Capítulo 93

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Él se recuesta sobre uno de sus codos.

—Tal vez... —deja caer y me observa con atención.

—¿Tal vez? ¿Te refieres a vivir juntos? —exclamo demasiado sorprendida.

—Quizá no ahora, pero sí cuando empieces las clases en la universidad. ¿Qué ocurre, mi musa? ¿No te gusta la idea? —inquiere Alex.

—No es eso. Es solo que..., ya sabes que mi familia depende de mí en estos momentos, Alex, y aún es demasiado pronto. No creo que pueda tomar una decisión tan importante así como así —balbuceo nerviosa. Noto como Alex frunce el ceño—. ¿Qué tal si me das un tiempo para pensarlo? Aún tengo que decidir lo que haré con mis estudios, y no estoy segura de si mi sueldo, sumado al de mi madre, cubrirá todos los gastos.

Alex relaja el ceño. Luego me besa en la frente y me revuelve el pelo. A continuación, se incorpora y con sumo cuidado pasa por encima de mí para bajar de un salto de la cama.

—Está bien, Rebeca —concede, y va hasta la pequeña cocina del cuarto—. Te daré el tiempo que me pides —acepta mientras se ajusta los guantes de silicona en las manos.

Observo a Alex un rato mientras friega los cacharros del fregadero en calzoncillos ajustados. Mi vista asciende desde su escultural espalda sin camiseta hasta el sexy tatuaje de su hombro derecho. La idea de verlo así todos los días resulta muy tentadora.

Doy un largo bostezo sin dejar de admirar la escena que tengo ante mí y después me levanto para ir a ayudarlo, pero Alex rechaza mi ofrecimiento para que pueda darme una ducha mientras él prepara algo de desayuno.

Al salir, veo que ha puesto unos mantelitos individuales sobre los cuales hay café con leche e incluso un par de magdalenas con trocitos de chocolate.

—¿De dónde has sacado todo esto?—pregunto sin poder evitar sospechar de la procedencia de todo aquello.

Alex ya está vestido: se ha puesto su habitual camisa y sus vaqueros desgastados, e intuyo que ha hecho alguna incursión a las habitaciones de sus compañeros de residencia.

—¿Impresionada?

—Un poco, Alex —confieso, y me siento después frente a la encimera de estilo americano.

Mi vista recae sobre el llavero de vaca que Alex posa sobre la mesa en ese momento.

Doy un lento sorbo a mi taza y el café todavía humeante quema un poco mi lengua, por lo que tomo un pellizco de la magdalena y me llevo el trozo a la boca.

—Alex. Al final recuperaste tus llaves... ¿Las encontraste en el ascensor? —pregunto, y procuro que no note lo mucho que me interesa su respuesta.

—No. Alguien las encontró por el suelo y se las dio a una de las chicas de la limpieza —explica con calma.

«Así que por eso tardó más en regresar...», reflexiono.

De pronto pienso en la habitación cerrada con candado que hay en el estudio de Alex. Estoy casi segura de que le he visto cerrar esa puerta con una de las llaves de su llavero.

—¿Y están todas las llaves? ¿No te falta alguna? —insisto.

Alex me observa con una mueca divertida, pero yo no me río.

—No. ¿Qué ocurre, mi musa? ¿Todavía estás preocupada por lo que ocurrió aquella noche?

Exhalo un suspiro. Me siento un poco frustrada. No sé cómo decirle que temo por él. Me inquieta que otras personas poco recomendables estén escarbando en la vida de Alex en estos momentos para tratar de averiguar qué es lo que esconde, y que en cuanto lo averigüen utilicen esa información más adelante para hacerle daño.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora