Capítulo 11

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Seguramente no he oído bien.

—¿Cómo?

—¿Estarías dispuesta a probarlo?—repite amablemente.

Mis manos se agarran con fuerza al cinturón de seguridad, pero tampoco así logró calmarme, y mucho menos despejar mi mente.

—Tendría que pensarlo...—digo rehuyendo la pregunta.

¡Qué diablos! No era eso lo que quería contestar.

El semáforo se pone en verde y avanzamos por una calle estrecha, a tan solo unos metros de la casa de Óscar. De repente algo me llama la atención, algo situado justo en la zona en obras, donde están restaurando lo fachada de un edificio bastante antiguo que ahora se alza cubierto por redes verdes y una especie de estanterías metálicas de color amarillo.

—Frena —digo más alto de lo que pretendía.

Alex obedece de inmediato y yo, sin siquiera despedirme, abro la puerta, salgo al exterior y echó a correr llevada por un extraño presentimiento.

—Espera a que aparque —le oigo decir a Alex, como en un zumbido lejano.

Pero yo no le hago caso y sigo avanzando, ignorando el dolor punzante que me producen los zapatos de tacón. Sin duda, acabo de ver el coche de Miguel. Compruebo la matrícula y levanto la vista. Las ventanas están empañadas y hay manos apoyadas en el cristal. «Debo serenarme» me digo. Doy un paso más hacia adelante, temblorosa, y termino de recorrer la distancia que me separa de la puerta del conductor. Recuerdo en ese mismo instante que deje mi gabardina dentro del coche antes de ir al Florida. Me recorre un escalofrío, pero no hago ningún movimiento de cubrirme la garganta. Lentamente acerco la manga de la blusa a la ventanilla y comienzo a limpiarla para ver mejor en el interior, mientras me viene a la mente a advertencia de Marta, planteando la posibilidad de que Miguel pudiera estar con otra chica al mismo tiempo que conmigo. Froto y sigo frotando y lo que veo me deja anonadada.

Retrocedo unos pasos, horrorizada.

—¡Dios mío! —murmuró cubriéndome la boca. Siento un repentino nudo en el estómago y unas inmensas ganas de vomitar.—No puede ser.

Justo en ese momento, Alex aparece por detrás de mí haciendo algunos comentarios sobre mi precipitada huida que no llego a entender bien. Miro al interior del coche y los ojos de Óscar se cruzan con los míos a travez del cristal. Veo como su gesto de placer se borra de inmediato y como la cabeza de mi novio se aleja de la entrepierna de sus pantalones con una sonrisa ida y con los labios hinchados, esos labios que yo misma he besado con cariño y amor durante dos años.

—¡No! —grito, y siento como si me desgarraran por dentro.

Me llevo una mano al pecho y alguien me sujeta por detrás.

—Oye, ¿estás bien?

Entonces se queda callado y dirige su mirada al mismo punto que yo unos minutos antes. Sé que lo ha visto y ha sacado la misma conclusión que yo a pesar de haber llegado un poco más tarde y haberse perdido el espectáculo.

Mi respiración se ha vuelto entrecortada.

—Tranquila.

—Sácame de aquí, por favor—le pido con una voz que no es la mía.

Apenas noto cuando Alex pasa su brazo protector sobre mis hombros y tira de mi hacia adelante. No dice nada; sencillamente, me ciñe más sobre su cuerpo, ejerciendo pequeñas presiones que producen un efecto casi hipnótico en mi. De repente, me llega el ruido de un portazo y oigo que pronuncian mi nombre. Tiro de la camisa de la persona que está a mi lado. Ahora mismo no tengo valor para verle la cara a Miguel. Suelto un gemido.

—Que no te vea llorar — me advierte en un susurro Alex. Tragó saliva y me pasó la mano por la nariz.—Cuenta hasta tres y respira hondo —me aconseja. Su murmullo tiene sobre mí un efecto sedante y logró recomponerme en un tiempo récord.—¿Ahora ya estás preparada?

Respiró hondamente una vez más y asiento.

—Solo un momento —digo más para mí misma que para él.

Alex inclina levemente la cabeza y los dos nos volvemos para enfrentar al infiel de mi novio y a su amante. «Amante» suena tan mal esa palabra... Demasiado adulta y sería.

—Beca...—Su lastimosa voz me rompe en mil pedazos, pero gracias a la cercanía de Alex me mantengo firme.—Lo siento.

—Preferiría que hubieras dicho: «¡Feliz cumpleaños, Beca!».

—Quería decírtelo, cariño...

Por su expresión descompuesta, sé que no se refiere a la felicitación. Óscar parece confuso. Su mirada va sucesivamente de Miguel a mí como si intentara hacer un puzzle inexistente, mientras nosotros jugamos un partido de tenis en una dimensión paralela.

—¿Miguel? —pregunta Óscar.

—Creo que a ti también te debo una disculpa —dice mi novio volviéndose hacia él.

—¿Qué quieres decir?—Tira de su brazo.

—Beca y yo salimos desde hace dos años—confiesa.

Esas son las palabras que llevo esperando oír de su boca durante tanto tiempo. Jamás imaginé que sería de esta manera.

—Beca, perdóname —me suplica, con lágrimas en los ojos.

—¿Cómo voy a perdonarte? —digo sin pensar.

Alex aprieta mi hombro. «No llores», me pido a mi misma.

Miguel mira a Alex como si lo viera por primera vez; de pronto, toda su tristeza se esfuma, u en su lugar aparece una expresión de recelo.

—¿Quién es ese tipo que no se despega de ti, Rebeca? —me pregunta celoso.

—¿Por qué no me lo preguntas directamente a mí? —responde el aludido.

Me fijo en que Alex observa a Miguel con una calma fría.

—¿Quién eres? —repite Miguel modificando su pregunta.

—No te lo voy a decir —contesta Alex con una sonrisa que ensombrece a los otros dos.—Pero acuérdate de mí cara.—Da un paso adelante con el rostro tenso y me suelta.—Voy a aprovechar esta oportunidad que me has dado esta noche para hacer que te arrepientas el resto de tu vida, gilipollas.—Dándoles la espalda, regresa a mi lado y acerca su boca a mi mejilla.—Vámonos, preciosa, no tenemos nada más que hacer aquí.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora