74 - ¿Recuerdas aquella vez?

19 6 4
                                    

Redacción: S. González.
Historia y personajes: Garrick.



— Deja que te ayude, querida — suplicó Don Mario, viendo a su esposa moviéndose por la cocina con maestría, haciendo ondear su hermoso vestido blanco.

— Pon la mesa, amor, la comida ya casi está lista — pidió la mujer. 

Ramón se hallaba en el comedor con los brazos cruzados sobre la mesa y la barbilla hundida en ellos, veía a su madre con ojos hinchados por el llanto, por momentos recuperaba la compostura y se notaba firme, pero en varias ocasiones el sentimiento lo abrumaba y las lágrimas brotaban. 

— ¿Qué ocurre, hijo? — la madre le acarició la espalda, confortándolo. 

El joven se inclinó hacia ella para recibir un abrazo amoroso. 

— ¿Te vas a ir de nuevo? — preguntó Ramón entre sollozos.

— Es lo más probable — dijo la mujer intentando serenarse y apretando la cabeza de su pequeño contra su cuerpo —, pero me iré tranquila, como la última vez. 

Don Mario se acercó y tomó la mano de su esposa, apretándola contra su pecho. 

— Cuando te fuiste se me rompió el corazón — se sinceró el padre con una voz quebrada y, con sus fuertes brazos, rodeó a su familia. 

— Los extrañé mucho — pronunció la mujer con un hilo de voz, Ramón sintió una lágrima caer en su frente que su madre secó con la mano —, el tiempo pasó distinto para mí, siento que desperté y... que ya han pasado los años. Pero hay que aprovechar el momento, aunque durará poco, no teman, por favor — aseguró acariciando la mejilla de su marido y la cabellera de su hijo —, la casa se ve bien, ustedes han crecido mucho, han tenido aventuras y han hecho cosas grandiosas.

Entre suspiros para serenarse se sentaron a la mesa, la madre había dispuesto tres platos hondos con comida humeante. 

— Vamos a comer — pidió ella, alegre —, quiero que me cuenten todo. Les hice un guisado de plátano, espero que les siga gustando. 

— Si lo hiciste tú, mamá, desde luego — elogió Ramón, limpiándose la nariz con una servilleta. 

Los hombres probaron el platillo, el sabor les envolvió la boca y sus ojos volvieron a humedecerse, pero tragaron el nudo en la garganta junto con la deliciosa comida. 

— Hace tanto que no probaba esto — Don Mario intentó no llorar en vano, superado por la melancolía —, tu comida siempre fue la mejor, cariño — el padre tomó la mano de la madre —. Te he echado tanto de menos. 

La mujer se levantó y abrazó a su esposo por la espalda, rozando sus tersas mejillas con el áspero tacto de la barba del hombre. Ramón, viendo el amor entre sus padres, se incorporó y sacó su celular. 

— Quédense así, les tomaré una foto — pidió apuntando la cámara hacia la pareja. 

— ¿Con eso? — preguntó su madre, confundida al ver el dispositivo tan compacto. 

— Las cosas han cambiado mucho — reconoció Don Mario. 

— Pero deja de llorar, querido — observó la mujer con una sonrisa cariñosa, dispersando las lágrimas de su esposo con los pulgares —, saldrás con los ojos llorosos. 

Ramón y Don Mario respiraron hondo, dando su mejor esfuerzo para calmarse, el hijo tomó varias fotos de sus padres, en unas se besaban, en otras la mujer abrazaba al hombre y viceversa, incluso su madre se sentó en el regazo de su padre, levantó una pierna y un brazo mientras se sostenía con el otro del cuello del hombre, riendo y siendo felices por lo que ese momento durara. 

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora