Capítulo 2 • El Diario

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Al otro día, desperté primero que todos

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Al otro día, desperté primero que todos. Recién amanecía.

Sin que se den cuenta me salí de la habitación. Quería salir al aire libre, no me gustaba estar encerrada. Además estaba decidida a enfrentarme a mis miedos, a crecer y usar mis armas como debe ser. Así que agarré una pistola, un cuchillo y busqué una manera de salir de la casa sin tener que bajar por las escaleras.

Recordé que la otra habitación tiene una ventana que da hacía un árbol. Así que abrí la ventana y me dispuse a salir por ahí, luego me sostuve del árbol y fui bajando poco a poco con cuidado. Una vez estuve cerca del suelo, me solté y caí con un salto. Al parecer, la clases de gimnasia artística que tomé hace algunos años me servirán ahora por la agilidad y fuerza que me dieron.

Una vez afuera, pude sentir el aire fresco en mi rostro. Empecé a caminar, manteniéndome muy alerta y lista para defenderme si viera alguna amenaza. No exploraré mucho para no alejarme tanto de la casa.

Mientras caminaba, encontré un pequeño arroyo. Observé el agua cristalina correr hasta que se perdía de vista. Todo parecía estar tranquilo. Pero al levantar mi vista, vi a una persona y sostuve mi arma por impulso.

Sin embargo, no parecía ser alguien peligroso. Era una anciana, que al verme me dedicó una amigable sonrisa.

— Hace años que no veo a nadie por aquí —me dijo la anciana.

Su cabello era corto, esponjoso y muy blanco. Además, a pesar de que usaba anteojos, se podía ver que tenía una mirada dulce. Caminaba acercándose a mi con ayuda de un bastón.

Yo no iba a confiarme, pero de todas maneras fui amable con ella.

— Buenos días —le dije.

— Buenos días, niña. ¿Dónde están tus padres? —me preguntó.

— Están aquí cerca.

— ¿Qué están haciendo por estos rumbos? 

— Tuvimos que salir de la ciudad, ¿sabe sobre lo que está sucediendo allá? —le pregunté.

— Sí, escuché algo al respecto en la radio. Cristo prometió la resurrección de los muertos, supongo que a esto se refería —dijo ella.

— Eso parece —murmuré.

— ¿Dónde te estás quedando con tus padres?

— Cerca.

— No me digas que...

— ¿Disculpe?

— Se están quedando en aquella casa abandonada.

— ¿La conoce?

La sonrisa de la anciana había desaparecido, ahora tenía una expresión triste y la mirada pérdida como si estuviera recordando algo.

— ¿Usted sabe de quién era esa casa? —le pregunté.

El Chico del Sombrero • Carl GrimesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora