17 - Soñé feo

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Historia, personajes y redacción: Garrick



Tras derramar unas lágrimas y retomar la compostura, el trio tenía muchas preguntas, en especial el nuevo agreste.

— ¿Pero qué...? — exclamó Ramón mirándose en un espejo que su padre le acercó. 

El agreste se tocó el rostro, se miró la manos, levantó sus labios para ver sus colmillos, se miró los brazos, movió su cola con torpe sorpresa, y, sin evitarlo, miró por debajo de su bata para ver sus genitales. Era él, salvo por algunas diferencias evidentes, era Ramón. 

El tigre fortachón, estaba confundido, calmado, pero sorprendido por los cambios en su cuerpo. 

— ¿Fue mi culpa? — susurró Raúl a Don Mario, pero este negó con la cabeza. 

— ¿Cómo se encuentra, sr. Ramón?

Al fin, la doctora entró a la habitación, con las manos dentro de la bata y un estetoscopio al cuello. 

— ¿Quién es usted? ¿Por qué estoy aquí? — Ramón intentó sentarse, pero su cuerpo se movía lento, tosco. 

— Soy la doctora Benítez, su padre y su esposo lo trajeron aquí al ver que no despertaba — explicó haciendo que Ramón pusiera una cara tonta y abriera los ojos de par en par. 

— ¿Mi qué...? — Martín dejó la boca abierta.

— Tiene confusión mental, es normal tras el letargo — explicó la doctora al padre y su amigo, tras lo cual, se acercó al agreste y con su estetoscopio, revisó su pulso, su corazón y sus pulmones.

— ¿Qué me ocurrió doctora? — intentaba comprender Ramón — ¿por qué soy... así? — su amigo y su padre intercambiaron miradas. 

— Creemos que usted se contagió de aquel virus que cambia a las personas en agrestes — intentó explicar —, aunque nunca había visto que cayeran en coma por tanto tiempo — se sinceró —, pero supongo fue una particularidad de su sistema inmunitario, eso explicaría porqué todos sus signos vitales estaban en orden, aunque usted no despertaba. 

— Pero... — Ramón temió la respuesta y apretó con fuerza las sábanas — voy a ser normal de nuevo, ¿verdad? No me voy a quedar así, ¿o sí? 

— El virus afectó a muchas personas durante la pandemia, hasta el momento se desconoce algún método o medicamento que revierta la condición agreste — la verdad mordió a Ramón —. Por lo pronto, solo puedo decirle que su cuerpo es sano y fuerte, y ahora que está despierto, debe empezar a mover sus brazos y piernas para recuperar su movilidad, si no tiene dificultades, será dado de alta — después miró al par —. ¿Tienen alguna duda?

— No, doctora. Gracias — aseguró don Mario. 

— Por cualquier cosa — la doctora sacó de su bata una tarjeta de presentación —, ese es el número de un doctor especializado en salud y medicina agreste, si algo fuera de lo usual pasa, les recomiendo que le llamen para una consulta más acertada y adecuada.   

Raúl guardó la tarjeta, la doctora Benítez se despidió y salió de la habitación, dejando al padre, al amigo y al agreste en silencio. Raúl, viendo a su amigo abrumado, se acercó y le tomó de la mano. 

— Hey, fortachón. No te preocupes, todo estará bien. 

Ramón no respondió, en su lugar, solo acarició la mano de su amigo con su pulgar felino, pensativo.

— Soñé... soñé feo. Creo tuve pesadillas — pronunció con voz pesada mientras el par guardaba silencio —. Recuerdo estar sobre una cama de metal, como una plancha — Martín apretó los ojos, hablando lento, despacio —, alguien venía y me inyectaba cosas, dolía mucho. Yo intentaba gritar, pero creo que me tenían amarrado. 

— Solo fue un mal sueño, fortachón, nada de eso pasó, quizá... quizá fue así como interpretaste tu estancia aquí, ya sabes, todo el tiempo acostado cansa la espalda, las enfermeras tuvieron que inyectarte para ponerte sueros y a la larga las sabanas de la cama se sienten pesadas, como si te atraparan, ¿no lo cree, don... Mario...?

Desconcertado, Raúl vió como el padre de Ramón miraba al suelo, con la mirada fija, incluso creyó ver que sus manos temblaban. 

— Sí... debió ser eso... — Ramón asintió, aún con los ojos cerrados, levantó la cara e inhaló largo y profundo, hasta que un recuerdo le hizo regresar en sí — Yo... ¿me casé?

— No — aseguró Don Mario, regresando en sí y aclarando la garganta mientras veía a Raúl sonrojarse —. Estás soltero, pero... ya hablaremos de eso en casa. 

Ramón hizo un esfuerzo y a pesar de la oposición de su padre y amigo, logró sentarse en la cama. 

— No deberías esforzarte, compa — pidió Raúl. 

— Todo me incomoda, además — moviendo una mano hacia atrás, Ramón acomodó su cola y una vez libre, sin esperarlo, comenzó a moverla —, esta cosa es molesta. 

— Ya te acostumbrarás, mijo — aseguró su padre. 

Ramón bajó las piernas e intentó levantarse, aunque su padre y amigo intentaron disuadirlo, el tigre logró ponerse de pie sujetándose de Raúl, y cuando lo hubo hecho, notó que ahora era un poco más alto que su amigo, al menos por media cabeza. 

— ¿Te hiciste pequeño, bro?

— Amm, creo que tú eres más alto ahora, compa.

La realización hizo que Martín volviera a sentarse, pero puso un gesto de molestia al aplastar su cola, por lo que, con desagrado, se inclinó hacia atrás y levantó una pierna para liberarla. 

— Esto es demasiado — el tigre inclinó el cuerpo y cubrió su cara con sus manos. 

Don Mario se sentó al lado de su hijo, Raúl hizo lo mismo, pero antes tomó la cola de Ramón para no aplastarla, la acción hizo que Ramón respingara. 

— ¿Te lastimé?

— No... solo que... es raro tener una nueva parte en mi cuerpo que también siente.

Raúl acarició la cola de su amigo y subió hasta llegar a su espalda, relajándolo. 

— Todo va a estar bien, mijo, ya lo verás — animó don Mario. 

— No lo sé...

— Si me lo preguntas, te vez muy bien, compa — secundó Raúl sacando una débil sonrisa a Ramón y, sin esperarlo, su cola le golpeó en la cara. 

— Perdón, bro — se disculpó Martín, apenado, viendo cómo su amigo se llevaba una mano con dolor a la nariz —, no se controlarla y... — lleno de vergüenza y frustración, Ramón sintió como sus ojos se humedecían, cuando, una carcajada franca y despreocupada salió de Raúl. 

— No has perdido tu fuerza, compa — aseguró su amigo con los ojos rojos por el dolor —, vamos a entrenar muy duro en el gimnasio para que aprendas a enfocarla — le animó.

— No sé si...

— Ah no, por aquí te sientas mejor, iremos juntos y haremos ejercicio hasta caer rendidos, empezaremos con calistenia para que tu cuerpo recuerde como moverse y seguiremos con pesas de un kilo, incluso usaremos unas para tu cola — Raúl miró a Ramón a los ojos y le sonrió —, no te vas a deshacer de mi tan fácil, campeón.  

Por fin, Ramón sonrió y con cariño abrazó a su amigo, colocando su cabeza sobre su pecho. Don Mario vió como Raúl apretaba los dientes con dolor debido a los golpes recibidos y a punto de decirle a su hijo que lo soltara, vio que el hombre, con un gesto de la cabeza, le dijo que no lo hiciera. Así, el padre vió como Navarro soportaba con gusto el abrazo de su hijo. 

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora