Fuera de la catedral, una espesa niebla cubría las calles, la sensación era fría y a lo lejos, los llantos se habían aplacado un poco. Toda la ciudad se había cubierto de colores cenicientos y opacos tonos pasteles.
Raúl miró alrededor y al instante vió a Envidia, caminando sin prisa por una calle desolada. Sin perder tiempo, el tigre avanzó tras él.
Mientras andaba, en algunas casas, personas de ropas grises hablaban molestas, a veces, ofendidas.
— ¿Cómo es posible que se hayan peleado solo por una tonta herencia? — exclamaba un revivido, por completo insultado — Somos familia, ¿cómo pudieron olvidar eso? — hablaba con severidad a un par de adultos que, con la cabeza agachada se limitaban a pedir perdón mientras lágrimas de vergüenza caían por sus ojos —. ¡Olvídenlo! Si tantos problemas les causa, hablaré con mi abogado ahora mismo y ustedes quedarán en la calle, quizá sí aprendan algo de humildad.
— Pero... — intentó hablar uno de los herederos.
— ¡Pero nada! ¡Si van a actuar como pobres diablos, vivirán como pobres diablos! — sentenció el fallecido mientras llamaba por teléfono.
Raúl miró y escuchó apenas la escena, sin detenerse en absoluto para no perder rastro de la calamidad. De nuevo, el llanto de la gente llegó a sus oídos, pero esta vez no era de alegría, era de vergüenza, de pena y de arrepentimiento.
— ¡Me maltrataste, lastimaste a nuestra familia y ahora no queda ni la sombra de lo que alguna vez fuimos!
— ¡No, no! — lloraba el familiar, arrodillado, con las manos en la cabeza, jalándose el pelo como si quisiera despertar de una pesadilla —. ¡Tú estas muerta, no debes estar aquí, no me merezco esto! — vociferaba entre su llanto.
— ¡Pero aquí estoy! ¡Pensé que habrías cambiado, que mi muerte pudo significar algo! ¡Pero no! ¡Mira hasta dónde tus decisiones te han arrastrado! ¡Mira como destruiste a tu familia! ¡Mira como me mataste! — las palabras solo hicieron que el hombre exclamara de dolor y vergüenza.
Raúl avanzaba intentando enfocarse en su objetivo.
— Nada como el lloro y el crujir de dientes — se burló la calamidad sin detener su andar —, ¿sabías que las mismas relaciones que mantuvimos en vida se mantendrán en la muerte? No esperes que la traición, el maltrato o el desprecio se olvide, la muerte recuerda todo.
— ¡Detén todo esto! — reprochó el tigre, cargando con éxito una gran cantidad de energía en su mano.
— ¿Sigues con tu terquedad, portador? — despreció Envio caminando por la calle, disfrutando de su silencio y soledad —. Muchos están disfrutando de un reencuentro añorado. ¿Insistes en privarles de ese bello privilegio? ¿O solo porque tú no recibiste esa bendición, tu envidia exige que nadie más la disfrute?
Raúl redujo su paso, recordando a don Mario y a Ramón, a Mauricio y a toda la gente que, con lágrimas, reconocieron a sus seres amados. Frustrado e incapaz de arrebatarles un momento de felicidad, el tigre disipó la energía acumulada.
— ¿Cuánto tiempo durará esto? — exigió saber el felino, sin dejar de seguir a la calamidad.
— Lo necesario para que todos aprendan a apreciar la vida y su fragilidad — declaró sonriente —. Y mientras lo hacen, conquistaré el mundo sin violencia ni derramamiento de sangre — Envio se detuvo y giró la cara al portador —, a menos que no me dejes otra opción.
Raúl luchaba consigo mismo.
— Si lo venzo, provocaré dolor en todos, pero si no lo hago, usará eso en nuestra contra — reflexionaba —. Puedo atacarlo por la espalda y acabar con todo de una sola vez, pero eso reduciría el tiempo que las familias puedan pasar con sus seres queridos.
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La balada de los pecadores: Fabula Drakone
Adventure- Damas y caballeros, niños y niñas. Bienvenidos a nuestra humilde función. El día de hoy presentaremos una obra llena de emoción, acción, terror y amor. Ramón Martín, un carismático y efusivo gymbro, ha decidido hacerse amigo del tosco Raúl Navarr...