Capítulo 140 (Alex)

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El presente se difumina por completo y me traslada a la habitación de Rebeca, hace unos meses.

Ambos estamos solos en su casa, lo que es mejor: solos en la cama de su habitación. Beca está casi desnuda. Muy exuberante, tumbada de espaldas con el pelo húmedo extendido en ondas mientras intenta cubrirse con una toalla de mi color favorito, blanco, al mismo tiempo que yo trato de persuadirla con caricias para que deje de hablar sobre mi pasado. Huele jodidamente bien, a jabón, a agua fresca y a champú de melocotón. ¡Joder! Está irresistible. Me vuelve loco cada curva de su cuerpo, la esencia que desprende y sobre todo el pensamiento casi posesivo de que ella es mía, de nadie más. Pero ella tampoco es indiferente, puedo sentir cómo sus ojos me recorren el pecho desnudo casi con frustración y también con un deseo inconfundible de sexo. Aquello me pone tan duro que no consigo concentrarme apenas en su pregunta:

«¿Vas al gimnasio a menudo?».

«Hace mucho que no piso un gimnasio», respondo molesto porque ella prefiere seguir hablando sobre cosas banales precisamente en este momento.

«Sin embargo, Carlos sí que va bastante, ¿no? ¿Os conocisteis cuando ibas al gimnasio?», continúa.

«Sí», respondo de manera escueta y con la voz ronca de deseo por Beca, tras hacer una pequeña pausa.

Quiero gruñirle que ya no puedo seguir escuchando una palabra más y ser razonable con ella, porque la necesidad de trazar con mis labios las líneas delicadas de su cara dulce y única, de cubrirla a besos calientes y húmedos y, después, de hundir mi lengua en su boca de fresa hasta acabar por los dedos de sus pies, es demasiado fuerte. Pero ella...

«¿Cómo llegasteis a ser amigos los dos?», insiste Beca, lo que hace que me detenga a medio camino de besarla. De pronto, siento unas irrefrenables ganas de zarandearla por ello.

Chasqueo la lengua con disgusto, me rasco la cabeza y al final me aparto de ella con un dolor áspero en la entrepierna. Apoyo la cabeza en la dura y fría pared, lejos del cuerpo caliente de Rebeca.

«¿De verdad tenemos que hablar de esto ahora, Beca?», profiero, y la miro sin disimular mi cabreo.

«Solo tenía curiosidad. ¿Estás enfadado?», pregunta, y suena tan tierna que siento las ganas de golpearme yo mismo por lo bruto que he sido con ella.

«No, no lo estoy», miento de inmediato, pero sé que no he logrado engañarla. Hay algo irónico en sus ojos ambarinos que hace que me dé cuenta de ello. De repente, ella me sorprende al ponerse de rodillas a mi lado, y de nuevo capto esa fragancia a melocotón en el aire que estoy seguro de que debe de salir de su pelo húmedo. Estoy muy excitado.

«¿Seguro?», insiste con esa voz dulce y melosa que utiliza en contadas ocasiones. Habría que ser un puto eunuco para no perder el control.

«Sí», gruño, y evito el contacto visual. Si se percata de lo mucho que deseo tirarla sobre la cama de nuevo y hundirme dentro de ella una y otra vez, casi puedo adivinar que saldrá corriendo. Entonces, me doy cuenta de que mi actual estado no podría sobrevivir a eso.

Mi cuerpo se relaja un poco y me vuelvo hacia Rebeca. Primero le robo un beso, labios sobre labios, y después la persuado con lentos mordisquitos hasta que consigo que abra la boca por entero para mí. Esa boca perturbadora con forma de corazón. Mi mano se mueve por detrás de su espalda, para acoplarla mejor mientras sigo acariciando su lengua con la mía, y en algún momento la molesta toalla se pierde entre ambos.

—¿Alex? —dice una voz lejana en medio de mi recuerdo sobre Beca.

Aprieto los ojos hasta que el sonido desaparece y me sumerjo otra vez en mi mente.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora