Don Mario se recargó en el marco de la puerta, mirando a su hijo moviéndose de un lado a otro, abriendo cajones y sacando ropa para meterla en una mochila.
— ¿Qué haces, hijo? — preguntó, sabiendo de antemano la respuesta.
— Voy a encontrar a Raúl, me necesita — declaró el felino sin voltearlo a ver.
El tigre aún llevaba algunos vendajes en el cuerpo, al igual que Don Mario, y había aprovechado que Mauricio salió a comprar comida para comenzar a empacar sin que el ursino se opusiera.
— ¿Y sabes dónde empezar? — cuestionó el papá.
— No, pero quedándome aquí no podré encontrarlo — replicó Ramón.
— Te podrías enfrentar a muchos peligros.
— Seré precavido.
Don Mario suspiró exasperado ante la terquedad de su hijo.
— Habrá gente que se interponga en tu camino — argumentó el padre.
— Pelearé si es necesario — respondió metiendo una camisa mal doblada de golpe en la mochila.
— Podría estar muerto — advirtió el señor.
Ramón se detuvo de golpe, poniendo ambos puños tensos en la cama y agachando la cabeza. Don Mario percibió la duda y el pesar en su hijo.
— Entonces... lo traeré de vuelta y le daré un buen entierro — declaró Ramón con convicción y resignación.
El padre no discutió más las acciones de su hijo, estaba claro que deseaba intentarlo aún si la meta fuera distante o fatal.
— ¿Tanto lo amas? — preguntó Don Mario.
— Sí — respondió Ramón sin vacilar.
El tigre cerró la mochila, se la puso al hombro y se volvió hacia la puerta, al ver a su hijo acercarse don Mario no se movió.
— No me detengas, padre — suplicó.
— No, no lo haré, de hecho... — el señor alzó el brazo, sacando otra mochila ya preparada —, iré contigo — aseguró, sorprendiendo a su hijo —. Raúl ya te salvó dos veces, sería una vergüenza si yo no diera todo de mí por ayudarle después de todo lo que ha hecho por nosotros — explicó el padre, decidido.
— ¿En verdad? — el felino sonrió, conmovido.
Así, en sintonía, se dirigieron hacia la puerta, planeando las posibles acciones a tomar.
— Hay que esperar a Mauricio, al menos, mijo — declaró Don Mario dejando su mochila en la mesa —, quizá él tenga ideas para comenzar su búsqueda.
— No debería estar lejos — Ramón no dejó su bolsa, sino que se dirigió a la entrada —, deja veo si ya viene...
El tigre abrió la puerta, y lo primero que vio fue un puño a punto de tocar, ahí estaba Raúl.
— Ah... hola — habló Navarro, despistado al ver a padre e hijo a punto de salir.
Ramón y Don Mario se quedaron mudos, sin creer lo que veían, el reaparecido alzó la mano en un saludo incómodo.
— ¿Van de salida? — dijo intentando romper la tensión.
El tigre se abalanzó hacia su novio, abrazándolo y llorando de felicidad, Raúl se dejó caer, sintiendo los besos que le plantaba el felino.
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La balada de los pecadores: Fabula Drakone
Pertualangan- Damas y caballeros, niños y niñas. Bienvenidos a nuestra humilde función. El día de hoy presentaremos una obra llena de emoción, acción, terror y amor. Ramón Martín, un carismático y efusivo gymbro, ha decidido hacerse amigo del tosco Raúl Navarr...