Capítulo 97 (Alex)

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Salgo a la calle. De inmediato, el calor de la tarde se me introduce por los poros de la piel y me sacude el cuerpo como si acabara de recibir un derechazo en plena cara.

—¡Dios! Va a hacer que pierda la cabeza —gruño.

Juro que voy a castigar muy seriamente a Rebeca en cuanto vuelva a tenerla en mis brazos. Y luego voy a hacer que de ningún modo se le ocurra cometer de nuevo otra tontería tan descabellada como esta. Todavía no sabe en qué tipo de juego acaba de meterse.

Impaciente, giro la cabeza hacia todas partes y busco como un loco el coche rojo de Sara en el aparcamiento.

Apenas hay vehículos todavía y no me cuesta mucho esfuerzo dar con él. Está estacionado junto a una de las farolas, en el reservado azul para empleados. Al instante, me dirijo hacia aquel lugar tan rápido como mis piernas me lo permiten.

Justo cuando estoy a punto de meterme dentro del coche, alguien se interpone entre la puerta del conductor y yo, y la sujeta de tal modo que no puedo acceder al interior.

Alzo la cabeza y, sin contener mi enfado, miro de quién se trata.

—Ivan... —digo con la mandíbula apretada.

—No te encabrites todavía, Kirov. Solo vengo a echarte una mano. Necesitarás a alguien más si quieres llegar hasta la misma puerta del edificio sin perder más tiempo —explica, y luego hace el ademán de introducirse por el lado del conductor. Antes de que continúe con lo que intuyo que va a hacer, lo detengo.

Le lanzo una larga y escrutadora mirada. Puedo imaginar que Sara le ha puesto enseguida al corriente de la situación y después lo ha enviado a vigilarme para que no cometa ninguna estupidez.

Esbozo una sonrisa torcida.

«Tal vez no debería haber preguntado por lo del seguro...», pienso demasiado tarde. Acto seguido hago tintinear las llaves ante Iván.

—Puedes acompañarme, pero conduciré yo —le advierto, y doy por zanjado el asunto con una mirada intensa.

A regañadientes, Iván termina accediendo y se pasa al asiento del copiloto. Parece un elefante vestido de gamberro que trata de entrar en un carrito para bebés. Entre dientes suelta varios juramentos que sacarían todos los colores del arcoíris en las mejillas de Rebeca.

Pensar de nuevo en ella me enfurece bastante, y también me preocupa todavía más.

Apenas compruebo que Iván se ha colocado el cinturón de seguridad por el pecho, arranco el motor haciéndolo rugir y salimos sin perder más tiempo hacia la carretera. En cuanto hundo el pie un poco más en el acelerador, Iván sesujeta con fuerza de uno de los agarraderos negros revestidos de piel situado sobre la ventanilla, en el techo del coche. Sara ha debido de invertir una buena suma en este precioso cacharro, lo que me hace suponer que el negocio va muy bien a pesar de sus constantes quejas hacia nosotros.

—Con moderación, Kirov, con moderación —gruñe Iván, completamente pálido a mi lado. Echa una mirada inquieta a la aguja temblorosa del contador de velocidad y luego se santigua—. ¡Joder, chico! Estoy demasiado mayor para esto. ¿Me oyes? No estamos en la fórmula uno, y si rayas aunque sea un milímetro este coche, Sara va a hacer una fiesta vudú con nuestras cabezas. Nos va a desollar vivos y luego se comerá nuestros huevos en vinagre —me advierte simulando un tono duro que no concuerda con su respiración entrecortada—. ¿Por qué te importa tanto esa chica, Kirov? Solo es una niña más en tu currículum, acabarás olvidándola como a las anteriores —salta de pronto.

No contesto a su pregunta. La sangre se me calienta en las venas y siento que empieza a entrar en estado de ebullición dentro de mí. Furioso, cambio de marcha, giro a la derecha de un volantazo brusco y tomo una de las desviaciones que llevan hacia la empresa de mi tía, ignorando el chillido gutural que da Iván cuando pasamos muy cerca del morro de un camión y este no nos roza por muy poco.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora