49 - Custodios de las gemas

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Redacción: Ernesto Esquivel D.

Historia y personajes: Garrick.



La luz del atardecer se veía impresionante desde la amplia terraza de una construcción en aparente abandono. A pesar de su vacío, Spavento había dispuesto una sala para exteriores, con tres sofás y una mesita en el centro, todo bajo una carpa color sepia. El imponente enmascarado, serio, tenso y pensativo, estaba sentado en uno de los sillones individuales, mientras que Estio, con una sonrisa de oreja a oreja, ocupaba el sofá más grande, jugueteando con sus pies sobre la mesita. Por un momento, la mirada del niño se dirigió al atardecer, apreciando el sol ocultándose detrás de unas montañas y pintando todo con una luz naranja que caracterizaba aquella hora mágica, incrementando su felicidad al admirar aquella bella estampa.

Momentos después, de una estrecha puerta lejana vieron llegar a dos individuos. Uno de ellos era un hombre corpulento, velludo, con una expresión de desconfianza y tensión marcada en su rostro. El otro, en contraste, mostraba un porte áspero, caminando con seguridad y determinación. A pesar de sus diferencias, compartían una característica particular: una cicatriz atravesaba uno de sus ojos.

El niño y el enmascarado, rápidos, se levantaron de los sillones. Con efusividad, Estio hizo un gesto para llamar su atención, mientras Spavento los observaba con detenimiento.

— Ya nos vieron. Además, somos los únicos en la terraza, no es nece...

— ¡Aquí! — gritó el niño, juguetón y feliz, ignorando las palabras del enmascarado.

El par, con una seriedad cálida, terminaron por acercarse al infante y al enmascarado.

— ¡Hola! — exclamó Estio, emocionado, saludando con la mano a los recién llegados con entusiasmo, para luego señalar a su acompañante — Él es Spavento — luego, presentó a los recién llegados —. Y ellos, son el coach: Iván Bronco, y Olivino, los custodios de las gemas. 

El enmascarado, con mirada analítica, extendió con firmeza la mano a ambos, siendo correspondida por cada uno. 

— Un placer conocerlos — se presentó el Spavento.

— El gusto es nuestro, aunque me preocupa tanta insistencia y misterio — confesó Bronco, serio, manteniendo fija su mirada curiosa en enmascarado —. Esa máscara es muy elegante.

— Gracias — mencionó serio, aunque halagado —. Tengo el conocimiento de que los cazadores también tienen buen gusto — el par se miró complacido.

— Les hablamos para alertarlos de algo que está pasando y que podría suceder en el mundo entero — exclamó el niño Estio, desvaneciendo su alegría y preocupando a sus invitados.

Tanto Estio como Spavento les explicaron a detalle todo lo que estaba pasando con las gemas, los pecados, los conflictos que habían tenido y, tras ponerlos al día, Olivino e Iván quedaron pensativos, compartiendo miradas preocupadas.

— Es por ello — retomó el enmascarado —, que quisiéramos pedirles su ayuda, y ver la posibilidad de que nos permitan tener en nuestras manos las gemas que ustedes tienen bajo su cuidado.

— Las gemas son mi responsabilidad — replicó Olivino a la defensiva, lo que llevó a Bronco a tomarlo del hombro. 

Girándolo suave, se miraron el uno al otro y compartieron un gesto que apaciguó a Olivino.

— ¿Son tan peligrosas esas calamidades? — cuestionó Bronco, volteando a ver al alquimio y al enmascarado.

— Peor de lo que creen — desde el bolsillo del pantalón de Bronco, en su celular, sonó una voz femenina en el altavoz. 

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora