35 - Envidia

40 7 0
                                    

Redacción: Ernesto Esquivel D.

Historia y personajes: Garrick.


En la capital, en una sala de juntas, grandiosa y majestuosa, con altos techos decorados con intrincados frescos que representaban escenas y símbolos religiosos bañados con una suave luz proveniente de lámparas de araña colgantes, un grupo de líderes, los más importantes dentro de su fe, se encontraban en medio de una reunión para revisar un tema de vital importancia, la distribución de fondos.

— Deberíamos construir más iglesias, hermanos — opinó un obispo, con una voz nasal —. Varios contratistas ya nos presentaron algunas propuestas atractivas.

— También necesitamos renovar la flotilla de transporte — propuso un rabí —. Esos coches se estropean mucho cada año.

— ¡Mejores abogados! — alzó la voz un sacerdote — No olvidemos la importancia que tienen para el desempeño de nuestra misión.

— ¡Más estatuas! — pidió un padre.

— ¡Más anuncios de internet! — sugirió un pastor.

— ¡Más fiestas y celebraciones! — exclamó uno más.

Los líderes continuaban exclamando sus opciones, mientras uno de ellos en específico, se mantenía callado, mirando a todos con desconcierto e incredulidad.

— ¡Debemos priorizar las campañas que fomenten la protección de la vida desde su concepción! — declaró un cardenal, decidido, mientras unos cuantos presentes asentían ante su comentario —. Nunca hay que olvidarnos de las buenas costumbres.

— ¡Exacto! No como esas aberraciones que tanto impulsan en internet — replicó el arzobispo —, sobre todo las llamadas familias homoparentales — se asqueó — Ustedes me entienden.

— ¡Bien! Excelente — tomó la palabra el líder de todos, vestido de sotana blanca y oro, con dedos cargados de costosos anillos —. Todas sus propuestas para esta distribución son perfectas, solo hay que ordenarlas por prioridad.

Aquel que no había hablado tomó la palabra en ese momento, incómodo de escuchar a sus compañeros.

— Pero... hermanos, no podemos hacer eso.

Un agreste zorro de pequeña estatura, con las patas descalzas, de suave pelaje naranja y hábito negro que, aunque estaba limpio se notaba viejo, incluso desgastado, se levantó con temor entre sus demás compañeros. El devoto, por su naturaleza, destacaba entre todos.

— Hermanos, mi corazón se aflige al darse cuenta que no hemos tocados temas que de verdad son importantes — mencionó el zorro.

— ¿Quién es él? — preguntó el líder de todos, a cualquiera que le quisiera responder.

— Es el sumo sacerdote De Gyves — respondió un rabí, mirando fijo al devoto agreste.

— ¿Y por qué es un zorro? 

— Porque me enfermé hace años y ahora soy un agreste — se atrevió a responder el devoto De Gyves, firme, aunque con las patas temblándole de nervios —. Desde entonces, hice un voto de pobreza y ahora solo tengo una pequeña iglesia asignada en un pueblito lejano — explicó.

— De Gyves ha dado todos sus bienes a la caridad — agregó un reverendo, haciendo que el zorro asintiera con humildad.

— Ahora vivo en austeridad, santo padre — mencionó el devoto, honrado —. Y doy especial servicio a los más desafortunados.

El pontífice giró los ojos y luego, suspiró, pensando dentro de sí lo que se avecinaba.

— ¿Tiene algo que proponer, hermano De Gyves? — cuestionó el pastor.

La balada de los pecadores: Fabula DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora