— Un trabajo excepcional, agente Rentería. No dude que mis superiores le tendrán en gran estima.
El rinoceronte tomó la gema falsa en sus manos, apreciándola con gratitud desbordante. Tras lo cual, sacó de sus ropas un grueso sobre que dio al sabueso.
— Gracias, comandante Gutiérrez — Rentería dio un vistazo rápido al interior del envoltorio, encontrando varios billetes de alta denominación.
— Por cierto, tengo otro caso que quizá...
— De momento, quiero descansar un poco — le interrumpió el canino.
— Bueno... es una lástima, pero si cambia de opinión, no dude en contactarme.
El par se estrechó la mano y Maximiliano salió de la comisaría, subiendo a un coche que le esperaba fuera.
— ¿Se percataron del cambio? — preguntó Pierrot una vez que Rentería cerró la puerta.
— Ni siquiera miraron la copia — respondió con burla.
— Aunque la examinen a profundidad, no encontraran problema alguno — aseguró el enmascarado comenzando a manejar.
El par había regresado a entregar de vuelta la gema y cumplir la asignación del agente.
— Nadie comprende el peligro que se avecina — declaró el sabueso.
Pierrot se detuvo en un semáforo rojo y girando el rostro, vio a su amigo, reflexivo, mirando por la ventana con un semblante preocupado por el futuro.
— Es mejor así, mientras más ignorantes del peligro que les rodea, mejor será para mantener la calma, es lo que madame siempre decía — el recuerdo hizo que el enmascarado respirara profundo.
— Oye, no fue tu culpa — Rentería, animándole, puso su mano sobre la de Pierrot, dándole un fraternal apretón.
— Quizá... si hubiera estado con ella...
— Hubieras muerto — evidenció Maximiliano —. Ella, su hermano y toda la tecnología de su lado no fue suficiente para detener a esas... cosas, incluso, contigo presente — Rentería, serio, volvió a presionar la mano de su amigo —, el resultado hubiera sido el mismo.
— Pero yo...
— Tienes una familia que te ama — le silenció —, sé que tú también los quieres, hubiera sido una perdida terrible para ellos y para mi si algo te hubiera pasado.
Pierrot, al escuchar la declaración, giró el rostro.
— ¿Para ti también?
— Claro, somos amigos.
Los dos se miraron, había mucho por hablar, pero el coche detrás les tocó el claxon, el semáforo estaba en verde y ellos no avanzaban. Pierrot, sonriendo de forma fugaz, continuó su camino.
— Entonces... ¿de dónde conoces a mi hermano? — preguntó Francesco.
Rentería levantó los ojos y se limitó a negar con la cabeza.
— No sabía que eras parte de este circo, Catrín.
Maximiliano recordó el momento donde, en privado, tuvo una breve conversación con su conocido.— Me pregunto si no me estará confundiendo, mi buen agreste — Arlequín se hizo el interesante.
— ¡¿Confundiendo?, mis pulgas! — Rentería olfateó un par de veces para asegurarse — ¿Acaso esconde algo, abogado Marco?
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La balada de los pecadores: Fabula Drakone
Aventura- Damas y caballeros, niños y niñas. Bienvenidos a nuestra humilde función. El día de hoy presentaremos una obra llena de emoción, acción, terror y amor. Ramón Martín, un carismático y efusivo gymbro, ha decidido hacerse amigo del tosco Raúl Navarr...