12 - Un cachito de hojaldra

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Redacción: Blackjoey.

Historia y personajes: Garrick.


— Aún no tengo chamba, pero le estoy echando ganas. Papá ya está mejor, desde que empezó a tomar su medicina y seguir su nueva dieta, ya no ha tenido problemas. Raúl se ha vuelto un gran amigo, sin duda — Ramón sonrió y se sonrojó —. Es un gran hombre, estoy seguro que te gustaría mucho, sabe muchas cosas. Ojalá pudiera ser más como él — con tranquilidad tomó un poco de aire —. Hoy le he invitado a comer — el pensamiento invadió su cabeza, recordándole sus pendientes —. Cierto, tengo que comprar algunas cosas.

Ramón Martín se levantó del pasto, sacudió la tierra que se había pegado en su pantalón y miró la lápida con cariño.

— Bueno, ya me voy, 'amá. Regresaré pronto y te contaré como salió todo. Te amo.

El hombre se despidió moviendo la palma de la mano y caminó de vuelta a la entrada del cementerio.

Mientras caminaba observó a los alrededores cientos de personas que se encontraban en el lugar preparando todo para la celebración del día de muertos. Gente limpiaba las tumbas de sus familiares, el cempasúchil relucía he inundaba el ambiente con su dulce fragancia combinándose con el incienso. Al fondo, un grupo de mariachis tocaban frente a una tumba de tierra recién cavada mientras los familiares se abrazaban, cantaban o lloraban en resignación mientras escuchaban las piezas musicales que sonaban desde los instrumentos; alegres, tristes y melancólicas. Ramón sonrió con respeto y continuó su camino.

En su calle, algunos vecinos colocaban ofrendas para recordar a sus difuntos. Sobre mesas con largos manteles descansaban jícamas, cañas de azúcar, naranjas y guayabas en forma piramidal. Panes, hojaldras y algunas cazuelas de barro que contenían guisos variados rodeaban las imágenes de sus seres queridos. Las ofrendas más sencillas estaban adornadas con papel picado de múltiples colores y figuras, pétalos de cempasúchil marcaban el camino para llegar a la mesa e imágenes religiosas. Las ofrendas más grandes mostraban varios pisos de altura, platos con sal, vasos con agua, espejos, calaveras de azúcar y chocolate, adornadas con flores de cempasúchil y terciopelo en patrones rodeando cada uno de los niveles.

La calle se había convertido en un corredor de ofrendas donde todos apreciaban a la muerte y sus distintas caras. Ramón caminó lento, deteniéndose en los altares un momento y sonriendo de oreja a oreja al ver el amor expresado. Frenó su andar al ver que una de las ofrendas era distinta, en lugar de guisos, croquetas ocupaban su lugar, las calaveritas de azúcar fueron sustituidas por galletas en forma de huesos, no había un vaso con agua, sino un traste con el líquido. Observando esos detalles, vio la foto colocada en el centro, un pequeño poodle de rizos blanquecinos que mordía un osito de peluche posando sobre un sillón.

El hombresote suspiró cuando, sin esperarlo, un ruido cercano atrajo su atención. Buscando el origen de aquel sonido, encontró un callejón. Extrañado, sin recordar haber visto antes aquel lugar, se acercó, observando hacia el fondo, donde encontró un altar diferente a aquellos por los cuales acababa de pasar. A los lados de las paredes de adobe, un círculo de pétalos morados y anaranjados marcaban los límites de una mesa. Dentro halló elotes, calabazas, granos de arroz, semillas, agave y, en donde debería encontrarse el retrato, observó espantado su propia imagen, pero después del susto sonrió comprobar que miraba un espejo.

— Místico, ¿no?

Martín dio un saltó al escuchar esas palabras, palideciendo al observar como dos figuras emergían del fondo del callejón, primero una mujer con un largo vestido negro, bordado colorido y un tocado de rosas adornando su negra cabellera que caía sobre sus hombros. Por su parte, el hombre portaba un traje prehispánico, con un peto dorado, brazaletes en pies y manos, además de un largo y pronunciado taparrabos.

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora