Capítulo 38

349 22 0
                                    

Marta enciende el reproductor de música de su teléfono y deja que una lista de canciones antiguas suene de fondo mientras cocinan. La primera es una de Maná, Mariposa traicionera. Me pregunto si lo ha hecho adrede.

—¿No tienes algo más actual? —se queja Elisa. Tiene trozos de verduras entre los dedos.

—Beca, ve encargándote con Laura de los pinchos morunos. He dejado los palillos en esa mesa, junto a la carne de cerdo adobado ya cortada —ordena sin mirarnos, haciendo oídos sordos a la petición de Elisa.

—¿Hola? ¿Vas a seguir ignorándome? —interviene Elisa.

—¿Perdona? ¿Decías algo? —contesta Marta con una sonrisa de oreja a oreja.

—Sí, he dicho que si puedes cambiar la música por algo más moderno, por favor.

—¿Y por qué debería hacerlo? ¿Te sientes identificada con la letra y eso te remuerde la conciencia? —responde Marta sarcástica.

Héctor parece incómodo con la conversación; después de todo, también él estuvo saliendo un tiempo con Elisa. Sin embargo, sigue con su trabajo sin hacer ningún comentario.

—Si no quieres poner otra canción, Marta, no es necesario que lo hagas —dice Elisa al fin.

Tiene toda la pinta de querer iniciar una guerra de hortalizas, pero se contiene con una expresión forzada.

—¡Oh! Claro que puedo, cuando termine esta.

—Gracias, Marta —contesta Elisa, mucho más tensa.

—No hay de qué, querida —contesta al instante mi amiga.

Sé que por dentro está muerta de risa y disfruta de la escena como una condenada. ¡Menuda bruja!

Al ver que han acabado con su intercambio de comentarios mordaces camuflados bajo una capa de falsa cortesía, me libero del abrazo de Alex y me acerco a mi amiga.

—Marta, te refieres a lo que está en la encimera, ¿verdad?

—Sí. A eso mismo.

—Vale.

—Te ayudo —dice Alex en tono servicial, siguiéndome.

Me doy la vuelta y lo detengo poniendo una mano sobre su brazo.

—Hueles a chimenea y tienes hollín en la cara.—Arrugo la nariz—. ¿Has estado todo este tiempo ayudando a Carlos?

Alex se olisquea el cuello de la camisa desabrochada y se encoge de hombros. Ahora va con ropa oscura.

Me fijo en que Marta ha parado de cortar para poder oír mejor lo que decimos, mientras que Laura se ha alejado un poco, dejándonos algo de intimidad.

—Supongo que tienes razón. Estuve cargando un poco de leña para encender el fuego. ¿Te molesta?

Lo miro de arriba abajo conteniendo la irresistible necesidad de limpiar un trazo negro de suciedad sobre su barbilla. El calor ha dado color a sus mejillas y, aunque poco, tiene la frente ligeramente brillante.

Sus ojos se posan ávidos sobre mis labios.

Pero... ¿por qué no me dice toda la verdad?

—En realidad no —respondo cortante—, pero me sabe mal que dejes solo a Carlos; yo ya tengo a Laura como ayudante —añado para suavizar.

Disgustado, Alex echa un vistazo a nuestro alrededor, como si diera por sentado que me avergüenza estar junto a él delante de los demás.

Sin embargo, termina mostrándome una de sus encantadoras sonrisas ladeadas, a pesar de que no parece muy convencido.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora