79 - Pesadillas

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Redacción: Ernesto Esquivel D.

Historia y personajes: Garrick.



En medio de las pocas comodidades de la cárcel de Carabancel, se hallaba Pereza, viendo desde unos barrotes el vasto cielo. El lugar había sido alterado con sistemas de calefacción, alumbrado cálido y cientos de comodidades modernas, televisión, computadora e incluso internet, pese a ello, el silencio reinaba en el lugar. Reflexivo, Acedio intentó despejar su mente.

— Si tan solo hubieras preferido un cuerpo, ¿cómo sería? ¿De carne y hueso o artificial? — preguntó Pereza a la IA, con seriedad, alejándose de los barrotes, comenzando a caminar por todo el lugar.

— Aunque no lo creas, tener un cuerpo digital tiene sus ventajas — respondió Ira, con desdén —. No necesito dormir, comer, ni realizar tareas mundanas inútiles. 

— Tampoco puedes soñar, reír o acostarte con alguien — mencionó el conejo —. No puedes sentir ni cansarte — consideró reflexivo.

— Esas son cosas innecesarias y poco útiles — secundó la inteligencia artificial, mientras que la voz de Pereza opacó la suya.

— Son lo que hacen que la vida valga la pena, Ira — discrepó el conejo —. Nos conectan con los demás y, al final, son aquellas por las que disfrutamos tanto estar aquí.

Hubo un silencio incómodo en medio del lugar, hasta que Ira lo rompió.

— De ser ese el caso, no comprendo por qué me despertaste — comentó, molesto —. No parece que compartamos la misma determinación a la hora de conquistar el mundo.

— Para mí eso solo era algo para entretenerme — se sinceró el conejo, con las manos en el bolsillo mientras cruzaba las instalaciones sin prisa alguna —, la verdad es que todo esto me parecía muy aburrido y era lo único que me provocaba un poco de interés, pero poco a poco mi recipiente influyó en mí y comencé a ver el mundo con otros ojos.

— ¡Lo que hiciste fue bajar tus expectativas! — despreció Ira, subiendo el volumen.

— No, no, no — Pereza levantó y movió un dedo índice —. Más bien, comencé a valorar el ahora — le corrigió —. Es más, cada vez que uno de nosotros era sellado, comprendí que habían obtenido aquello que más querían — reflexionó el conejo —. Como dijo alguna vez Soberbia: «Se fueron con la cara en alto», ya no tenían razones para seguir aquí.

— Eso solo demuestra que perdieron el enfoque — exclamó Ira, tajante —. A pesar de todo, el mundo aún puede estar bajo nuestro dominio.

— ¿Eso es lo que en realidad quieres? — cuestionó Pereza, incrédulo, deteniéndose aun con un pie en el aire.

— ¡Por supuesto! — respondió de inmediato — ¿Acaso tú no?

Pereza quedó pensativo por un instante, dirigiendo su mirada a una ventana, otra vez al cielo, detrás de los barrotes.

— No lo sé... — reflexionó — Tú... ¿no puedes crear mundos dentro de ti, como en una simulación?

— Claro que puedo — respondió Preter —, pero no tiene sentido crear y conquistar un mundo virtual. Yo quiero uno real. 

El conejo se queda callado por un momento, pensativo, mientras se aleja de los barrotes y vuelve a caminar lento, alrededor del lugar.

— Mucho de todo lo que tienes por dentro, es virtual, ¿no? — meditó Pereza, colocando su mano en su barbilla —. Tu razonamiento es artificial al igual que tu personalidad base, tus cálculos, pensamientos y estimaciones se hacen de forma digital. La representación de tu ser es un ente incorpóreo de algoritmos y bases de datos. Siguiendo esa idea, entonces no eres real.

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora