Capítulo 4 • El Santuario

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El tiempo ha pasado, no estoy segura cuanto porque hace mucho dejamos de saber que día era

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El tiempo ha pasado, no estoy segura cuanto porque hace mucho dejamos de saber que día era. Pero fue más de dos años, así que he crecido. Ya no soy una niña, me he convertido en adolescente y he aprendido todo lo que necesito para sobrevivir. Mi padre me ha enseñado lo importante que es ser un líder y tener los sentidos altamente desarrollados de autopreservación.

Después de abandonar esa casa, estuvimos durante varios meses durmiendo en el bosque. No estaba bien, pero fue complicado encontrar un lugar seguro. La verdad aunque me encanta el bosque, ya no es un buen lugar para dormir por los peligros que nos rodean. Mi padre se quedaba despierto para que nosotros podamos dormir. Pero yo no podía, sentía que debía estar alerta a todo lo que pudiese suceder. Así que muchas veces le insistí para que durmiera mientras yo vigilaba. Al principio no me lo permitía, pero conforme fui creciendo confiaba más en mi para protegerlos. Lo que me hacía sentir bien porque estaba cansada de que todos me protegieran a mi sin poder yo hacer lo mismo.

Hubo ocasiones en las que, al no poder dormir, pensaba en aquel niño que conocí en el bosque. Había olvidado su nombre, pero me gustaba recordarlo como el chico del sombrero. Me preguntaba si aún estaría vivo; creo que nunca lo sabría y me sentía mal por no haber cumplido mi promesa. La incertidumbre sobre su destino me atormentaba en las noches silenciosas, y su imagen se mantenía viva en mi memoria.

No entendía por qué me importaba tanto aquel niño, ni comprendía la razón por la que sus ojos azules aparecían en mis sueños. Lo único que sabía era que nunca lo volvería a ver, así que debería dejar de recordarlo. Sergio me había dicho que fue amor a primera vista, pero yo no quería aceptarlo. Por eso dejé de contarle a mi hermano que el chico del sombrero seguía en mis pensamientos después de tantos años. La idea de que alguien pudiera haber dejado una marca tan profunda en mí en tan poco tiempo era algo que no quería admitir, ni siquiera a mí misma.

Conforme avanzábamos, encontramos casas abandonadas o graneros donde podíamos pasar la noche, e incluso quedarnos por unos días. Sin embargo, casi nunca podíamos permanecer mucho tiempo en un mismo lugar. Los caminantes aparecían constantemente en hordas, obligándonos a dejar el refugio sin otra opción. La amenaza de estas criaturas era una constante, y su presencia nos recordaba que la seguridad era efímera en este mundo devastado.

La vida de los cuatro estuvo en peligro de muerte tantas veces que he perdido la cuenta, pero lo importante era que seguíamos juntos y nos protegíamos mutuamente. Cada día era una lucha por la supervivencia, y aunque las circunstancias eran extremas, el vínculo entre nosotros se fortalecía con cada desafío superado. La unidad de nuestra familia era nuestra mayor fortaleza, y juntos enfrentábamos cualquier adversidad que se nos presentara.

Era triste no tener un hogar, un lugar permanente donde vivir. La mayoría de las zonas que encontramos estaban infestadas de caminantes o había grupos peligrosos que, según mis padres, era mejor evitar. La constante amenaza de estos peligros nos obligaba a mantenernos en movimiento, sin poder establecer raíces en ningún lugar.

El Chico del Sombrero • Carl GrimesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora