En la gran carpa, todos se reunieron ante una convaleciente Evangeline, sentados alrededor de una gran mesa, sin celulares, cámaras o dispositivos de ninguna clase.
— Esta signorina es terca como una mula — reconoció Il Dottore, con las manos en alto y moviendo sus dedos como gusanos —. Si muere, quiero examinar su cuerpo a fondo — pidió antes de alejarse entre risas burlonas.
— ¿Él es confiable? — cuestionó Rentería levantando una ceja.
— No estamos seguros, pero es muy bueno en lo que hace y de momento no hay nadie más versado que pueda tratarnos — explicó Pierrot.
En la mesa, reunidos se encontraban Raúl, Ramón, don Mario, el oso Mauricio, Fierabrás, Pierrot, el sabueso Rentería, mirando con atención al despreocupado Júpiter que, con los pies sobre la mesa, bostezaba junto a la agotada Evangeline.
— Iré al punto, creo que todos saben que estamos lidiando con demonios con un poder abrumador: las siete grandes calamidades — su voz se notaba cansada, agobiada —. En mi ignorancia, pensé que su fuerza no debía superar la de los mitos, pero me equivoqué por mucho — reconoció con la mirada perdida en la mesa —. Tras lo ocurrido con Mersenne y Edison, me di a la tarea de hablar con los representantes de cada nación y advertirles de la amenaza de las calamidades. No todos me creyeron, pero los que lo hicieron dejaron a mis cargo sus ejércitos para que yo los liderara de la mejor manera, hice todo a mi alcance, pero aún así fui vencida.
Una pesada amargura agobiaba las palabras de la mujer mientras el resto de presentes escuchaba con atención.
— ¿A que nos estamos enfrentando? — cuestionó Mauricio.
Evangeline, con un mar de pensamientos en la cabeza, trató de ordenar su mente, intentando explicar.
— Las calamidades han sido una amenaza milenaria, aunque apenas se tiene registro de ellas, su poder y peligro es incuestionable para los pocos aquellos que conocen de su existencia. Tras estudiar los movimientos de esos pecados, me di cuenta que uno de ellos, era la inteligencia artificial que mis compañeros habían desarrollado con gran esmero, Preter se llamaba antes de volverse la calamidad de la Ira.
— ¿Cómo es eso posible? — intentó comprender Fierabrás, pero la mujer solo negó con la cabeza.
— Hasta donde sé, mis investigaciones señalaban que las calamidades necesitaban un recipiente, un cuerpo físico que pudiera alojarlas mientras sus poderes crecían — la declaración alertó a todos —, pero ese mismo cuerpo es su punto débil, ya que están sometidos a la muerte tanto como cualquiera.
— Entonces lo único que tenemos que hacer es matarlos cuanto antes — evidenció Fierabrás, pero su hermano le dio un zape.
— Eso fue lo que intentó la signorina Evangeline — le recordó.
— Hice todo a mi alcance, pero parece que Preter siempre estuvo un paso adelante, por lo visto, no se puede combatir magia con armas y ciencia — suspiró la mujer.
— Pero a las otras calamidades, es posible vencerlas, ¿no es así? — tomó la palabra Raúl, atrayendo todas las miradas hacia él.
Evangeline asintió.
— La forma más simple de vencer a las calamidades es matar a su recipiente.
— ¿Su recipiente? — cuestionó don Mario.
— El cuerpo huésped que usaron para entrar a este plano, a nuestro mundo — explicó Evangeline —. Usan la voluntad, conocimiento y fortalezas de aquel que poseen para potenciarlas, pero están sometidas a su personalidad, dándoles personalidades únicas, podemos aprovechar eso y acabar con las calamidades en un momento vulnerable para su recipiente.
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La balada de los pecadores: Fabula Drakone
Pertualangan- Damas y caballeros, niños y niñas. Bienvenidos a nuestra humilde función. El día de hoy presentaremos una obra llena de emoción, acción, terror y amor. Ramón Martín, un carismático y efusivo gymbro, ha decidido hacerse amigo del tosco Raúl Navarr...