Capítulo 86 (Alex)

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Siento que Beca me está diciendo algo al oído, pero no consigo entenderla bien. Es como si entre nosotros existiera una gruesa pared que amortiguase todo aquello que sale de su boca, y lo único que me llega es un ligero e incomprensible susurro.

Lo sorprendente de todo esto es que ella está muy cerca; lo sé por la fragancia a fresas que desprende su pelo, que se mezcla con un aroma sutil y sexy que solo pertenece a Rebeca y que a mí me vuelve todavía más loco por ella.

Mi repentina incapacidad para responder o escuchar me enfurece y hace que me hierva la sangre.

Por un instante, creo que logro parpadear. Las luces de los coches y de la calle cada vez son más brillantes, o quizá esas luces solo están dentro de mi imaginación y he perdido el juicio.

¿Qué demonios me está pasando?

Siento como si me hubieran chutado algo asqueroso en el cuerpo.

No, es la cabeza. La cabeza me está matando y el dolor es tan jodidamente intenso que estoy bloqueado.

—Está bien... Eso haré —oigo decir a duras penas, realizando un gran esfuerzo.

«¡Maldita sea! ¿Con quién está hablando Beca?».

El pánico se introduce por los poros de mi piel como agujas. Quiero abrir la boca y decirle que se detenga, que ya estoy bien y que no quiero que le dé más importancia a todo esto que me está ocurriendo porque no la tiene, pero mis dedos no se mueven, mis labios están adormecidos y mis párpados parecen tan cerrados como si hubieran puesto pegamento entre ellos.

«Es una broma de mal gusto de la que voy a despertar en breve —me digo—. No puede ser de otro modo».

Me quedo suspendido entre las sombras durante un tiempo y en algún momento veo a mi hermano instantes antes de que comencemos a escalar por la pared de roca y ocurra el accidente.

Los dos sonreímos confiados y hacemos una nueva apuesta con los puños unidos: el último que llegue arriba tendrá que decir toda la verdad a nuestro padre, que nos hemos intercambiado la identidad. La imagen se emborrona y lo siguiente que noto es una larga caída que acaba de repente, y a continuación, un profundo dolor en la cabeza. No veo nada y la oscuridad me rodea de una manera escalofriante. No puedo saber dónde están mi hermano o mi padre, y ni siquiera dónde yo me encuentro tirado.

«¡Joder! ¿Qué mierda me está pasando? ¿Por qué no veo nada?», deliro.

Me repito que esto es solo una pesadilla, y poco a poco mis palpitaciones se van calmando. Pronto vuelvo a sumirme en esa niebla que va y viene y que me mece como una barca en medio de un océano interminable.

Espera... Hay algo dentro de mí que está vivo: es como un pequeño y molesto grano en el culo, pero todavía no lo noto demasiado.

No, no es algo físico, sino más bien una sensación de calidez que derrite paso a paso el hielo que me paraliza, que se filtra por la sangre de las venas y que hace que mis órganos comiencen a trabajar de nuevo. Todo este calor corre por mi cuerpo cada vez más rápido, enérgico... Es adrenalina en estado puro.

Noto que alguien mantiene mi mano sujeta y que ha entrelazado sus dedos con los míos. Tengo la piel húmeda y tirante en algunas zonas.

Pip, pip, pip...

Me quedo rígido e intento contener el sentimiento de ahogo que atenaza mi garganta de repente.

¡Mierda! Reconozco esos pitidos muy bien; estoy seguro de que los he oído en algún sitio.

Parpadeo un par de veces. Abro los ojos y lo primero que veo es el techo blanco y un halógeno que me enfoca a la cara. Esto tiene mala pinta. Trago saliva y mis oídos se destaponan. El sonido que producen las máquinas alrededor de mí se amplifica y confirma mis sospechas.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora