Capítulo 48

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Comienzo a respirar de forma entrecortada, luchando con la mirada. Mi cuerpo entero está húmedo, burbujeante, a punto de ebullición.

—¿Recuerdas lo que te dije la primera vez quete besé? —murmura inclinándose sobre mí y quedándose dolorosamente cerca de mi boca sin llegar a rozarla.

«Me estás volviendo loco.»

Evoco esas palabras y ahí están, más nítidas que todo lodemás.

—No me culpes ahora por enloquecer —dice con voz aterciopelada, recorriendo mi mejilla con sus labios carnosos, desatando fuego en las zonas más sensibles—. Tú tienes la culpa, y yo soy demasiado débil para resistirme.

Me besa profundamente, instigando con presiones hábiles de sus manos la piel ahora electrizada de mi vientre.

Antes de que pueda negarme, se retira un instante para quitarme la sudadera y arrojarla al suelo enmoquetado de la habitación. De nuevo, arremete con su lengua contra la cavidad inferior de mi rostro, sin la menor compasión.

Ebria del sabor de Alex en mi paladar, enredo mis dedos entre su pelo y lo empujo hambrienta contra mi cuerpo. Siento como pellizca uno de mis pechos hasta dejarlo erguido y necesitado. Ni siquiera me he dado cuenta del momento exacto en el que me ha desabrochado el sujetador olevantado la camiseta.

—Rebeca, tengo que probarte —dice con voz gutural haciendo descender su caricia hasta la abertura de mis pantalones.

Me pongo tensa de inmediato.

—¿A qué te refieres? —pregunto perdiendo la consistencia de mi tono de voz. Estoy temblorosa y excitada.

De pronto, sus dientes se aferran a mí clavícula y gimo de placer.

—¡Oh, Dios! ¡Mierda, Alex!

—¿Acabas de decir «mierda»? —me suelta divertido con mi reacción, marcando con su aliento la piel que ya ha dejado enrojecida.

—Es culpa tuya —le acuso, ruborizada ante su gran alarde de arrogancia—. No suelo hablar así.

Como toda respuesta, agarra mi sexo a través de la tela vaquera y empuja sus dedos hacia el interior, provocándome.

Suelto un extraño resoplido y parpadeo inmersa en una nube encapotada de deseo y dolor.

«¡Me está torturando!»

Aprieto los muslos con fuerza, incapaz de pronunciar ningún sonido coherente, mientras clavo las uñas en los brazos deAlex.

—Dime que sí —me tienta, repitiendo el movimiento y absorbiendo mi grito en su boca.

—No estoy protegida —farfullo en cuanto me da un respiro, embargada por una ráfaga de sentimientos contradictorios.

Alex pone una expresión seria.

—No vamos a llegar más lejos de donde tú quieras, Rebeca. De todos modos, hoy no vas a tener que preocuparte por eso. —Hace una pausa engañosa, consiguiendo que me confíe—. Aún no.

Trago saliva, que me baja al estómago igual que si hubiera engullido una piedrecita. Mi cerebro hace un vano intento por imponerse sobre la necesidad imperiosa de mitigar mi deseo insatisfecho. Al final, un líquido candente y molesto termina decidiendo por mí.

Al ver mis desastrosos intentos por deshacerme de los pantalones, Alex acude en mi ayuda sin dejar de besarme apasionadamente. Al poco, su boca desciende hasta mi mandíbula recreándose de forma deliciosa, y luego va bajando poco a poco hasta alcanzar con delicadeza la cima de mis pechos.

Atormentándome, lame y estira uno de mis pechos a la vez que masajea el otro, repartiendo un cosquilleo que me hace ronronear. Pero no se detiene ahí; sus caricias avanzan abarcando toda mi piel y luego, inesperadamente, hunde dos dedos bajo mis bragas, estimulando el punto exacto que me hace enloquecer.

Todo el cuerpo me arde; nunca me había sentido así.

Exhalo un gemido de intenso placer. De pronto, Alex detiene sus caricias y vuelve a recoger un beso de mis labios. Uno lleno de frenesí que intensifica mis turbios pensamientos, azuzados por su mano moviéndose sobre mi cadera. Noto como se aparta lentamente y toma posición entre mis piernas levantándome un tobillo hasta la altura de su rostro. Sus dientes lo rozan incitándome y produciéndome un mareo vicioso y fugaz.

—Quédate quieta, musa —me advierte con aspereza y deseo.

Apenas logro entenderlo, pero sí lo suficiente para agarrarme al edredón y evitar la tentación de incorporarme y estrecharlo contra mí. La distancia que nos separa me resulta angustiante.

Noto como va subiendo suavemente arrasando con la sensibilidad que me queda, marcando primero la cara interna de uno de mis muslos y luego el otro.

De repente, vuelve a pararse, me saca la lengua, burlón, y se sitúa de modo que su cabeza acaba frente a mi ombligo. Con un último guiño juguetón hunde la boca entre los labios hinchados de mi sexo, mientras yo rodeo su espalda con mis piernas. Una oleada de intenso placer sacude cada célula dentro de mí cuando la punta de su lengua combinada con la dureza del piercing de metal obra una magia explosiva y me envía al cielo.

Las sensaciones son incluso más intensas que cuando estuvimos en su estudio la otra vez, más largas y concentradas. Empujo la nuca de Alex, atrayéndola hacia mí, y él me complace haciéndome vibrar con cada toque.

«Voy a desfallecer», me digo, conteniendo el aire en mis pulmones y cerrando enérgicamente los ojos.

Exhalo un trémulo suspiro mientras alcanzo un estado de completa languidez. Ahora mismo, todas mis extremidades no tienen más utilidad que la que se le pueda dar a una marioneta con melena oscura. Mis labios se curvan en silencio, dejando traspasar una felicidad perezosa, casi felina.

—¿Rebeca? —me llama suavemente Alex.

—¿Uhm...?

Oigo una carcajada y guiño los ojos con desgana para mirarlo, consiguiendo apenas fruncir el ceño. ¿Por qué se ríe?

—Estás preciosa —dice poniéndose a mi altura y depositando un nuevo beso cálido y tierno sobre mi boca que me tranquiliza de inmediato—. ¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien?

Todavía soy incapaz de articular palabra, así que me giro ligeramente y rozo su húmedo cuello con los labios, aspirando su aroma a jabón y sudor reciente, llevándome el sonido adictivo de los latidos de su corazón. Suenan vigorosos y acelerados. Es evidente que todavía está excitado por lo que acaba de suceder entre nosotros.

—Muy bien —susurro adormilada, acariciando la curva sexy de su mandíbula.

Alex pasa una mano por mi estómago y traza un círculo rodeando mi ombligo muy despacio, como si estuviera pensando en algo. Con un gesto tenso parece desechar la idea que acaba de ocurrírsele.

En un descuido muevo una mano contra su pelvis. Él suelta un gruñido áspero.

El recuerdo de lo que hicimos en el baño de la casa rural me viene muy vívido a mi memoria e inconscientemente acabo deslizando el meñique de arriba abajo por su bragueta. Alex me detiene y acalla sus gemidos contra mi frente.

—Me estás matando —masculla con esfuerzo.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora