76 - Míseras monedas

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Redacción: S. González.

Historia y personajes: Garrick. 


Una moneda salió despedida en el aire, aterrizó en el dorso de la mano de Avideco y éste la tapó con su palma. 

— ¿Cara o cruz? — preguntó el dragón de Komodo. 

— Cara — pidió Pereza, que se tapaba los ojos con las orejas de conejo, intentando dormir. 

— Cruz — confirmó el reptil —, yo iré primero. 

— ¿Cómo pueden dejar sus destinos en manos de un juego de azar? — pronunció Ira con desprecio, a través de los altavoces de Carabancel —. Juegan con las probabilidades sin entenderlas, típico defecto de seres a base de carbono. 

Acedio bufó, burlándose del comentario de Preter. 

— No te preocupes, colega — amonestó Avaricia a la IA —, pronto podrás hacer lo que te plazca. 


En el gimnasio, Raúl levantó la barra, era mucho menos peso de lo que estaba acostumbrado, la vara metálica no tenía discos y Ramón, atento, vigilaba que su novio no se esforzara más de lo necesario. 

— ¡Eso, muy bien! — celebró el hombre cuando Navarro terminó la serie. 

El tigre se sentó, le ardía el pecho y sentía un malestar general en todo su cuerpo, estaba un poco mejor, pero necesitaría más tiempo para sanar por completo. Hablaban entre ellos cuando les llegó un mensaje a sus celulares: «Reunión urgente en la gran carpa de circo», decía. 

— ¿Qué pasa ahora?, ¿otra calamidad? — preguntó Ramón. 

— No lo sé, lo mejor será ir cuanto antes — reconoció Raúl, con resignación. 

Con prisa, llegaron a la carpa todavía sudorosos, Don Mario, Rentería, Spavento, los cuatro ases, el oso Mauricio, Il Dotore, el alquimio Estio, Júpiter y Evangeline estaban presentes, todos los recibieron con miradas extrañas, reunidos alrededor del ruedo del circo.  

— Hey — saludó Navarro —, ¿qué es lo que ocurre?

— ¿Quién mandó el mensaje? — inquirió Ramón. 

— Eso mismo íbamos a preguntarles — declaró Rentería.

— ¿Ustedes no lo hicieron? — interrogó Evangeline.

La pareja negó con la cabeza y todos intercambiaron miradas inquietas, una especie de tensión comenzó a crecer con rapidez entre el grupo. 

— Alguien nos quiere aquí — declaró Rentería con su pelaje encrespado —, es una trampa. 

De la nada, una explosión de llamas surgió al centro de la carpa, materializando una puerta de aspecto pesado y en extremo ornamentada. Una vez descubierta, se abrió, dejando pasar una figura de cuerpo imponente, escamado y vestiduras elegantes, asemejando un importante ejecutivo. La calamidad de la avaricia emergió delante de todos. Avideco saludó inclinando la cabeza, causando que los presentes tomaran posiciones de batalla para enfrentarse a la recién llegada calamidad. 

Antes de que la puerta infernal se desvaneciera en otro espectáculo flamígero, el general Diógenes entró, su rostro pálido, sin ojos ni nariz, incomodó a todos mientras sonreía de oreja a oreja con sus incontables dientes serrados. Su cuerpo, en extremo delgado y encorvado, junto con su saco de arpillera a la espalda, lo hacía material de pesadillas. 

Avaricia alzó una mano, pidiendo calma y, sereno, se dirigió al grupo. 

— Agradezco que hayan atendido mi llamado. 

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora