Capítulo 8 • Alexandria

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Glenn tenía las manos arriba mientras Enid continuaba apuntándole con el arma

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Glenn tenía las manos arriba mientras Enid continuaba apuntándole con el arma. Sabía que no era correcto porque Glenn solamente estaba tratando de cuidar de nosotras. Pero aunque quise detenerla, no lo hice. Mi amiga es Enid, quien al parecer esta decidida a no regresar a su comunidad y yo no quería ir a Alexandria para no ponerlos en peligro a todos.

— Dámela ya, Enid —le dice Glenn pidiéndole su arma.

— Da la vuelta y piérdete —le dice Enid.

— No dispararás —dice Glenn.

— Lo haré si tú me obligas —advirtió Enid.

— Suéltala —le dice Glenn quitándole el arma.

— Tarado —le dice Enid.

— Tú me apuntas y yo soy el tarado —dijo Glenn.

— Sí, porque no te conocemos y no puedes acercarte sin que tengamos precaución —le dije.

— Comprendo, solamente vengan conmigo. Vamos. Por atrás hacía la carretera, necesitaremos visibilidad —nos indica Glenn.

— ¿Por qué? —pregunta Enid.

— Porque la mitad de la horda se desvió directo a nuestros muros, te lo perdiste. Caminen —dijo Glenn.

Enid me miró, esperando mi confirmación. Yo asentí, sabía que no podíamos salir por la puerta principal y que Glenn no se detendría hasta que vayamos con él.

Así que Enid se colgaba la mochila en su hombro y empezaba caminar muy molesta, no quería volver a Alexandria.

Estuvimos caminando por unos minutos en silencio, íbamos hacía Alexandria. Solamente vine por si podría ayudar, no podía quedarme porque tengo que volver al Santuario. No podía dejar ese lugar hasta encontrar a mi hermano, aunque mientras más pasa el tiempo estoy perdiendo la esperanza de algún día volver a verlo.

En el camino nos encontramos con un caminante tirado en el suelo, no podía caminar pero desde donde estaba sus gruñidos eran muy altos.

Fue Enid la que se acercaba para agacharse y clavarle el cuchillo, que le había pertenecido a su madre, en el cráneo del caminante. Ella continuaba muy seria, lo que Glenn notaba y la miraba harto.

— ¿Qué? —inquirió Enid al levantarse— ¿Tu esposa no habría querido que lo hiciera?

Al parecer, Glenn estaba cansado de la actitud que estaba teniendo Enid porque no le respondió para defenderse.

— ¿Van a seguir todo el camino así? Me parece que a Maggie no le gustaría ese comportamiento —les dije.

Hice reír un rato a Glenn, mientras que Enid empezaba a calmar su molestia y asi continuar caminando.

Cerca de ahí, encontramos tres globos verdes atados a un soporte en el suelo del bosque. Enid empezaba a desatarlos, así que me acerqué a ayudarle y los amarramos a su mochila.

El Chico del Sombrero • Carl GrimesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora