uno de los armarios de limpieza — señaló el hombre en un plano — tendrá que doblarse un poco, ese cuerpesote suyo será un inconveniente, pero podrá pasar si se retuerce bien. 

— ¿Cómo consiguió eso? — cuestionó Raúl viendo el mapa sobre la mesa del comedor. 

— Preguntas como esa, al final. Concéntrate, muchacho. 

Raúl salió por la ventila, lleno de polvo y suciedad. Intentó no toser ni estornudar, guardó silencio y una vez que se aseguró de que no hubiera nadie cerca, encendió una pequeña lamparita que traía consigo, pero al escuchar unas pisadas a lo lejos, la apagó de golpe. 

— ¿Seguridad?

— Dos guardias mal pagados, el presupuesto para esa clase de exhibiciones se derrocha más en el sistema de alarmas que en ellos, lo más probable es que estén cansados y somnolientos.

Un hombre con linterna y porra en el cinturón bostezó justo al lado de la puerta donde se escondía Raúl. 

— ¿Cómo sugiere abordarlos?

— Mátalos. 

— ¡¿Qué?! — Raúl respingó por la declaración de don Mario.

— Es broma, muchacho — rió con malicia —, tienes varias opciones: noquearlos, desmayarlos por asfixia o sedarlos, pero considerando que debes actuar rápido...

 El guardia sintió dos toques en su espalda y al girar, un duro golpe, directo al mentón, lo noqueó al instante. 

— Esta área de la mandíbula inferior — explicaba don Mario levantando la barbilla y señalándose —, es demasiado voluble debido a la proximidad con el cráneo, ya que el nervio trigémino es uno de los principales de la cara. Pero, como no tenemos control de cuanto tiempo puedan estar inconscientes...

Raúl tomó el cuerpo del guardia, lo metió al cuarto de limpieza y lo amordazó de forma rápida con cinta adhesiva de ductos plateada, mucha cinta plateada. 

— ¿Hey, colega, por qué tardas tanto? — una voz se escuchó a través de una radio en el cinturón del noqueado — Te dije que no tomaras tanto café. 

Raúl tomó el comunicador y lo activó, tosiendo un poco.

— Se me cayó un poco — respondió raspando la voz —, ¿podrías venir ayudarme a limpiar?

— ¡Si serás pendejo! Si algo se mancha nos echarán a la calle — refunfuño con coraje el otro guardia. 

— Perdón.

— ¿Perdón? ¡Ni madres! Tú vas a limpiar, ve sacando un trapo o trapeador y reza porque no se note nada. 

El guardia llegó a la zona furioso, pero al encontrarla desolada, su carácter se enfrió y comenzó a sospechar. 

— ¿Colega? ¿Dónde diablos...?

Apenas pronunció un quejido seco cuando, tras de él, apareció Raúl, con pasamontañas negro y, de un golpe, lo dejó inconsciente. 

— Ok, digamos que me encargo de ambos guardias — el par hacía de comer, aprovechando todo el tiempo posible mientras la enfermera cuidaba a Ramón —. ¿Qué seguiría?

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora