Epílogo

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Díez años después

El atardecer en Alexandria pintaba el cielo con tonos dorados y púrpuras, como si la naturaleza misma quisiera consolar a los corazones afligidos. Pero a la misma vez se podía sentir un ambiente de la comunidad tranquilo, así que los recuerdos se entrelazaban con la brisa suave. El silencio del lugar solo era interrumpido por el canto de los pájaros y el murmullo lejano de los residentes que continuaban con sus rutinas mientras se preparan para la cena.

Solo que Diana avanzaba con pasos lentos por el jardín del cementerio, donde las tumbas se alineaban en filas irregulares. Cada montículo de tierra estaba marcado solo por una inicial trazada con piedras, un tributo modesto a los que habían partido. Luego se detuvo frente a una de las tumbas en particular y se arrodilló.

Bajo esa montaña de tierra descansaba alguien que había sido su confidente, su apoyo inquebrantable. Entonces cerró los ojos y respiró profundamente. Recordó la risa contagiosa, la mirada comprensiva, los abrazos reconfortantes. Y entonces, las lágrimas brotaron. Por lo que Diana se permitió llorar una vez más, sin restricciones.

No había consuelo en ese momento, solo la certeza de que alguien tan importante había partido, dejando un vacío imposible de llenar. Recordó los momentos compartidos, las risas y los secretos contados al viento. Cada palabra, cada gesto, ahora se aferraba a su memoria como un tesoro preciado.

Vino aquí muchas veces en la última década, pero hoy era diferente. Hoy, frente a una de las tumbas, sentía un nudo en la garganta. Las lágrimas se mezclaron con la tierra mientras sus pensamientos viajaban atrás en el tiempo. Habían compartido tantas risas, secretos y aventuras en este mundo postapocalíptico.

— Siempre fuiste el más valiente de nosotros dos...

Fue también un luchador incansable en un mundo desgarrado por la tragedia. Pero incluso los más fuertes tenían sus límites. 

Todavía recuerda lo duro que fue encontrarlo a punto de morir debido a que horas antes había sido mordido en el torso por un caminante. La fiebre lo consumía, y su mirada era un reflejo de la muerte que se acercaba.

Pero lo peor vino cuando descubrieron que Diana no podía salvarlo. Su sangre, la que salvó sin excepciones a un centenar de personas durante todo este tiempo.

No pudo salvarlo a él...

La vida había sido injusta, y él se fue demasiado pronto. El lugar donde descansaba se volvió sagrado, así que prometió volver cada año para recordar y honrar su memoria.

Su pérdida la dejó vacía, como si parte de su alma se hubiera desvanecido con él. Le tomó tiempo recuperarse de una tristeza tan grande. Pero tenía que hacerlo por su familia, por aquellos que aún dependían de ella. La carga de ser la portadora de la cura era pesada, pero no podía permitirse flaquear.

De repente, sintió unos brazos rodeándola por la cintura. Carl se acercó por detrás y la abrazó, apoyando su cabeza en el hombro de Diana. Su presencia era un bálsamo para su dolor.

— Sergio estaría orgulloso de ti, Diana. Él sabía que tenías la fuerza para seguir adelante —le dijo Carl, su voz llena de ternura y consuelo.

El corazón de Diana se apretó al escuchar el nombre de su hermano. Había aceptado su pérdida, pero aún así, venía aquí para recordarlo.

Cerró los ojos, permitiendo que las palabras de su chico del sombrero la reconfortaran. En ese momento, sintió que no estaba sola en su pena. Juntos, encontrarían la manera de honrar la memoria de Sergio y seguir luchando por un futuro mejor.

El mundo continúa siendo un lugar peligroso. Pero durante el abrazo con su esposo, bajo el cielo de la tarde, encontró un poco de paz.

Después de unos minutos de silencio, se levantaron lentamente y comenzaron a caminar fuera del cementerio observando los alrededores de Alexandria.

El Chico del Sombrero • Carl GrimesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora