Capítulo 37

323 21 0
                                    

Laura tiene razón: estoy temblando. Aprieto el puño izquierdo conteniendo el pulso y vuelvo a dirigir toda mi atención hacia el interior del cuarto. Esa fue la última habitación que revisó Alex, aunque delante de mí hizo como si no hubiera encontrado a nadie dentro. ¿Por qué me ha mentido? Ahora entiendo la razón de que pareciese tan distraído.

—Oí como gruñías en el baño, gatito. Los mismos gemidos que yo te he provocado cuando hemos estado juntos.

Elisa desciende una mano hasta el vientre plano de Alex y, con un rápido movimiento, desata el nudo de la camisa que le rodea la cintura, liberándola.

Desde nuestra posición es imposible ver a qué se refiere con esa insinuación, pero sospecho que acaba de comprobar que Alex y yo hicimos algo más que hablar mientras estábamos solos.

—Menuda arpía —sisea mi amiga por detrás de mí.

Laura y yo estamos tan apretujadas que incluso podemos escucharnos el latido la una a la otra, un eco lejano pero muy vivo.

—Estoy tan cansada... —Elisa lanza un suspiro muy cerca de la oreja de Alex. «Voy a estrangularla», pienso de inmediato—. Héctor sigue ignorándome y tú últimamente pareces muy entretenido con esa novata. ¡No es justo! —se queja haciendo un puchero sexy y supuestamente encantador—. ¿Por qué no nos divertimos juntos un rato?

Esto es lo último que puedo aguantar, así que decido largarme. Sin esperar a ver la reacción de Alex, me alejo de la puerta y tiro de Laura hasta que ella capta mi intención y me sigue, a pesar de su desconcierto. Estoy segura de que Laura estaría más que dispuesta a que nos quedásemos espiándolos hasta el final, pero por ningún motivo voy a repetir la misma equivocación que cometí con Miguel; me sentiría todavía más humillada de lo que ya me siento mientras estoy viéndolos en plena acción.

«¡Pueden hacer lo que quieran, pasó de ellos!», me digo estirando rabiosamente como si fueran chicle las gomas de colores que rodean mi muñeca.

Cuando llegamos a mi habitación, abro y me encierro con Laura dentro.

—¡Qué fuerte, tía! Esos dos están liados —salta con un entusiasmo casi inhumano.

Me tumbo sobre la cama y Laura toma asiento en la zona de los pies. De pronto, se calla y me estudia apenada.

—Lo siento, tía. No tenía ni idea de que andabas enrollada con él. Y por lo que esa lagartona ha dicho, parece que pilló a Marta pegada a la puerta mientras os lo montabais. ¿Porqué no nos dijiste nada?

—Marta ya lo sabía. El otro día nos descubrió—confieso, sintiendo el principio de una náusea.

Cierro con fuerza los párpados y me los froto con la palma de la mano derecha.

—Siempre soy la última en enterarme de estas cosas. ¿Por qué nunca contáis conmigo?

—He sido una idiota, Laura.

Incorporo medio cuerpo y la abrazo fuerte.

Tengo la saliva pastosa y me cuesta hablar.

—Vale, tía. Tranquila. No llores, ¿eh? ¡Oh, demonios! No debía haberte recriminado nada.¡Venga, Beca! ¡Lo siento, lo siento mucho! ¿Qué hago? ¿Estás enfadada conmigo?

—¡Mierda, Laura! Creo que he cometido un gran error. ¿Cómo he podido ser tan tonta?

—¡Esto me supera! ¿Acabas de decir una palabrota? Vaya, debes de estar muy pillada por ese tío.

Me sorbo la nariz.

—Elisa siempre hace un descanso a la misma hora cuando voy al trabajo. Y el día que tuve que bajar al almacén, ella apareció diciendo que había estado buscando a Alex. ¿Cómo no me di cuenta de lo que pasaba justo en ese momento? ¡Mierda, tía! ¡Todo esto es tan repugnante! Es como una pesadilla que se repite.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora