Capítulo 150

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Un temblor excitante barre toda mi piel, dejándola sensible y expectante. Alex masajea mi coronilla y, al mismo tiempo con la otra mano, empieza a deslizar el borde de la taza desde el nacimiento del punto medio de mi espalda, vértebra a vértebra, con una carencia abrasadora que pone mis sentimientos a flor de piel. Encojo los dedos de los pies cuando la porcelana ahora fría pasa por una zona especialmente sensible.

—¿Tratas de ponerme a prueba? —gruño mitad excitada, mitad impaciente.

Alex se agacha un poco, y justo cuando creo que está a punto de poseer mi boca con la suya, frena de forma abrupta.

—No. Trato de probarte entera... —murmura Alex al mismo tiempo que libera todo mi cabello. Este se derrama sobre mi columna vertebral, provocándome sobre la piel un cosquilleo agradable—, y asegurarme del modo más infaliblede que esta vez no salgas corriendo por la puerta.

Pongo los ojos en blanco al comprender la pequeña réplica bajo aquellas últimas palabras en referencia al hotel.

—Mucha suerte entonces, pintor —replico con una sonrisa. A continuación, lanzo una mirada retadora hacia mi vestido tirado en el suelo, y luego hacia la puerta.

Alex envía muy lejos de una patada el vestido.

—Yo que tú me quitaría la idea de la cabeza, mi musa —dice Alex con su acento arrastrado. Estamos demasiado cerca el uno del otro, y la fragancia profunda subyacente en la piel masculina, que huele a especias y a aceites esenciales para el dolor muscular, inunda mis orificios nasales. Él me observa con intensidad—. Iván ya está demasiado cachondo en la habitación de al lado, mi padre todavía está en casa y hay personal del servicio que duerme aquí. No me importa que me vean desnudo mientras te persigo. Todos ellos han sobrevivido antes a cosas más impresionantes viniendo de mí y mi hermano, pero ¿y a ti?

Me quedo en silencio a modo de respuesta.

—Bien —dice Alex satisfecho—. ¿Por dónde debería empezar? —comenta con una voz ronca y aterciopelada.

Intento prepararme psicológicamente, sin embargo, él me decepciona colocando la taza entre mis manos y dando un paso hacia atrás.

Arqueo las cejas, interrogante.

—Levanta los brazos y no sueltes la taza, mi musa —ordena sorprendiéndome de nuevo.

Solo la curiosidad consigue que le siga el juego y, durante un buen rato, dejo que sus ojos me examinen con una atención torturadora.

—Ahora sé lo que siente la Estatua de la Libertad con todos esos insensibles turistas sacando fotos —comento puntillosa, solo para desviar la vergüenza que siento al notar cómo él se fija en todos los moratones que hay alrededor de mi cadera y mis piernas, uno a uno.

Alex vuelve a acercarse sin reflejar ni un solo pensamiento en la cara, y cualquier preocupación que tuviera desaparece bajo su ardiente mirada, que está más encendida si cabe. El corazón me palpita rápido.

—Deja de distraerme, Beca, sé lo que pretendes. Me sé todos tus trucos.

—¿Trucos? ¿Yo tengo trucos?

Él inclina la cabeza en ese momento y amolda su boca a la mía. Enseguida, me pierdo en el beso más apasionado que he recibido en toda mi vida.

Suave al principio y al momento siguiente brusco, intenso, profundo, como si estuviera tanteando los límites de donde estoy dispuesta a dejarle llegar.

Al parecer muy lejos.

Siento cómo la mano vendada de Alex ahueca uno de mis pechos y me estiro hacia delante para llenar mejor toda su cálida palma. El roce áspero de la venda y mi piel erizada hacen el resto del trabajo. Pero no es suficiente... Hoy nada parece serlo, como si estuviera poseída por algún tipo de demonio interior y quisiera expulsarlo, como si necesitara con urgencia consumir algún tipo de fuego corriendo entre mis venas.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora