11 - María

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Redacción: Blackjoey

Historia y personajes: Garrick.


— Hola, fortachón, ¿cómo has estado?

— Eh, María, ¿qué pasa? — respondió Raúl en la llamada.

— ¿Qué pasa? Que ya no te he visto. No hablas, no llamas, no escribes. ¿Todo bien?

— Ah, eso — reconoció —. Sí, he tenido mucho trabajo.

— Pues eso se acaba hoy, galán. Salgamos, tengo ganas de verte.

Raúl se separó del celular, respiró hondo, destensó los hombros y, preparado, respondió.

— Está bien — aceptó resoplando —, nos vemos donde siempre.

Sentada en el exterior de un café, María, de conjunto blanco y negro, labios rojos y mirada radiante, abrió los ojos por completo al ver a llegar a Raúl, usando aquella camisa blanca remangada que dejaba ver sus amplios bíceps, pantalones ceñidos y unas botas a juego.

— Hola, guapo — expresó la mujer levantándose de su asiento para abrazarlo —. Cada vez que te veo estás más grande.

— ¿Tú crees? — preguntó sin emoción, sentándose junto a ella.

— Claro que sí, fortachón — aseguró regresando a su asiento y posando una mano sobre el muslo de su acompañante —. Pero dejemos eso de lado y cuéntame, ¿cómo te trata la vida? ¿Por qué ya no llamas? ¿Acaso ya tienes novia?

Raúl se gesticuló una mueca burlona y negó con la cabeza.

— Nada de eso. He tenido trabajo y no quiero quedar mal con mis clientes.

— Tampoco respondes a mis mensajes — refutó María.

— Discúlpame, sabes que soy malo para esas cosas — se excusó mientras veía pasar a la gente, pensando, sin querer, en los pendientes del día.

— Hay alguien más, ¿verdad? — aseguró la mujer, provocando que Raúl levantara una ceja y la mirara por primera vez desde que llegó.

— No, sigo siendo yo, mi soledad y yo.

— No lo creo — respondió dudando —, hay algo distinto, te veo diferente.

— No sé qué veas, cariño, pero sigo siendo un lobo solitario, apenas tengo tiempo para entrenar por las noches y trabajar en el día.

— No digas eso, fortachón — tocó la mano de Raúl, sintiéndola áspera, dura, casi rasposa —, no estamos hechos para estar solo, necesitas cariño, amor, yo quisiera darte eso y más, pero cada intento que hago contigo lo rechazas.

— No estoy listo para una relación, María — se sinceró bajando la mirada.

— Yo sí.

El hombre levantó la cara, observando a su acompañante. Era una mujer muy bella, una profesionista con su propia empresa de publicidad y eventos, la había conocido en uno de sus tantos trabajos como masajista y desde el primer momento, ella se cautivó con aquel ejemplar de macho, fornido, viril, serio, formal, pero él nunca había cedido a sus encantos. Raúl tomó aire y se percató de la dulce fragancia de la mujer, suave, delicada e hipnótica, después, la miró a la cara, su piel blanca y tersa, contrastaban con el delineado negro de sus ojos y su labial rojo. Ella lo miraba fijo, con algo más que simple cariño.

Raúl, tragó saliva y consideró la oferta, una belleza de mujer para un macho como él, una oportunidad única sin lugar a dudas, todo le era conveniente. Solo tenía que decir que sí.

— María, yo... — de repente, un fuerte brazo lo rodeó del cuello y, con rapidez, llevó su cara a la axila húmeda de su atacante.

— ¡Hola, bro! Te vi sentado y dije «a ese wey yo lo conozco, lo voy a saludar» — sorprendió Ramón Martín, despeinándolo.

— ¡Órale, cabrón! ¡Espantas!, uno aquí bien tranquilo y llegas de trancazo — Raúl, gruñendo, tomó a Ramón por reflejo, y, sujetándolo, comenzó a picarle las costillas, haciéndolo reír mientras ambos forcejeaban.

María los miraba en silencio, dos hombres jugando como niños, resoplando, luchando por vencer a otro, por mostrar dominio. Miraba contenta el espectáculo hasta que vio a su fortachón, por primera vez, sonreír. La escena la golpeó con todo. Ella lo había intentado cientos de veces, besándolo, acariciándolo, jugando con su cabello, cocinándole, dándole presentes, él agradeció cada uno de sus gestos, estoico, frío, distante, pero, ahora con su amigo juguetón, Raúl sonreía de oreja a oreja mientras lo sometía.

La mujer sonrió con tristeza, resignada se levantó de la silla, sacó un billete que colocó sobre la cuenta y volteó a ver a los muchachos.

— Me dio gusto verte, fortachón.

— ¿Ya te vas? — Raúl soltó a Ramón de golpe, retomando toda su atención a la mujer.

— Mil disculpas, señorita — expresó el intruso —. Me llamó Ramón Martín. No era mi intención entrometerme, solo estaba de paso, vi a mi amigo y quise saludarlo.

— No te preocupes — sonrió la dama.

— María, yo...

La mujer se acercó con tranquilidad, acarició la cara de Raúl y le besó en la mejilla. Ramón Martín, sin comprender del todo por qué, se sintió incómodo al ver aquel gesto, obligándolo a voltear la cara.

— Tenía razón, fortachón, ya tienes a alguien — declaró con una seguridad abrumadora.

— No estoy viendo a ninguna mujer — refutó Raúl.

— Siempre fuiste muy brillante — sonrió la mujer, acariciándole el brazo —, pero para algunas otras cosas eres un tontillo. Martín — volteó la mujer mirando al recién llegado — cuídalo mucho, ¿quieres?

— Eh, esto...sí, claro.

La mujer se alejó sonriendo, resignada, robando miradas y suspiros a su paso.

— Ehhhh, bro, ¿metí la pata? — Ramón, apenado, llevó la mano tras la nuca.

Raúl vio partir a la mujer, suspiró, sonrió y regresó la mirada a su amigo.

— Naaa, nada de eso. De hecho llegas en buen momento, mi panza ruge, vamos a comer antes del gym. Yo invito.

— ¿Estás seguro? Creo que se veía algo triste.

— ¿Eso crees? — Raúl miró a la calle sin poder distinguir a María entre las demás personas que pasaban — Cuando se fue yo la vi más tranquila que nunca — aseguró para después ver a su amigo con un semblante sincero —. Jamás entenderé a las mujeres, apenas y te entiendo a ti.

Raúl miró a Ramón pensativo, sonriéndole, le sujetó del cuello, regresándole la llave con la que lo había sorprendido.

— No te preocupes, ándale, vamos a comer, campeón. Cuéntame, ¿qué tal te fue buscando chamba?

— La verdad no muy bien — reconoció con vergüenza.

Raúl soltó su agarre y, en su lugar, abrazó por el hombro a su compañero y comenzó a caminar con él.

— No pasa nada, Ramón, vamos por algo para que te animes, ¿quieres tacos o cemitas?

— Aw, bro. Lo que tú quieras está bien para mí.

— Naaa, déjame consentirte, campeón. Pidamos ambos, ¿te parece?

— ¿Con harta salsa?

— Toda la que quieras.


La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora