44 - Un poco de helado

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Don Mario se recargó en el marco de la puerta, mirando a su hijo moviéndose de un lado a otro, abriendo cajones y sacando ropa para meterla en una mochila.

—    ¿Qué haces, hijo? — preguntó, sabiendo de antemano la respuesta.

—    Voy a encontrar a Raúl, me necesita — declaró el felino sin voltearlo a ver.

El tigre aún llevaba algunos vendajes en el cuerpo, al igual que Don Mario, y había aprovechado que Mauricio salió a comprar comida para comenzar a empacar sin que el ursino se opusiera.

—    ¿Y sabes dónde empezar? — cuestionó el papá.

—    No, pero quedándome aquí no podré encontrarlo — replicó Ramón.

—    Te podrías enfrentar a muchos peligros.

—    Seré precavido.

Don Mario suspiró exasperado ante la terquedad de su hijo.

—    Habrá gente que se interponga en tu camino — argumentó el padre.

—    Pelearé si es necesario — respondió metiendo una camisa mal doblada de golpe en la mochila.

—    Podría estar muerto — advirtió el señor.

Ramón se detuvo de golpe, poniendo ambos puños tensos en la cama y agachando la cabeza. Don Mario percibió la duda y el pesar en su hijo.

—    Entonces... lo traeré de vuelta y le daré un buen entierro — declaró Ramón con convicción y resignación.

El padre no discutió más las acciones de su hijo, estaba claro que deseaba intentarlo aún si la meta fuera distante o fatal.

—    ¿Tanto lo amas? — preguntó Don Mario.

—    Sí — respondió Ramón sin vacilar.

El tigre cerró la mochila, se la puso al hombro y se volvió hacia la puerta, al ver a su hijo acercarse don Mario no se movió.

—    No me detengas, padre — suplicó.

—    No, no lo haré, de hecho... — el señor alzó el brazo, sacando otra mochila ya preparada —, iré contigo — aseguró, sorprendiendo a su hijo —. Raúl ya te salvó dos veces, sería una vergüenza si yo no diera todo de mí por ayudarle después de todo lo que ha hecho por nosotros — explicó el padre, decidido.

—    ¿En verdad? — el felino sonrió, conmovido.

Así, en sintonía, se dirigieron hacia la puerta, planeando las posibles acciones a tomar.

—    Hay que esperar a Mauricio, al menos, mijo — declaró Don Mario dejando su mochila en la mesa —, quizá él tenga ideas para comenzar su búsqueda.

—    No debería estar lejos — Ramón no dejó su bolsa, sino que se dirigió a la entrada —, deja veo si ya viene...

El tigre abrió la puerta, y lo primero que vio fue un puño a punto de tocar, ahí estaba Raúl.

—    Ah... hola — habló Navarro, despistado al ver a padre e hijo a punto de salir.

Ramón y Don Mario se quedaron mudos, sin creer lo que veían, el reaparecido alzó la mano en un saludo incómodo.

—    ¿Van de salida? — dijo intentando romper la tensión.

El tigre se abalanzó hacia su novio, abrazándolo y llorando de felicidad, Raúl se dejó caer, sintiendo los besos que le plantaba el felino.

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora