19 - Más contentos

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Redacción: Ernesto Esquivel D.

Historia y personajes: Garrick.



Al interior de la casa de Ramón entraron don Mario, Raúl, y el tigre que, debilitado, se apoyaba del hombro de su amigo para sostenerse.

— Con cuidado, con cuidado — indicaba Navarro a Ramón, guiándolo en el camino.

Raúl llevó a su amigo hasta el sillón de la sala, donde lo ayudó a sentarse, mientras Don Mario miraba a su hijo con cierta preocupación, aunque no lo demostrara. Luego de unos minutos de descanso, fue el padre quien decidió romper el silencio y tomar la palabra.

— Deberías meterte a bañar, mijo — sugirió el padre a Ramón — ¿Cree que me pueda echar una mano con eso, doc? — preguntó a Raúl.

— Claro...

— ¡No! — interrumpió de repente, Ramón.

— ¿Cómo qué no? — refutó don Mario con firmeza — ¡Debes bañarte! Estás todo mugroso, ¿no ves que tienes harto pelo sucio?

— ¡Me da pena, 'apá! — se justificó, haciendo sus orejas hacia atrás.

— Pero... — Raúl bajó la voz, susurrándole — ya nos hemos bañado juntos antes, compa.

— Sí, pero... con este cuerpo me siento... Muy raro.

— Tú eres el mismo para mí, campeón — mencionó Raúl con empatía, sonriéndole a su amigo.

— Mejor me baño solo. 

— Déjame insistir, no quiero que te caigas, te resbales o te marees, yo te ayudo.

Ramón, agobiado, lamió sus labios, evadiendo la mirada de su padre y de Raúl, mientras consideraba sus opciones y, luego de un suspiro pesado, respondió.

— Ta' bien.

Navarro, sonriente, le tendió la mano a su amigo, que al principio dudó en agarrarla, aunque, después de lanzarle una mirada insistente, decidió aceptar la ayuda y ponerse de pie. Luego, se apoyó de nuevo en el cuello de Raúl mientras se dirigían hacia el baño, reflexionando sobre la vergüenza que le esperaba al final del camino.

Al llegar al lugar, Raúl echó seguro a la puerta y miró de frente a Ramón.

— ¿Cómo te sientes? — preguntó Navarro, analizando el físico de su amigo — ¿Crees poder mantenerte de pie mientras te bañas o prefieres que traiga una silla?

— Puedo estar de pie — aseguró Ramón, con la mirada hacia abajo, mientras que sus orejas seguían hacia atrás, incluso su cola se había colocado entre sus piernas. 

— Muy bien, si llegas a cansarte o marearte, avísame de inmediato — aconsejó —, entonces...

Raúl tomó el borde inferior de la playera de su amigo y se la quitó, dejando ver que su musculado cuerpo, ahora mostraba una delgada, pero firme, capa de pelaje, con colores cálidos y rayas negras, realzando su nueva apariencia atigrada. Raúl lo observaba fijo, admirando sus abdominales.

— ¿Qué pasa, bro? — preguntó Ramón, inseguro, haciendo que su cola se metiera más entre sus piernas —. Me veo horrible, ¿verdad?

— ¿Qué? No. Claro que no — mencionó Raúl alzando la mirada —. Te estaba viendo porque... te ves genial.

— ¿En... en verdad lo crees? — Ramón levantó un poco la cara y las orejas.  

— Siempre te has visto muy bien, campeón — aseguró Navarro, sonriéndole — y ahora más.

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora