Capítulo 24

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Acaba de decirlo, pero yo aún no puedo creer que sea verdad.

—Eduardo... —repito en voz alta, intentando asimilar la información—. ¿Estás seguro?

Alex se levanta, pero no dice nada. Está extrañamente tenso.

Me pongo de pie sobre el sillón para poder estar a su altura y lo examino de arriba abajo con curiosidad casi morbosa.

—Es increíble el parecido entre ambos —murmuró más para mí misma que para él.

Noto que Alex arruga la camiseta del labio. Convirtiendo el gesto en una sonrisa que no termina de florecer en su boca.

—Supongo —contesta dándome la espalda.

Se mete en el cuarto de baño otra vez, dejándome sola en la sala.

—Espera, no te vayas aún, tengo más preguntas —le pido dando un brinco, pero hace caso omiso.

¿Qué le he hecho para que se haya puesto de tan mal humor? Enfurruñada por su falta de comunicación, me siento al estilo indio dispuesta a aguardar su regreso, pero entonces oigo el sonido de la ducha. Dejo pasar unos minutos.

—¿Alex? —lo llamo.

Al no recibir respuesta, me escurro de mi asiento aún descalza y, de puntillas, asegurándome previamente de que todavía se oye el ruido del agua al caer, tomó el bloc y echo un vistazo.

Lo que veo me deja anonadada.

—¿Te gusta? —es la voz de Alex. Acaba de salir y esta frotándose la cabeza con una toalla mientras mantiene la otra sujeta a la cintura.

Abro la boca, sintiendo que me he quedado sin voz. Varias gotas le recorren el abdomen y mueren bajo su ombligo de manera tan sexy que debe de ser pecado. Mis ojos lo recorren ávidos: tiene una piel brillante y blanca que resalta su pelo oscuro y su mirada azul. Es como si fuera un ser irreal sacado de una novela erótica.

—¿Qué si me gusta qué? —pregunto atropelladamente.

Alex da unos pasos hacia delante y me observa con una mueca de suficiencia.

—Mi trabajo, por supuesto —me responde burlón.

«Es todo un vanidoso», pienso indignada. Me vuelvo y expulsó el aire contenido, tratando de calmarme.

—¿De verdad era necesario que te ducharas ahora? —le recriminó eludiendo el tema y fijando la vista únicamente en la pared de las mariposas. Cuando más la miro, más creo que le falta algo...

—Beca, si te tengo a ti cerca, sí. —Se queda callado como si algo le molestara —. Puedes continuar negándote a ti misma que tú también lo sientes, pero s tu cuerpo no. Sobre él no tienes control.

Ese comentario tan directo hace que se me seque la garganta. Me doy la vuelta para enfrentarme a Alex y, de nuevo, tengo que hacer acopio de todas mis fuerzas para no perderme en sus pectorales humedecidos bajando y subiendo al respirar. Mis pupilas ya están absortas en el recorrido tatuado de su hombro que asoma levemente hacia adelante. ¡Oh, mierda!

—¡Vístete, por favor! No puedo mantener una conversación seria contigo si sigues así... —Me retengo, las palabras no me salen, por lo que le dedico una mirada furiosa.

—Así... ¿cómo? —contesta pavoneándose con evidente diversión.

Me cubro la cara. «Idiota, idiota», me digo.

—No voy a mirarte —le advierto muy nerviosa —. Contaré hasta cinco y si no te has puesto ya tu ropa, juro que me largo de inmediato.

—¿Beca?

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora