81 - Tercera llamada

32 5 0
                                    

Redacción: Ernesto Esquivel D.

Historia y personajes: Garrick.



— No — Raúl miró con desagrado a cada integrante de la familia D'larte —. No quiero tratos con ninguno de ustedes.

— ¡Acabamos de salvarlos! — replicó Fierabrás, ofendido — Ingrato.

Ramón, Estio y Mauricio miraban con desconfianza la carpa improvisada de los enmascarados, mientras los cuerpos dormidos de don Mario y Júpiter yacían a su lado.

Pierrot se colocó frente a Raúl, serio.

— No hemos sido del todo honestos — admitió el enmascarado, severo consigo mismo —, pero compartimos un enemigo común y si no unimos fuerzas...

— ¿Nos matarán? — interrumpió Mauricio con amargura.

— La familia D'larte se ha encargado de la protección de reyes, magistrados y gobernantes — explicó Spavento, colocándose detrás de Pierrot, tomándolo de los hombros y secundando sus argumentos —, nunca actuamos por cuenta propia, pero esta vez es diferente. Necesitamos tanto de su ayuda como ustedes de la nuestra — habló con sinceridad —. Mentiría si dijera que me arrepiento de mis acciones, portador, pero esta situación requiere de un trabajo en conjunto. Ustedes son pocos y nosotros no podemos sellar a la calamidad.

Raúl se mantuvo en silencio por un momento, con la mirada perdida mientras sopesaba la propuesta.

— ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones? — cuestionó Navarro a Spavento, tajante.

— Trabajar en equipo y asegurar el bienestar de todos — respondió de inmediato el líder de la familia —. Si solo pudiera pedir una cosa, sería ver a mis hijos con vida cuando todo esto termine — se sinceró el padre D'larte, provocando sorpresa en sus hijos.

— Padre... — exclamaron, mientras Spavento les mostró sonrisa triste.

Raúl, mudo, intentó encontrar una respuesta en la mirada de sus compañeros; Estio asentía, mientras Mauricio negaba. Ramón se mostraba pensativo.

— Podrían atacarnos cuanto todo esto acabe — consideró Mauricio en voz alta, desconfiado.

— No pasará — refutó el padre D'larte —, pero si mi palabra no es suficiente... — hizo una pausa, llevándose las manos al rostro. 

Sin abrir los ojos y, antes de que sus hijos, sorprendidos, pudieran detenerlo, se quitó la máscara, dejando a todos en un silencio absoluto. Además, como si no fuera suficiente, puso una rodilla en el suelo y colocó una mano en su corazón.

— Hago la promesa de que ni mis hijos ni yo tenemos intención alguna de actuar en su contra — declaró Spavento, con la cabeza inclinada en señal de humildad y respeto.

El hombre levantó la cabeza de golpe, revelando una barba salpimentada que se mezclaba con su cabello también salpicado de gris. Sus facciones estaban marcadas por líneas de expresión profundas. Cejas espesas y bien definidas acentuaban sus ojos oscuros y penetrantes. Su nariz ancha y recta se destacaba en un rostro robusto y angular. Aun así, Raúl pudo ver a un hombre que, por primera vez, estaba decidido a hacer lo correcto. Raúl negó con la cabeza cuando, para su sorpresa, secundando a su padre, los hijos se arrodillaron tras él, cada uno de ellos mirando al suelo.

— Por favor, ayúdenos — pidió Diamantina, agobiada.

— Por favor — repitieron los hermanos.

Raúl volvió a sopesar la propuesta cuando, tomándole del hombro, vio a Ramón, asintiéndole. El tigre tomó aire y giró para volver a ver a los D'larte, inclinados hacia él.

— Acepto — resopló, provocando la sonrisa de todos —, pero con una condición — pausó, haciendo que la alegría de la familia se transformara en inquietud —. No volverán a trabajar con nadie más después de esto, al menos no en actividades turbias, fatales o ilegales.

Spavento bajó los ojos y asintió con resignación, mientras sus hijos se miraron entre sí. 

Raúl se acercó al hombre y le extendió la mano. El padre de la familia, con un suspiro de alivio y un peso menos en sus hombros, aceptó el gesto. Raúl lo levantó, poniéndolo de pie frente a él, manteniendo una mirada de serenidad.

Estio y Mauricio se voltearon a ver, pensativos, mientras Ramón asentía con una sonrisa al ver a Raúl y Spavento cara a cara.

— Hey, ya llegaron — habló una voz entrando a la carpa.

Era Il Dotore, deteniendo su camino de tajo al mirar con sorpresa a Spavento.

— Hermano, hacía años que no veía tu rostro desnudo — el líder de la familia se ruborizó —. Supongo que eso quiere decir que el portador accedió a nuestras súplicas — giró para ver a Raúl —. Gracias, portador — el médico hizo una reverencia mientras Spavento se ponía de vuelta su máscara —. Veo que traen dormidos con ustedes — miró a don Mario y Júpiter en el suelo —, nosotros también tenemos uno.

— Puedo despertarlos — aseguró Estio, agitando un frasco en su mano.

— Perfecto, eso nos ayudará a que todos estemos reunidos para poner en marcha los planes — mencionó Il Dotore —, hay poco tiempo.

— ¿Poco tiempo? — cuestionó Ramón, extrañado.

— Mientras más duerma la gente, más pesadillas salen de ellos — retomó Spavento.

— Y con más pesadillas, esas cosas gigantes emergen — añadió Pierrot.

— No perdamos tiempo — aplaudió con fuerza el doctor —, despertemos a todos y preparémonos para la segunda llamada.

En medio de la terraza de un edificio, Esponjoso y Pereza estaban reunidos. El koala dio una bocanada a su puro y, soplando por su nariz, dejó que el humo inundara la ciudad. La luna estaba en lo alto y la ciudad entera, roncaba en un sueño profundo.

— Creo que ya están todos dormidos, jefe — reconoció Esponjoso —. Con las pesadillas tendremos suficiente material para hacer otros cinco Nefelibatas más — celebró.

Pereza bostezó, preocupando a su general.

— Hagámoslo entonces — aceptó Acedio con desgano.

— ¿Pasa algo, jefe? 

— Sin nadie que se oponga todo esto es...

A lo lejos, el par escuchó una campana que llamó su atención. El sonido se esparció por toda la ciudad, resonando en cada rincón y creando un coro que armonizó el ambiente con su eco constante.

— Hay alguien despierto — sonrió Pereza, quien, a lo lejos, vio un destello salir de las calles, subir a lo alto y explotar en un abanico de colores y luces, asombrándolo.

Esponjoso se quedó boquiabierto al ver esto. A lo lejos, cuatro carpas multicolor brillaban intensas entre las calles, adornadas con reflectores que danzaban al ritmo de la noche.

— ¿Qué significa eso? — replicó el koala antes de que un torrente lo lanzara por la orilla del edificio al suelo.

 Pereza giró el rostro y, al ver la causa, sonrió.

— ¡Damas y caballeros, niños y niñas, bienvenidos a nuestra humilde función! — habló una voz con ayuda de un megáfono —. ¡Esta noche la familia D'larte los deleitará en un espectáculo lleno de acción y sangre! ¡Nos acompañan valientes aliados que, aunque no lo parezcan, nada tienen de ordinarios! ¡Abandonen su letargo y permitan que los entretengamos en este espectáculo lleno de magia, dolor y trucos! ¡Con algo de suerte, cuando cierre el telón, saldremos vivos de esto!

Pereza reconoció a Arlequín, acercándose junto con Raúl y Ramón. 

— ¡Tercera llamada, comenzamos!


La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora