Capítulo 58

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Mis ojos viajan con voluntad propia a su boca y luego a sus pupilas, brillantes y levemente dilatadas por el sexo.

—¿Te sientes bien? —me pregunta.

—Solo noto un poco de dolor —contesto para tranquilizarlo.

Alex asiente.

—Tienes una piel perfecta —dice con dulzura y ojos de admiración.

Me gusta oírle hablar mientras sus dedos se deslizan desde mi hombro hasta mi cintura con la delicadeza de una pluma, poniéndome la carne de gallina.

—También a mí me gusta tu piel, Alex, y me gustas tú —digo olvidando todo mi pudor y acercando mi cabeza a la suya. Le doy un breve beso sobre la punta de la nariz y él se queda muy quieto—. Me gustas todo tú, con tus cicatrices, con tus tatuajes y con estas manos que pueden crear obras de arte —digo cogiéndoselas y levantándolas—, pero temo no poder alcanzarte.

—Tú eres mi inspiración, mi musa, Rebeca. Eres todo el aire que respiro. No necesito una muñeca sin personalidad que se adapte a mí, solo necesito que seas tú, Rebeca. Te necesito a ti, y tal como eres, con tus sudaderas o sin ellas —baja una mano hasta mi pecho y apoya la palma sobre la zona de mi corazón.

Muchas emociones quedan fijas en ese gesto, algo infinito.

—Si soy tu aire, déjame llenar tus pulmones. Ábreme tu corazón. Dame una prueba de que confías en mí —respondo cubriendo sus dedos con los míos ahí donde mayor es mi latido—. Déjame sentir para siempre estas mariposas en el estómago que revolotean cuando estás a mi lado.

Alex estrecha los ojos y me mira muy fijamente, pensando en mis palabras, y luego pega su frente a la mía, dejando que nuestros alientos hablen por nosotros durante unos segundos eternos.

—Quédate quieta un momento. Regreso enseguida —me dice de pronto, enderezándose.

Al levantarse, mi cuerpo se estremece al no tener la proximidad de su calor corporal y llora ya echándolo de menos.

Alex me cubre con una manta que hay en uno de los reposabrazos del sofá y se pone los pantalones.

—¿Qué vas a hacer? —pregunto preocupada.

—Voy a encerrar a esas mariposas en tu estómago —dice con una sonrisa traviesa y confiada que me hace reír.

—No puedes hacer eso —objeto, lo que hace que me gane un fruncimiento de cejas.

—Puedo y voy a hacerlo con estas manos que crean obras de arte —dice burlonamente imitándome mientras trae consigo varios botecitos de pintura y pinceles.

Ha encendido la luz y me cuesta mirarlo directamente a la cara mientras me acostumbro a la intensidad de los focos.

Miro ensimismada como se agacha frente a mi cadera y pone una mano sobre la manta.

—Voy a pintarte una mariposa yo mismo. Si tú me dejas, claro —dice pidiéndome permiso y manteniendo una expresión tensa.

Al verlo tan decidido y perfecto de rodillas ante mí, siento un estallido de amor en el pecho que hace que todos mis huesos bailen.

—Está bien —acepto descubriéndome el costado bajo del abdomen.

De inmediato, él me sonríe rompiendo su gesto tenso, y me coloca unos cojines bajo la cabeza.

—¿Estás cómoda? —pregunta ya con voz de profesional—. Una vez empiece no vas a poder moverte —me advierte mirándome con seriedad.

—Sí, señor —bromeo llevándome una mano a la sien.

Un destello de diversión le brilla en la mirada.

¡No puedo creer que vaya a dejar que Alex me pinte sobre el cuerpo!

Observo como todas sus facciones adquieren un grado de concentración muy sexy según va preparando el material. Siento que me estoy haciendo peligrosamente adicta a todas ellas.

—¡Ay! —exclamo al notar un cosquilleo intenso cuando el pincel roza mi piel.

—No te muevas —me ordena.

«¿Cómo puede ponerse tan mandón?»

El pincel sigue su curso y tengo que reprimir una risita mordiéndome el labio.

—No lo he hecho, pero me haces cosquillas —me justifico.

Alex arquea una ceja a modo de respuesta y yo hago un puchero que le arranca una alegre carcajada.

Viéndole como yo le veo, no logro entender que Marta o mi madre puedan desconfiar tanto de Alex. Pero también entiendo su miedo: hay algo en él que siempre está alerta, una especie de sombra que se extiende cuando las personas intentan acercarse a él.No me cabe duda alguna de que su hermano es una pieza importante en su vida y no puede sacársela del corazón, pero tampoco debe mantenerla dentro para siempre culpabilizándose de su muerte. No he vuelto a hablar con él sobre el tema, pero siento que está presente como un fantasma a nuestro alrededor.

—Me siento un poco la dama pelirroja de Titanic —comento soltando una risita cuando la punta del pincel se desliza trazando una elegante ala de mariposa y después otra.

—¿Debo tomármelo como una invitación a que te pinte desnuda? —contesta con la voz un tono más grave de lo habitual. Sus ojos pasan fugaces por mi rostro antes de volver hacia mi costado.

«¡Menudo diablo! Se está divirtiendo a mi costa», pienso.

—Ya lo estás haciendo. Eres el primer tío al que le dejo pintarme nada encima.

Desvío la vista hasta los músculos de su pecho, que suben y bajan rítmicamente como una nana para chicas mayores de dieciocho años. Al instante, empiezo a sentirme húmeda y caliente.

—¿Rebeca? —dice Alex retirando el pincel y depositándolo en un cubilete de agua. Tiene los dedos manchados y el aspecto de haber tomado una decisión.

Alzo la vista.

—¿Sí?

—He atrapado a la mariposa.

Al bajar la vista la veo ahí, de rosa, azul y negro, batiendo las alas, como si Alex la hubiera capturado en medio de un vuelo.

Abro los ojos completamente impresionada y sin palabras suficientes para expresar lo hermosa que es.

—Es preciosa —musito.

Al volver a mirar a Alex noto que me está observando como si su mente estuviera muy lejos.

Coge mi mano y me besa los nudillos con la boca.

—Rebeca, ven conmigo esta noche como mi pareja al Florida Night. Hay algo que quiero contarte.

Un revuelo de inquietud despierta dentro de mí cuando termina de hablar y noto la seriedad de sus palabras.

Ese «algo» es definitivamente importante para él.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora