Capítulo 54

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El hecho de enterarse de que yo no sé nada acerca de ello da la sensación de desilusionarla bastante.

—Alex me ha contado que de pequeños siempre era él quien lo defendía —digo, con la sensación desagradable de haber perdido interés para ella.

Sofía me dedica una sonrisa nostálgica.

—Sí..., tienes razón. Te llamas Beca, ¿verdad?

Asiento con la cabeza, algo avergonzada. Llevamos hablando durante un buen rato y aún no me he presentado en condiciones.

—Perdona lo que ocurrió esta mañana en el centro comercial. Alex y Dmitry tienen ciertas dificultades para entenderse.

—¿Dmitry? ¿Te refieres al padre de Alex? —pregunto con cautela; tampoco quiero parecer entrometida.

—Sí. Podría decirse que si se odian tanto es porque amarse sería demasiado para su propio orgullo —bromea con una expresión triste.

—¿Y eso? —pregunto todavía más intrigada.

—Bueno, es algo complicado de explicar, sobre todo si Alex aún no te lo ha contado... Creo que no debería ser yo quien lo hiciera, Beca —comenta, reticente a soltar más información.

«¡Oh, genial! Me ha quedado peor de lo que estaba», pienso.

Noto que Sofía desvía la vista con impaciencia hacia el lugar donde debería estar Marta y luego me mira. De pronto, caigo en la cuenta de que mi amiga está tardando demasiado en regresar.

Las puertas de la cafetería se abren en ese instante y una ola de viento helado se cuela en el interior y me hace tiritar. Y con el viento helado entra también Alex, lo que me deja completamente atónita. Sus ojos están encendidos de furia y determinación.

Ignorando la presencia de su tía, va directo hacia mí.

Mil emociones se amontonan sobre mis hombros mientras espero a que hable.

—Rebeca, tenemos que irnos —dice con firmeza, y me tiende una mano para que me levante de mi sitio. No sé si está enfadado con las dos o solo conmigo, ya que me advirtió que no me acercara a su tía, pero algo en su mirada me saca de dudas al momento. En cuanto le doy la mano se gira bruscamente hacia Sofía, que no parece sorprendida aunque sí bastante preocupada—. No sé lo que pretendéis tú y mi madre esta vez, pero será mejor para vosotras que dejéis a Beca fuera del juego —le advierte en un tono inquietantemente sosegado, muy diferente al que ha empleado conmigo hace un momento—. A ninguna de las dos os conviene verme cabreado de verdad,nSofía. Os lo aseguro.

Al decir esta última frase sus pupilas adquieren un intenso color negro, endurecido por la frialdad azul que los rodea y que va comprimiéndolos hasta casi convertirlos en unas rendijas que absorben la oscuridad del bar.

Un estremecimiento de inquietud me recorre el cuerpo mientras lo observo.

Al volverme, descubro perpleja que Sofía curva los labios en una gran sonrisa confiada, como si no temiera ninguna represalia, pero enseguida me doy cuenta de que es pura fachada: noto la manera como desliza sigilosamente una mano por debajo de la mesa para aferrarse a la tela de su vestido, a rayas grises y granates. Ejerce tanta presión que sus nudillos se blanquean.

—Alex —lo llamo, antes de que alguien diga nada más. Él se vuelve lentamente hacia mí y se relaja un poco, aunque mantiene una actitud distante—. Marta aún no ha regresado.

—No te preocupes por Marta, Carlos ya se ha hecho cargo de ella —me responde, tranquilizándome de inmediato. «Ahora empiezo a entenderlo todo», pienso al comprobar que el bolso de Marta no está por ningún lado. «¡Voy a estrangularla en cuanto la vea!»—. Nos vamos, Rebeca —me apremia de nuevo.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora