Capítulo 65

420 13 0
                                    

Después de descubrir a Sara y Sofía saliendo del hospital, la mañana ha pasado más rápida de lo que esperaba.

Ahora ya son las siete de la tarde, y he estado estudiando sin parar prácticamente hasta la llamada de Marta.

Por suerte, no he tenido mucho tiempo para pensar en mi relación con Alex o en lo que Sofía y Sara están tramando con tanto cuidado.

—Tía, te digo que esa arpía va a aprovechar la más mínima oportunidad para meterlo en la habitación roja —asegura Marta con vehemencia—.Tienes que librarte de ella. Los tíos no tienen amigas, créeme.

Me imagino a Alex atado a una cama, y subida encima de él, a Elisa, que viste un escandaloso traje de enfermera y sostiene un látigo en el aire.

Esta imagen llena todos mis pensamientos.

Horrorizada, sacudo la cabeza y la hundo en la almohada como un avestruz haría bajo tierra.

—¡Oh, déjalo ya, Marta! —la regaño.

—No hablo en broma, tía. Mira lo que intentó hacer esa lagartona en el hospital en cuanto tú no estabas presente. A saber lo que...

—¡Marta! —le advierto más alto de lo que pretendo. Me quedo callada un momento, escuchando los ruidos de fondo. Cuando ha pasado un tiempo relativamente seguro, continúo—: Tía, ¿qué película acabas de ver?¿Cincuenta Sombras de Grey? —exclamo nerviosa, y paso la página de mi libro de filosofía. Echo un vistazo inquieto a la puerta y me río un poco para calmar los ánimos—. Lo siento, no quería gritarte... Dentro de poco voy a tener que dejarte —digo bajando de nuevo la vista hasta el libro; me queda poco más de un párrafo para memorizar.

—¿Está tu madre cerca? ¿Por eso no puedes hablar más? —pregunta de pronto Marta en tono cómplice.

—Marta..., estoy en casa estudiando, y tú también deberías hacerlo mismo. ¿No suspendiste los últimos exámenes?

—Bah, ¡tonterías! Al monje ese le contaré un cuento y listo.

—Eso no va a ser suficiente —le advierto.

—La filosofía es vida, y yo tengo mucho de eso —dice Marta tan seria que casi creo que está pensándolo de verdad.

La puerta se abre y me veo obligada a colgar abruptamente el teléfono.

Mi madre y mi hermano Diego se asoman.

—¿Cómo vas?

—Bien —contesto de forma automática, y dejo el móvil a buen recaudo, bajo los apuntes.

Mi madre me estudia la cara con intención y frunce el ceño, preocupada.

—Haz un descanso, hija —sugiere.

«No sospecha nada», pienso aliviada.

—Claro, en un rato —respondo dando un bostezo, y luego los miro a ambos con curiosidad—. Creí que ya os habíais ido.

Mi madre se vuelve hacia Diego y le aprieta cariñosamente del hombro. Él me mira a mí, pero no dice nada.

—Tu hermano se ha olvidado otra vez del abrigo, pero ahora lo cogeremos y nos marcharemos de nuevo. Te dejamos completamente sola en casa. —Se queda callada unos instantes y observa de manera reprobatoria el desorden que he provocado en mi habitación mientras estudiaba—. Te he dejado un trozo de pastel de zanahoria en la mesa de la cocina —me avisa—.Cómelo y después sigue estudiando, ¿vale, Beca?

—Vale. Gracias, mamá —contesto—. Pasadlo bien.

La puerta se cierra. Con un suspiro de resignación, termino por darme por vencida y rezo con todas mis fuerzas para que mañana, en el examen, me toque Marx y no santo Tomás.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora