Capítulo 70

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Inspiro hondo, y soñolienta busco el contacto de Alex a mi lado, pero al estirar los dedos solo siento un completo vacío en el lugar donde debería estar él.

Se ha ido.

Desorientada, me incorporo un poco y trato de abrir los ojos. La fuerte luz proveniente del techo me hace lloriquear, pero tengo los ojos tan cerrados por el agotamiento que apenas logro ver unas ligeras sombras.

Me enjugo las lágrimas y doy un largo bostezo, que es interrumpido por el súbito ruido de un pequeño chasquido procedente del exterior.

Todos mis pensamientos se evaporan como la brisa que revuelve el pelo y se va, y todas las alarmas de mi cuerpo saltan.

—¿Alex? Alex, ¿eres tú?

La puerta termina de abrirse y un delicioso aroma a sopa invade el ambiente, lo que provoca que mis tripas rujan de manera indiscriminada y que me desvele por completo. De forma instintiva, me toco los labios: todavía siento en ellos la calidez del último beso de Alex.

Me los relamo y respiro hondo.

Tengo hambre.

Me vuelvo por completo hacia donde proviene el ruido y observo el buen aspecto de Alex; no deja de asombrarme su rápida recuperación.

Antes de hablar, él me repasa de arriba abajo con un fuerte deseo; esto hace que me percate de inmediato de que debe de haber algo en mí fuera de lo normal.

Miro hacia abajo y, acalorada, descubro que solo llevo una de mis viejas sudaderas, además de unos calcetines blancos de deporte que no llegan a cubrirme los tobillos.

«El resto de la ropa está colgada en el baño», recuerdo.

Debido a la improvisada ducha, he terminado demasiado mojada para ponérmela de nuevo; únicamente me he quedado con la muda interior puesta.

Sumida en un extraño trance, rememoro el momento en el que Alex y yo estábamos juntos mientras el agua caía como una cascada sobre nuestras cabezas: aún puedo sentir tan real la proximidad de su cuerpo húmedo y todavía vestido que un estallido de fuego tiñe mis mejillas.

Abrumada, tiro de la tela de mi sudadera hacia mis muslos desnudos, buscando el modo de calmarme, mientras deseo que entre todos los secretos que esconde Alex no esté el de poder leerme el pensamiento, como hacía el personaje vampiro de una saga de libros para adolescentes que leí hace unos años.

—Eh..., sí, soy yo —responde Alex despacio y en un tono grave; entre tanto,no deja de analizarme enigmáticamente, con un brillo especial en los ojos que hace que mi corazón palpite más rápido—. Ya estás despierta —comenta más como una afirmación que como una pregunta.

Trato de decir algo inteligente o al menos de moverme para asentir, pero hoy han pasado tantas cosas importantes entre nosotros que no sé cómo reaccionar.

Mi mente vuelve una y otra vez al instante en el que vi cómo sus lágrimas se le deslizaban por la cara. No obstante, como siempre es Alex el que logra abrir esa brecha con enorme facilidad, comportándose con su habitual despreocupación y como si nada hubiera sucedido.

Me guiña un ojo con descaro y me hace enrojecer todavía más.

De forma automática, me cubro las piernas con la manta que él me ha puesto por encima antes de marcharse y me pongo de pie.

Llena de curiosidad, me fijo en que Alex ha regresado cargado. Él nota mi interés y continúa hablando.

—Te has quedado dormida en el sofá, así que he aprovechado para ir a buscar la cena al restaurante chino de al lado —explica Alex con tranquilidad, alzando unas bolsas en lo alto mientras cierra la puerta del estudio con un puntapié rápido—. ¿Te gusta o prefieres...?

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora