Capítulo 107

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En seguida me doy cuenta de que a las inauguraciones suele ir gente muy peculiar: desde actores, directores de cine, músicos, arquitectos, médicos, deportistas que entran con su ropa de gimnasio, hasta incluso...

¿En serio aquel tipo acaba de meterse con su bicicleta y un caniche rosa?

Un hormigueo de cansancio me cosquillea por la planta de los pies y sigue ascendiendo hasta las palmas de las manos, sudorosas después de estrechar tantas manos diferentes.

Por suerte para todos, la exposición solo está abierta esta tarde para el público que va con su correspondiente invitación y, sobre todo, lo mejor: Hugh, el agente, no se ha presentado todavía.

Agotada, corro a apoyarme en una columna para quitarme un momento el zapato y ventilar al menos uno de los pies. A otro lado de la sala observo, justo en ese mismo instante, que Alex termina de hablar con otro periodista más de los siete que se le han acercado desde que llegamos. Al ver que lo miro, él me sonríe en la distancia y me enseña el pulgar para indicar que todo va bien.

Como respuesta, hago un mohín con los labios igual que un bebé para que sepa lo mucho que lo echo de menos, y su sonrisa se vuelve todavía mayor.

Entonces, veo que se apunta con un dedo a sí mismo:—Voy contigo —vocaliza con sus sexys labios, y luego me señala a mí, pero cuando está a pocos metros de alcanzarme de pronto es parado por un tipo de no más de cincuenta años, pequeño, corpulento y con un serio problema de alopecia que hace que su cabeza parezca una pelota de fútbol.

Alex me lanza una mirada estresada que el tipo no llega a notar, tras lo que, amablemente, responde a las preguntas del hombre, el cual tiene toda la pinta de posible comprador por la forma en la que señala de continuo el mismo cuadro.

Estiro el cuello y me fijo en que la pintura en cuestión es la de la chica que prepara un batido, la imagen que me ha llamado la atención nada más entrar esta mañana.

De súbito, un camarero de piel tostada con chaqueta blanca y pantalones negros se me acerca con una bandeja llena de coloridos canapés. Me dice algo que a partir de sorry interpreto como «¿Le apetece...?», y asiento efusiva con la cabeza.

¡Ay, Dios mío! ¡Estoy muerta de hambre! Y lo cierto es que, con tantas emociones, apenas he comido cuatro tristes hojas de lechuga y un poco de cuscús en el sitio al que nos ha llevado Mick a comer.

—Thank you —digo contenta al guapo camarero, y me lleno rápidamente la boca con una especie de pirámide de gelatina en miniatura cuyo nombre no me atrevo a preguntar.

Al instante, mis papilas gustativas se ponen en guardia al detectar un sabor extraño en sus fronteras, y unos hostigadores sudores se extienden por mis articulaciones mientras trato de no escupir la papilla de la pirámide sobre el camarero.

No obstante, no logro disimular lo suficiente y el camarero empieza a hacerme preguntas. A duras penas consigo tragar el infernal canapé, pero sonrío al chico para que se quede tranquilo.

En cuanto se da la vuelta, siento que vuelvo a ponerme de mil colores.

—¡Eh, chica guapa! ¿Le apetecería algo de beber?

Me giro de inmediato, tomo la copa de champán que me ofrece Alex y la bebo de un trago sin pensarlo.

Al instante, la espuma se me sube a la cabeza y empiezo a toser. Los ojos se me ponen en blanco.

—Eh, tranquila —dice Alex al mismo tiempo que me palmea la espalda—. ¿Estás bien?

—Podría estar mejor —respondo en cuanto me calmo un poco—. ¿Qué tal va tu mandíbula? —pregunto, y me fijo en que, aunque mantiene el rostro relajado, el brillo de su mirada es mucho más apagado que cuando llegamos.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora