Capítulo 89

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Momentos antes...

Estoy viendo de nuevo a mi padre en la cocina de casa discutir a voces sobre nosotros con mamá. Ella para de chillar en cuanto descubre que estoy observándolos.

Alertado por la expresión asustada de mi madre, Daniel se vuelve hacia mí a cámara lenta y me mira con el rostro pálido.

«Rebeca...», me llama. Yo le arrojo entonces la botella de agua, mas él ni se muestra enfadado ni trata de defenderse.

La tristeza que se refleja en su rostro me sorprende tanto que dudo si he cometido un error con él, pero veo su ropa cara y atractiva y luego miro la nuestra, desgastada por el uso y por todos los lavados. Es como si Daniel hubiera vivido despreocupadamente y todavía fuera un prometedor empresario.

Sin embargo, nosotros hemos cambiado y aún continuamos luchando por pagar las deudas que él nos dejó.

Una emoción desagradable me rodea la garganta, me presiona y no me permite respirar.

«Pregúntaselo tú misma a tus padres. Pídeles que te cuenten lo que hicieron a nuestra familia hace dos años»: las palabras de Sofía se repiten con rabia y las oigo cada vez más altas en mi cabeza. De nuevo pienso en el traje de mi padre, en que de algún lugar ha debido de proceder el dinero para comprárselo.

Sofía vuelve a meterse entre mis pensamientos con mayor fuerza: «Tu padre cometió un fraude con su empresa».

«¿Cómo ella puede saber incluso eso?», me aterro.

De repente me veo en el coche, camino a la casa de los padres de Alex, con su tía sentada al lado mientras me habla sobre el accidente: «... había habido un gran problema en la empresa que fabricaba los productos que mi cuñado y mis dos sobrinos usaron aquel día. Para ninguna de las partes era conveniente en aquellos momentos que lo supieran los medios de comunicación. [...] adquirió artículos de mala calidad por su bajo precio. Como no había gastado todo el presupuesto, el pobre secretario estaba convencido de que había conseguido una ganga...».

«¡Dios mío! No, no pudo ser mi padre el que produjo aquellos artículos de mala calidad», trato de convencerme.

Siento que el cerebro me va a explotar ante tantos pensamientos y recuerdos conectados entre sí como hilos de una telaraña en esta pesadilla.

La sensación es muy dolorosa y, cuando creo que no voy a poder soportar más, entonces pienso en Alex, en la cama del hospital donde estaba tumbado inconsciente y en el coche que iba a la residencia.

«Me quedé dormida», me acuerdo.

Abro los ojos de golpe y dejo que la oscuridad se filtre a través de ellos hasta que empiezo a distinguir pequeñas sombras que me son familiares. Mi cuerpo se relaja poco a poco y el pulso me late otra vez a un ritmo normal cuando reconozco el interior del dormitorio de Alex en la residencia.

—¿Alex? —lo llamo, y estiro una mano sudorosa para palpar a mi alrededor en busca de la calidez de su cuerpo.

Él no está a mi lado y tampoco responde a mi llamada. Sin embargo, alguien me ha cubierto con una manta, y estoy casi segura de que ese alguien ha sido Alex.

Me incorporo para ponerme las Converse, pero descubro que aún las llevo puestas y me extraño de que Alex no me las haya quitado después de tumbarme sobre su cama.

Con cuidado para no golpearme la cabeza con la litera, toco a tientas el mueble y avanzo siguiendo la pared hasta donde recuerdo que estaba el interruptor de la luz. En cuanto lo pulso, descubro que estoy sola en la habitación.

Cuando voy a dar un paso hacia delante para comprobar si hay alguien en del baño, el pie se me enreda en lo que parece un calzoncillo. Con una mueca de repelús lo lanzo lejos, junto a otro montón de ropa masculina desperdigada por el suelo.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora