16 - No fue suficiente

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Historia, personajes y redacción: Garrick.



Don Mario, cansado, intentó en vano crujir su espalda. Harto, se puso de pie y con pesar, miró a Ramón, dormido, inmóvil. Checó su reloj, iban a dar las cuatro de la mañana, si la misión había tenido éxito, Raúl ya debería de estar cerca y si no, las noticias lo reportarían en la mañana. 

El hombre caminó a la ventana, a lo lejos, el paisaje de la ciudad se mostraba discreto a la luz de la noche. El trafico era casi nulo, las estrellas se escondían tras algunas nubes y la luna prestaba su luz de forma tímida. Don Mario giró, apoyó los codos en la cornisa, cerró los ojos y levantó la cara, las enfermeras iban y venían por el pasillo, la luz titilaba con dolor y el sonido constante de los monitores de signos vitales taladraba los tímpanos del hombre. 

De repente alguien cerró la puerta y cuando Don Mario abrió los ojos vió sorprendido a Raúl, golpeado, con una chamarra cubriendo su torso desnudo lleno de moretones. 

— ¿Pero qué...? — el padre, preocupado por el aspecto del hombre, dio un paso al frente.

— Aquí... — de sus pantalones, Raúl sacó una piedra clara, tenía una transparencia opaca y era poco más pequeña que su puño. 

— La gema — sus ojos se abrieron por completo. 

Don Mario tomó la piedra de la mano de Raúl, le agradeció con la mirada y sin tomar más tiempo, caminó con ella hasta Ramón, le descubrió el pecho y puso la gema sobre él. 

Los dos aguardaron, esperaron en silencio, conteniendo la respiración. Un brillo, que el dormilón abriera los ojos, alguna clase de milagro. Pero nada. Esperaron todo un minuto, después dos, pero con cada segundo su esperanza se despedazaba. Tras cinco minutos, ambos miraron al suelo, derrotados. 

— Lo lamento, doc — al fin, Don Mario tomó la palabra —, le hice pasar todo esto por nada — reconoció abatido, casi al borde del llanto.

— No diga eso, don. Ramón es mi amigo, haría eso de nuevo si con ello despierta — le aseguró tocándole el hombro. 

Raúl miró a Ramón, durmiendo, inmóvil, dio un par de pasos para acercarse a él y le tomó del brazo.

— Perdona, campeón. Al parecer la gema no fue suficiente. 

Con un cariño lastimado, Raúl tomó las manos de Ramón y las cubrió con las suyas, dejando la piedra en medio. Y así, la gema emitió un destello fugaz, pero evidente tanto para Navarro como para Don Mario, quienes se miraron con sorpresa y, de repente, la máquina de signos vitales comenzó a emitir una alerta emergente. 

— Su pulso — alertó Don Mario viendo el aparato dar señales mixtas, tras lo cual, se escucharon a las enfermeras afuera acudir al lugar —, la gema, guárdela. 

Apenas lo hubo hecho, un grupo de enfermeras entraron a la habitación.

— ¿Qué pasa? — preguntó Raúl. 

— No sabemos, salga por favor — respondió un enfermero. 

— ¿Va a estar bien? — insistió Navarro, preocupado. 

— Lo sabremos pronto, retírese. 

Con tosquedad, sacaron al par y cerraron la puerta mientras revisaban a Ramón.   

Raúl miraba a la puerta, asustado, intranquilo, cuando Don Mario le tomó del hombro. 

— Quizá... quizá la gema funcionó — intentó tranquilizar el padre, pero Raúl estaba intranquilo —, venga, doc. Esperemos sentados, mientras cuénteme, ¿qué ocurrió? 

Don Mario llevó a Raúl a unas bancas cercanas y, una vez sentados, hablaron de lo que había pasado, del enmascarado Pierrot y de la enigmática cierva. Mientras lo hacían, ellos estaban al pendiente de las enfermeras que iban y venían del cuarto de Ramón, haciendo pausas varias veces, atentos al mínimo comentario o acción. Don Mario escuchaba en silencio, atento a la historia de Navarro, sorprendido por todo lo que había pasado. 

— ¿Señor Alvarado, señor Navarro? — una doctora salió del cuarto y de inmediato el par se levantó y se acercó con prisa. 

— Doctora, ¿mi hijo está bien? — preguntó don Mario. 

La mujer pensó sus palabras. 

— Su vida no corre peligro — aseguró incluso parece que está a punto de despertar. 

— ¿Pero? — cuestionó Raúl. 

— Quizá... deban verlo por ustedes — sin más, la doctora regresó a la habitación indicándole al par que la siguieran. 

Los hombres se miraron por un instante y de inmediato siguieron a la mujer. La habitación estaba tranquila, todos los enfermeros ya se habían retirado. 

— Ya hemos visto estos casos, sobre todo en pandemia y aunque hay algunos pocos hoy en día, siguen siendo sorprendentes para mí — reconoció la doctora —. Regresaré en un rato, tomen su tiempo.

El par se adentró y moviéndose un poco, Ramón comenzaba a despertar de su letargo, pero ellos permanecieron quietos, atentos, asimilando la escena. 

Saliéndose de la cama, una figura enorme y musculada, de pelaje color manila, comenzaba a espabilar, tenía franjas en sus inmensos brazos y por fuera de la cama sobresalía una cola afelpada con la punta negra. Con un movimiento, la sábana cayó mostrando enormes piernas con rayas y pies con almohadillas en la base, por el cuello, se notaba un tono de piel más claro, que subía hasta llegar a sus pómulos y se perdía en su hocico, con grandes bigotes. Sus orejas se sacudieron y abriendo la boca para un enorme bostezo, dos hileras de dientes eran coronadas por enormes colmillos puntiagudos. Al fin sus ojos se abrieron y un par de pupilas doradas se dilataron por el contraste de la luz. El ser, confuso, buscó con la mirada hasta toparse con el par.

— ¿Papá? ¿Bro? — pronunció con una voz profunda, aunque familiar — ¿Qué ocurre?

Pero el par no dijo nada, en su lugar, solo cerraron la distancia que los separaba y con cariño, con los ojos humedecidos, abrazaron a un atigrado Ramón.


La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora