32 - Sé quién es

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Redacción: S. González.

Historia y personajes: Garrick.



La sensación era diferente. No se hallaba en el suelo como esperaba, sino que sus gruesas manos palpaban algo suave. Abrió los ojos y parpadeó para ajustar su visión, algo faltaba. Llevó los dedos a su rostro, el dolor del movimiento le hizo recordar su derrota. Todo su cuerpo se tensó, y la horrible sensación le hizo apretar los dientes. 

De pronto, notó algo que le hizo quedar frío, su mano no tocaba lo que debería tocar, abrió mucho los ojos, y en un reflejo fortuito trató de sentarse de golpe. La cama rechinó, y el dolor lo doblegó como nunca, centrándose en la espalda y el abdomen, aunque en realidad, sentía todo el cuerpo magullado.

— Mi... mi máscara — balbuceó entre gemidos de dolor.

Como una acción involuntaria, se dejó la mano cubriendo una porción de su rostro. Ahora que lo notaba, en su cara también ardían los golpes de la derrota, ahora cubiertos por parches y gasas. 

— ¿Estás bien?

Pierrot reconoció la voz, y sin mover más que su cabeza intentó identificar de dónde provenía. A su alrededor, vio un lugar austero, la cama y una cocineta ocupaban la mayor parte del lugar y, en medio de la estancia, apoyado sobre una mesita, unos rasgos caninos se definieron mientras sus ojos se terminaban de acostumbrar a la poca luz del lugar que una ventana, con las cortinas corridas, dejaba pasar. 

— ¿Dónde está mi máscara? 

Rentería llevaba una taza en la mano, humeaba. Con la mano libre hizo una seña rápida al rostro del hombretón.

— Estabas bastante lastimado, era quitártela o curarte a través de los agujeros. Me decidí por lo más lógico.

Pierrot, con sus bellos ojos verdes, atravesó al sabueso, provocando que encrespara su pelaje gruñendo en respuesta, pero, controlándose, Rentería tragó saliva y, haciendo gala de un temple férreo, dio un sorbo de su té.

— Tienes suerte de que hubiera estado cerca. Estaba trabajando, pero de pronto olfateé tu aroma, la sangre expuesta tiene un olor mucho más potente. Intenté curarte lo mejor posible, pero será mejor que vayas a un hospital. 

— Mi máscara, ¿dónde está? 

La frialdad de Francesco ocasionó que el pelaje de Rentería se encrespara de nuevo, pero se controló dando un sorbo largo a su té. 

— Bueno..., estaba rota y empapada en sangre, las heridas se te habrían infectado. La reparé y lavé. Se está secando. 

Rentería hablaba con respeto, y Pierrot lo notó. 

— Parece que sabes de lo que hablas. 

— Lo sé — reconoció el sabueso con cierta nostalgia —, hace tiempo fui un luchador enmascarado también. Sé lo que sientes por esa máscara. 

Francesco sintió alivio, haciendo que se relajara y, bajando la mano, descubrió su rostro, cincelado, cuadrado y varonil. 

— Gracias por hacerlo, es un símbolo que me recuerda a mi familia — agradeció Pierrot, sorprendió a Rentería, quedándose a medio sorbo —. Hace mucho que no los veo, pero cada vez que estamos juntos es una experiencia grata, como una celebración a lo grande. 

La capa de sinceridad desapareció de un momento a otro, haciendo recordar al hombretón en dónde se encontraba, y con quién. 

— Dime, ¿por qué me ayudaste? 

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora